Definición de primera vez

La Estampa de Manet.

La Estampa de Manet.

 

Es un puente de dos palabras. Ser primero en algo no es tan relevante, ni que algo suceda tiene mucha importancia. Hay miles de primeros todos los días y suceden millones de actos a cada instante. Lo que otorga relevancia es la unión de las dos palabras, tan inocentes por su lado. La primera vez es un acto singular e irrepetible, prodigioso y pavoroso.

La primera vez que vi el mar perdí el habla y sólo, ante aquel portento, balbuceé. ¿Por qué no callé? ¿Por qué no me volví mudo, ya que tal impacto estimulaba quedarse callado? Hubo un intento, apenas un intento, de definir aquel milagro. Los escritores vivimos para dar voz a esos instantes en que la luz de la vida pasa por el tamiz de un vitral.

Ver por primera vez el mar me maravilló. Por el contrario, la primera vez que entré al cuarto de una prostituta una piedra quedó suspendida de mi cuello. El cuarto era húmedo; con una mesa de madera a manera de oratorio, llena de imágenes de santos, veladoras y un rollo de papel higiénico. Era mi primera vez, era la tarde en que me volvería hombre. No logré la erección. Esa vez estuve sentado a la orilla de la cama de aquella mujer que me recomendaba no alarmarme, me decía que a muchos más le pasaba tal cosa, pero, con su mano derecha, exigía el pago, como si el acto se hubiese consumado. Consumido quedó mi espíritu, esa primera vez en que no sucedió lo esperado.

La primera vez que subí a un tren tuve la impresión de entrar a un túnel que me llevaría a otro tiempo. Repegué mi cara a la ventanilla y, mientras el tren avanzaba en las vías, yo buscaba un dinosaurio o, cuando menos, un mamut. El ritmo de aquel gusano metálico contradecía la velocidad del avión en el que una tarde antes había viajado.

Tal vez no recordamos actos cotidianos como la primera vez que vimos llover o la primera vez que alguien nos dio la mano, pero los actos emblemáticos no los olvidamos nunca. Yo recuerdo con una nitidez de cristal recién lavado el día en que una muchacha bonita me dijo que cogiéramos. Lo recuerdo porque esas fueron las palabras que usó. Estaba acostumbrado a que las muchachas hablaran del acto sexual como hacer el amor y esto implicaba muchos vericuetos. B (con esta B comienza su bendito nombre) me llevó hacia la terraza donde la fiesta se efectuaba, prendió un cigarro, tomó un sorbo de la copa de vino y, viéndome como si viera el mar, me dijo: “Me gustas, Alejandro, cojamos”. Yo, siempre bobo, tardé más de medio minuto en reaccionar, le pedí su cigarro, fumé (temblaba), y, ya repuesto del tsunami con agua helada, bromeé: “¿Con cojín o sin cojín?”. Ella sonrió, me pidió su cigarro, lo fumó, hizo unos círculos con el humo y dijo: “Me gustas, Alejandro. ¿Te gusto?”. Dije que sí, que era muy bonita, que era, sin duda, la muchacha más bonita de la fiesta, de Comitán, de Chiapas, del mundo. “¿Entonces?”, insistió. Le pedí su cigarro, fumé y dije: “Cojamos sin cojín”. Me arrebató el cigarro, lo tiró, lo aplastó con su zapatilla derecha y, viéndome como si yo fuera ya no el mar sino apenas una laguna con agua asfixiada, dijo: “Nunca te he entendido”, se dio la media vuelta. Quedé en la terraza, tomé un sorbo de vino y me acodé en la baranda. B regresó con T (con esta letra comienza su tonto nombre), se besaron frente a mí y B, toda babeada, toda manoseada, dijo, en voz alta: “Me gustas, T…, me gustas porque eres todo un hombre”. Y T, ya encaminado, le pasó las manos por las nalgas y le besó el cuello. ¿Cómo olvidarlo? Fue la primera vez que una muchacha bonita me dijo que fuéramos a coger, así, con todas sus letras.

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