Semana Santa, pasión de España
Aunque el español medio pretende negarlo, es evidente que durante las celebraciones de Semana Santa, así como conmemoran la pasión y muerte de Jesucristo, recuerdan también a quienes le martirizaron: a sus captores, verdugos y sicarios, e incluso rememoran los espeluznantes “actos de fe”, montados por la iglesia durante la vigencia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Y es que son fastuosas y espectaculares las puestas en escena de los días de la Semana Mayor. Estas se efectúan en todos los pueblos y ciudades españolas y a cual más compite por obtener la aclamación laudatoria y el reconocimiento del público, así sean ciudades grandes o pequeñas y dentro de ellas sus más destacadas Cofradías.
Desde La Coruña y Santiago de Compostela, en el extremo norte, hasta Cartagena y Alicante en el sureste, las ciudades, sus autoridades, templos, congregaciones y hermandades se aprestan durante esta semana a mostrar sus mejores “pasos”, una especie elaboradísima de andas o plataformas, cargadas por doce a 16 gentes, sobre las cuales exponen, muy adornados, los diversos íconos vinculados con el Viacrucis. Parten de su respectivo santuario, caminan por algunas calles de la ciudad, visitan a las iglesias, santos y vírgenes vecinas, y vuelven al punto de partida, no sin antes exhibir —a la usanza medieval— gran cantidad de soldados con lanzas y picas, orquestas filarmónicas y bandas de guerra, personajes vestidos al uso de la guardia civil, “cristos” con cruces livianas cubiertos con túnicas sencillas y, en especial, marabuntas de cofrades, disfrazados con hábitos obscuros, morados, guindas y negros, dependiendo de los colores identitarios de la Cofradía; todos provistos, eso sí, de cardenales, palmas, fuetes, lámparas, picas o bastones; todos cubiertas sus caras con capuchas y capirotes altos.
Y salen las procesiones de mañana, tarde y noche e incluso al alba, acompañadas por curas y monjas, señoras de tocados altos y hombres vestidos a la española, pues son los representantes de las cofradías, y en ocasiones hasta algún funcionario. Y se llaman a sí mismas con nombres de otros tiempos: “ilustres cofradías”, “hermandades del santísimo”, “reales cofradías penitenciales”, “seráficas hermandades”, “cofradías del santo sepulcro”, “ilustres y venerables congregaciones”, “hermandades del silencio”, “venerables hermandades universitarias” y en fin que hasta en algunas, de pronto se escucha el canto aislado y lastimero de las matronas, magnificado por el recogimiento silencioso de los circundantes, hasta que se reinician los tambores de la romería: pesados y quietos, patibularios. Siempre a un paso lento, tan lento como los dos pequeños pasos adelante y uno atrás, de los acompasados cargadores de las andas. Pues se menean las plataformas hacia atrás, hacia adelante y a los lados, como si el mar de gente las meciera.
Ahora que hay de lugares a lugares. En donde el fasto y el jolgorio se confunde con el recogimiento propio de las fechas y el motivo: la región de Andalucía. Donde las esculturas doradas y policromas de la pasión, crucifixión y muerte del Nazareno son en verdad maravillosas. Y ya no se diga del boato costosísimo con que se organizan y adornan las procesiones. No tienen par los preparativos de las cofradías de Sevilla, Cádiz, Córdova y Granada, aunque hay suficiente razón para ello. Fue aquí en donde por más tiempo se quedaron “apóstatas” y anticristianos; musulmanes y judíos, todos en el montón. El último reducto del Islam y las juderías. En donde con mayor fuerza la España de los reyes católicos impuso la reconquista; en donde la iglesia hubo de imprimir severidad a su labor de conversión cristiana: o aceptaban ser vencidos y conversos, o eran eliminados o echados al mar.
Y bien, la cuestión estriba en que las procesiones de la Semana Santa en España, irradian en todo su esplendor, la pasión del Cristo doloroso, pero también la suya propia, su pasión por el castigo y hasta cierto punto por la venganza, pues, al igual que durante la alta edad media y entrado el siglo XVIII, había que expulsar a islamistas y judíos, reprimir a brujas, herejes y protestantes, tatemar a masones, incrédulos e ilustrados; aquí y ahora representan la expiación de las culpas de quienes se alzaron en contra del hijo de Dios en la tierra, usando diferenciadamente casullas, sambenitos y capirotes.
Sí. Sambenitos y capirotes como durante la inquisición, pues es esto y no otra cosa lo que muestra el sincretismo de estas celebraciones: capotillos o escapularios blancos cruzados de rojo para los condenados a la hoguera o al martirio; para los responsables de la muerte y los padecimientos de Jesús El Cristo. Y de otra parte, las túnicas negras y los capirotes multicolores de los verdugos. Todo como en las verdaderas historias de Fray Tomás de Torquemada, el dominico de los 2000 quemados, entre moros, apóstatas, herejes, brujos, hechiceras, bígamos, usureros y “solicitantes”, o las siniestras películas del Kukuxklan norteamericano, vestidos todos con levitas y capirotes blancos. Para hacer más roja la sangre encendida de los negros arrastrados a la hoguera o al patíbulo.
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