Laguna Encantada de Coapilla

Fotografía: Laura Fernández Zamora

Laguna Verde, en Coapilla, conserva, al paso de los años, siglos quizá, su aura de magia y misterio. Le ayudan a conservar su encanto –y respeto– una docena de ahogados, una avioneta caída e inexplicables serpientes luminosas que levantan cayacs y ramas en temporada de lluvias.

Nadie se atreve a meterse a sus aguas. En Semana Santa llegan los coapillenses a contemplarla desde la orilla. Pasan el día con sus familiares debajo de los pinos, preparan comida, toman cervezas o refrescos, pero no se bañan.

Ronda en el ambiente la leyenda centenaria de la Laguna; de la Cenicienta golpeada y explotada a quien en tres ocasiones se le rompió el cántaro al llevar agua a la casa de su madrastra.

El Orejas, el perro que merodea en Laguna Encantada. Fotografía: Ángel Rodrigo Martínez Fernández

En castigo, le dieron un canasto con el que debía vaciar la Laguna. Era un trabajo inútil y eterno.

La niña dicen unos, la muchacha dicen otros, según rememoran de la plática de sus abuelos, cansada, se sentó a llorar, y con sus lágrimas hizo crecer el nivel de la Laguna.

En esas angustias se le apareció la dueña de las aguas. Se compadeció de sus dolores, de sus angustias y de sus trabajos, y la llevó con ella a su casa, construida al fondo de la Laguna Encantada.

Pero aquellas lágrimas siguen constantes y vivas. Por eso, dicen los coapillenses, la Laguna es cada vez más grande. Y señalan a una orilla en donde se observa cuatro restos de árboles de liquidámbar que quedaron atrapados en el agua.

Los ahogados, dicen, son turistas que no respetaron las aguas. Se metieron. Se bañaron. Se ahogaron. En la lista están también habitantes del pueblo, que con diez tragos encima, decidieron retar a la dueña de las aguas.

No hay una cifra exacta de ahogados. A orillas de Laguna Verde solo se conserva una capilla de un muchacho que se ahogó hace dos años. Era de Copainalá. Se propuso cruzar a nado la parte más angosta de la Laguna, pero desapareció a la mitad de su meta.

Un superviviente de la Laguna Encantada fue Samuel León Brindis, el exgobernador chiapaneco. La avioneta en que viajaba se le pararon los motores. El piloto vio que lo más cercano era la Laguna y ahí aterrizó. Murieron tres. El político coiteco, que era un estupendo nadador, pudo salir sin venganzas de la dueña de las aguas y con ayuda de Octavio Enciso, un coapillense que falleció hace un año con casi un siglo de vida.

En agradecimiento por haber salvado la vida, Samuel León Brindis autorizó la introducción de agua potable a Coapilla. De esa manera las mujeres dejaron de llenar sus cántaros en las aguas encantadas.

Ahora, en temporada de lluvias, surgen desde la Laguna “serpientes” mitológicas que levantan en su torbellino cayacs, palos, árboles y lo que encuentren a su paso. El tornado de 2014 fue el más fuerte.

Por eso es impensable que alguien se proponga aprovechar el agua para impartir cursos de natación o, para no enfurecer tanto a la dueña de las aguas, cursos de canotaje. Seguramente de aquí saldrían campeones nacionales.

Hoy Laguna Verde está rodeada de pinos, de un restaurant y de cinco cabañas. Es un lugar estupendo para descansar.

En mis visitas periódicas a este lugar, ubicado a unos 80 kilómetros de Tuxtla, acostumbro correr por los alrededores de la Laguna. Son casi tres kilómetros de terracería, con partes empedradas y complicadas, pero que se compensa con zonas alfombradas con juncia y ensombrecidas por los pinos.

Corro y camino en las márgenes, pero eso sí, jamás me he metido a nadar, no deseo por nada enfurecer a la Laguna Encantada.

Fotografía: Laura Fernández Zamora

Una versión más completa de la leyenda puede leerse en este enlace: https://www.chiapasparalelo.com/noticias/chiapas/2014/07/la-leyenda-de-la-laguna-verde/