El fomento a la lectura y sus falacias
Mañana se conmemora el Día Internacional del Libro −promulgado por la UNESCO en 1995− cuyo objetivo consiste en fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor; su instauración arraiga en una idea que surgió en Cataluña en 1923 y que el rey Alfonso XIII de España aprobó en 1926, y se asignó el 7 de octubre de ese año el primer Día del Libro; sin embargo, en 1930 se decidió la fecha del 23 de abril como Día del Libro.
Actualmente, se impone la necesidad de poner en balanza lo que acontece en México, donde las burocracias culturales y escolares proclaman el valor de la lectura en la configuración del desarrollo social. Juan Domingo Argüelles[1] advierte que el problema de la lectura se ha vuelto importante para el discurso oficial y para el interés privado; casi todos los análisis desembocan en la vergüenza nacional que representa la precaria práctica de lectura y la indisposición de los mexicanos para leer buenos libros. De lo que no se habla es del fondo del asunto, por qué se lee y por qué no se lee; según esto, atribuir los motivos exclusivamente a la voluntad, o a la falta de ella, es una explicación simplista y errónea. Ante la pregunta, ¿qué necesita la gente para leer buenos libros? El fallo no considera las condicionantes sociales, las limitaciones económicas, las adversas circunstancias laborales y familiares, la deficiencia del sistema educativo, que no sólo no favorecen sino que obstaculizan el desarrollo intelectual y espiritual de los niños y jóvenes. Hay circunstancias que favorecen la lectura, la filosofía, la ciencia, el arte, el deporte; hay circunstancias que alientan la incultura, la ignorancia, la superstición, la mentira, la hipocresía, la violencia, la frivolidad; el ambiente produce los hábitos que pueden ser sanos y morbosos, lo importante, en el caso del aprendizaje, es el espíritu de libertad y aventura.
De acuerdo con Johan Huizinga, el verdadero aprendizaje se vincula más al juego que a la disciplina externa. Y este factor debería aprovecharse en la práctica de la lectura, para que leer sea un placer y no un castigo disfrazado de disfrute. Los libros tendrían que abrir las puertas a la aventura y a descubrir nuestra grandeza y fragilidad humanas, mirar la vida desde nuevos ángulos y posibilidades. El sistema escolar está orientado a desalentar la lectura. No hay imaginación pedagógica para transmitir el gozo de leer porque en su mayor parte los profesores no son lectores, tampoco lo son los funcionarios encargados de aumentar burocráticamente los índices de lectura. Y se cae en el simulacro de las campañas y programas de lectura. Argüelles cuestiona los discursos acríticos que dicen que los mexicanos leen mal, escriben mal, piensan mal, comprenden mal, pero no dicen que estos mismos mexicanos viven mal, duermen mal, comen mal, beben mal, estudian mal, trabajan mal y son consecuencias de un sistema educativo que no está dispuesto a cambiar sus métodos. Mientras no se comprendan las circunstancias en las que se da o deja de dar la lectura, nuestro discurso al respecto será un ideal teórico y retórico. Es preciso dotar a esta vida de circunstancias menos precarias y de un ambiente más favorable; entonces, los libros y el saber podrán ocupar el sitio que hasta hoy se les ha negado en el universo vital de las personas.
La circunstancia chiapaneca −con las tres cuartas partes de su población empobrecida− se ofrece realmente deplorable para favorecer la amistad con los libros; esta amistad nos define porque, como dijo Benito Taibo, “somos el vacío que la ausencia de libros ha dejado en nuestras vidas. La mirada es una síntesis cultural. Estamos educados también para no mirar, por eso debemos aprender a especializar la mirada”[2].
Hay muchos anestésicos sociales bajo formas de entretenimiento; la televisión y el futbol favorecen el ocultamiento de la realidad; la ciudad se llena de ruidos que adormecen la capacidad de escuchar y de distractores que eclipsan la mirada. Javier Esteinou Madrid[3] afirma que durante el periodo en que se transmitió Chespirito se daba toda la decadencia del sistema educativo nacional y se fueron generando las bases de la inseguridad, el desmoronamiento ético−moral de nuestra sociedad; el deterioro ecológico avanzaba en el país de manera acelerada; se activó una desnutrición de niños de Oaxaca, Chiapas y Guerrero. En las universidades se declaraba que no había cupo para todos los estudiantes, empieza una crisis del sistema de salud pública, al grado que somos el país con mayor obesidad y diabetes.
El fomento a la lectura será importante aún bajo las peores circunstancias, pero será mucho más eficiente si se desarrolla dentro de atmósferas que la dignifiquen. Ignorar esto, conduce al falseamiento del desarrollo humano auténtico. La agresividad de la economía y de las televisoras abiertas se observa en que han banalizado y empequeñecido al hombre, tornándolo objeto de consumo y conducta acrítica. La ciencia y el arte deben caminar juntos. El ser humano no es solamente sujeto del conocimiento, es sobre todo sujeto de sueños y de encrucijadas; es, sobre todo −y esto lo planteó Jacques Lacan−, una frase que viene de muy lejos. La palabra viva trabaja el desarrollo espiritual; lo que no pasa por la palabra pasa de todos modos bajo forma de síntomas o de violencia; sin mediación simbólica se impone la bestia que acecha dentro de cada uno de nosotros.
[1] “¿Por qué es un problema la lectura?” Revista Este país, enero de 2012.
[2] Conferencia inaugural del Diplomado en Literatura Infantil y Juvenil Una Puerta Abierta a la Lectura, el 23 de septiembre de 2013 en la Universidad Nacional Autónoma de México.
[3] Columba Vértiz de la Fuente, “Chespirito, pieza clave del modelo de televisión para los jodidos: Javier Esteinou”, en Proceso, 30 de noviembre, 2014.
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