P’ajel-uts’inel: nombrando el racismo y la discriminación
Juan López Intzín (*)
En nuestro país, el día 21 de marzo es un día festivo para conmemorar el natalicio del zapoteco Benito Juárez García. Como es sabido por la gran mayoría de los mexicanos, porque desde la primaria nos enseñan la vida de Juárez, provenía de una familia pobre, pastoreaba ovejas de pequeño, entró al seminario y después se licenció como abogado. Como buen jurista y político en su tiempo, pasó de ser hijo de campesinos zapotecos a presidente de la república instaurando una República liberal. Generalmente se le recuerda como el Benemérito de la Patria o de Las Américas y de su identidad u origen zapoteco poco se dice quizá porque era de “la raza primitiva del país”[1] como el mismo Juárez lo decía. Probablemente porque no importa o acaso para un país racista y discriminador no conviene resaltar de que el padre de la Reforma haya sido un zapoteco.
Sabemos que con Benito Juárez se dio la separación entre el Estado Nación y la Iglesia. En su mandato abolió la deuda externa. Liberó a México definitivamente de la monarquía española y del Estado-Iglesia. Buscó alianzas con Estados Unidos de Norteamérica para pedir apoyo del país vecino. Con ello legitimar su gobierno adoptando el pensamiento republicano y liberal de Estados Unidos que impera hoy en día en nuestro país. Mandó fusilar a Maximiliano desoyendo la petición de las cortes de Europa que le pedían que le perdonara la vida.
Es así como Benito Juárez, el indígena zapoteco, huérfano de padres pasó de ser pastor de ovejas a Benemérito de la Patria neo-liberal y Republicana. Los políticos proclaman esta in-surgencia de Juárez y quizá nadie habla del abandono étnico y lingüístico que él tuvo que hacer para transitar en las esferas del poder y blanquiarse ideológicamente.
Probablemente el sentido de la conmemoración del natalicio de Juárez instaurado por el Estado, la memoria colectiva mexicana poco a poco lo irá olvidando, si es que alguna vez lo hubo para todos los mexicanos. Como bien sabemos desde 2007 pasó a formar parte de los tres fines de semanas largos que se decretó en 2006 so pretexto de incentivar la convivencia familiar y la economía mexicana que de fondo, el traslado del día feriado a un lunes para efectuar un fin de semana largo, es ir quitando sentido a las conmemoraciones y desfigurar la memoria colectiva.
Entonces, ¿hay algo que celebrar el 21 de marzo?
En el ámbito internacional, la ONU promulgó desde 1966 como el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. “Ese día, en 1960, la policía abrió fuego y mató a 69 personas en una manifestación pacífica contra las leyes de pases del apartheid que se realizaba en Sharpeville, Sudáfrica”.[2] Es así como la ONU en memoria de los manifestantes baleados por la policía instaura un día al año para que los Estados miembros trabajen a favor de la tolerancia étnica y la convivencia. Probablemente, el día 21 de marzo, en nuestro país no tiene mayor relevancia como día para celebrar el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial decretado por la ONU, ya que en 2010, Felipe Calderón decretó el día 19 de octubre como Día Nacional Contra la Discriminación en conmemoración a la abolición de la esclavitud en México hecha por Miguel Hidalgo.[3] Aunque, en nuestro país en el año 2003 se promulgó la Ley Federal para prevenir y eliminar la discriminación y se creó una institución para “hacer efectiva la ley anti discriminación” (CONAPRED). Ahora existe un instrumento legal para denunciar y pedir que se sancione la persona que discrimina siempre y cuando se pueda comprobar el hecho, pues sabemos cómo opera la justicia en nuestro país. Hasta la fecha, solo se sabe de un caso de racismo por parte de una funcionaria pública que se le destituyó del cargo.
Expresiones de racismo y discriminación como herencia colonial
Lo que comúnmente hemos escuchado a lo largo y ancho de nuestro país son expresiones como estas: “Pobrecito no entiende, es que no habla castilla, es indígena”; “Pobrecito, es indito…”. En otros casos como: “Oí tú, pinche indio pata rajada…” o “Este no entiende, parece indio bajado del cerro a tamborazos” o “necios como las mulas” como dijera la ex-cuarta visitadora general de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Teresa Paniagua Jiménez que por cierto fue destituida de su cargo a finales del 2014 por decir que: “El rasgo distintivo de los indígenas es la terquedad. ¡Son necios como las mulas!”. En el caso de algunos países andinos como Perú, por citar sólo este, a los miembros de Pueblos Originarios se les dice en el ámbito de la política: “Qué pueden opinar las alpacas si tienen congelado el cerebro por la altitud” o “llamas y alpacas no pueden votar”.[4]
Con estos señalamientos, muchas generaciones han pasado, unas personas las han dicho y a otras se les ha referido así. O así nos lo han dicho. El término indio o indígena para algunas personas lo han empleado para ofender a personas que cuya ascendencia proviene de los Pueblos Originarios de nuestro continente Americano. En otros casos como Paniagua Jiménez ve como cualidad la terquedad y la necesidad acudiendo a comparativos que no deja de ser una expresión racista y discriminatoria.
El racismo y la discriminación en nuestro país es algo que se manifiesta cotidianamente pero está encubierto por una aspiración a “querer ser mejor, a ser como el otro, hacia la blanquitud” construida históricamente. Tanto el racismo como la discriminación se han naturalizado y se han subjetivado a lo largo de más de quinientos años en el caso de México y el continente Americano; en otras latitudes, desde hace milenios. En nuestro caso, como habitantes de Pueblos Originarios de Chiapas y México sabemos que el racismo y la discriminación arribó junto con la conquista e invasión ibérica, se arraigó en la colonia y su consecuente institucionalización.[5]
Con la institucionalización del racismo y la discriminación me refiero que a lo largo de la historia de nuestro país, a los Pueblos Originarios, nosotros pues, se nos ha asociado con un problema: “el atraso en el desarrollo que aspiran las clases políticas y ricos en el país y que con frecuencia le han llamado La problemática indígena”. Mucho de la noción de “La problemática indígena” ha sido abonada fundamentalmente por antropólogos desde los inicios del siglo pasado. Desde esta visión de Estado-racista se comenzaron a implementar programas especiales para acabar con el problema “indígena”. Había que blanquearlos, asimilarnos, amestizarlos y borrarles la memoria.
Así que como parte de una de las “herencias” de la conquista y la colonia que actualmente enfrentamos como mujeres y hombres de los Pueblos Originarios es la exclusión y la marginación que es el resultado de las políticas de Estado en la construcción de la nación mexicana. Por otro lado, la discriminación que padecemos constantemente por una sociedad que homogeniza, niega, violenta y desfigura nuestras identidades también tiene una matriz colonial. En esta negación y encubrimiento, los afromexicanos están totalmente invisibilizados. No porque se invisibilicen, sino que el Estado y la sociedad en general no los quiere reconocer. Es de suma importancia reconocer tanto a los afromexicamos como a otros grupos sociales establecidos en el territorio mexicano también sufren el racismo aunque en esta ocasión hablemos solamente de los Pueblos Originarios.
La matriz colonial del racismo y la discriminación que hemos vivido a lo largo de la historia se ha encarnado e interiorizado en las mujeres y hombres provenientes de estos pueblos. Esta diada de conceptos con los cuales se ha explicado la experiencia de vida que han tenido los sujetos de los Pueblos Originarios ¿cómo se nombra desde la experiencia y vivencia de los sujetos de dichos pueblos, en nuestro caso en la lengua maya tseltal? ¿El p’ajel y uts’inel son conceptos que nombran y explican realidades de los pueblos maya tseltales sobre discriminación, exclusión y racismos? ¿Cuáles son los efectos del contínuum histórico de la discriminación y la exclusión en las mujeres y hombres de hoy? Estas son algunas preguntas que guían nuestra reflexión en esta entrega.
Relacionalidad sociohistórica
Vamos a plantear nuestro pensamiento y experiencia en términos relacionales. La relacionalidad a que nos referimos, es que todo lo que se hace, se dice y se piensa tiene que ver con las relaciones sociales que se dan en la vida cotidiana. Además, estas relaciones no están desvinculadas con el pasado, tienen un sustento histórico, sus raíces se nutren del pasado, de la historia que circula en las venas y arterias profundas de la sociedad, es decir de cada persona. Por lo tanto, las relaciones sociales que se producen y reproducen cotidianamente tienen que ver con el contexto en donde históricamente se construyeron y se entramaron. Ese contexto histórico no estaba aislado, formaba parte de varios contextos con los cuales se hallaba vinculado. Asimismo, los contextos históricos y las coyunturas sociales no son un corte en la sociedad y la historia, forman parte de varios sucesos que están engarzados en procesos más amplios, fragmento de un ancho presente, aunque aparezcan como fenómenos o hechos sociales independientes.
Por ejemplo, la invasión y conquista de los Pueblos Originarios de América por parte de los anglosajones, castellanos, portugueses y franceses estaban relacionadas con el proceso de expansión del mundo europeo. Esta expansión era en todas las esferas de la vida, es decir en el ámbito político: instauración de nuevas maneras de gobernar y de organización social; económico: implantación de nuevas formas de intercambio de mercancías y circulación de “bienes”; religioso: imposición de nuevas creencias y prohibición de las creencias de los invadidos y conquistados; lingüístico: obligatoriedad en aprender otra lengua y desapropiarse del propio idioma; epistémico y científico: hegemonización de un discurso de verdad; geográfico: invasión y colonización de nuevas tierras; demográfico: crecimiento poblacional en tierras ajenas, desplazamiento y decrecimiento por parte de los invadidos por enfermedades desconocidas y las guerras.
Aproximaciones conceptuales desde el tseltal para entender y nombrar el racismos y la discriminación
Desde ese constructo sociohistórico, nuestro ancho presente como pueblos originarios que hemos hecho mención a groso modo en líneas anteriores, hacemos una aproximación reflexiva desde la experiencia, la subalteridad y la lengua maya tseltal sobre el racismo y la discriminación. Es así como el p’ajel y uts’inel se “veredea”, se “corazona” y “sentipiensa” (López Intzín, 2013) desde la relacionalidad histórica, que el p’ajel y uts’inel es un entramado de relaciones históricas que serpentea en nuestro ancho presente en donde estamos engarzados como hombres y mujeres con inscripciones en nuestro o’tan y ch’ulel (corazón y espíritu) y que produce efectos reales.
Probablemente la analogía del concepto desprecio y discriminación por el origen étnico o el racismo, sea p’ajel y que nos coloca en una situación de uts’inel que genera un estado permanente de malestar personal y colectivo. Para ilustrar tomamos en cuenta la definición de dos diccionarios en donde uno de ellos dice que p’ajel es verbo transitivo (vt), es decir que el efecto de la acción de una persona recae en otra. La pala p’ajel está traducida como despreciar. El ejemplo que se encuentra allí para entender el uso del verbo es el siguiente: “ya jp’aj, melel lom ya stoy sba/lo desprecio porque es muy alzado” (Zapata Guzmán, 2002). Otro diccionario publicado un año antes se encuentra explicado el p’ajel solamente en maya tseltal que dice: “K’alal ma xyich’ ich’el ta muk’ yu’un sjo’tak te winik-ants yu’un ya xkuyot ta ma p’ijuk o ma bin sna’ sok te ma jichuk yo’tan ya yik’ sbaik te winik o ants” (Zapata Guzmán, et. al., 2001). La explicación que colocan los autores y la autora es que existe p’ajel cuando el hombre o la mujer ma yich’ ich’el ta muk’, que no recibe un reconocimiento de su ser-estar, de su existencia, no se le toma en cuenta, se les pisoteen su dignidad, no se les recibe a lo grande y no se le reconoce su grandeza humana –ich’el ta muk–, y porque se les considera que son faltos de sabiduría y conocimiento, no saben nada. Y otra parte de la explicación es que hay p’ajel cuando el hombre y la mujer ma jichuk yo’tan ya yik’ sbaik. Que el corazón de cada quien no se dispone a que se reciban mutuamente, es decir que sean pareja. Este es otro tipo de p’ajel que connota no aceptación.
Con respecto a uts’inel, en el diccionario publicado en 2002 está traducido simplemente como molestar (vt) cuyo ejemplo es Ya yuts’inon jo’tak ta eskuela (me molestan mis compañeros de la escuela). Para fines ilustrativos y pedagógicos el ejemplo está bien, sin embargo, es necesario reflexionar y profundizar de acuerdo a los multicontextos en que las personas vivencian y padecen el uts’inel. Es que el uts’inel también es empleado para decir cuando no se toma en cuanta la palabra de la gente y no es escuchada, cuando no es atendida por la autoridad y no se resuelven de manera correcta los problemas familiares, comunitarios y sociales. En consecuencia los problemas socioculturales e históricos con el Estado. De la misma manera, se emplea uts’inel cuando existe una violación a la integridad física de las personas (violación sexual o golpes) o cuando nuestros derechos no son tomados en cuentan y no se respetan. El uts’inel es entonces el nombre de todas las violencias que va desde la verbal, los jaloneos, los golpes, la violación sexual, el encarcelamiento, la vejación, la inequidad, la injusticia, el olvido, la desmemoria inducida, el desprecio, la discriminación, el hurto, el despojo, la segregación, etc. En suma, es la falta de respeto y reconocimiento a la grandeza y la dignidad humana y la naturaleza. Es la falta total del ich’el ta muk’ –reconocimiento y respeto trascendentes–. El uts’inel es un campo semántico ancho con el que nombramos nuestros dolores, lo que lastima y hace mella en el corazón y el espíritu de manera personal y colectiva.
En sentido de lo anterior, cavilar sobre el p’ajel y uts’inel palabras y conceptos con los que nos hemos aproximado a reflexionar el racismo y la discriminación que vivimos constantemente como personas y Pueblos Originarios, no es un producto del aquí y ahora, no es un p’ajel-uts’inel que obedece a un contexto determinado solamente, sino es un contínuum, trama de tramas sociales hilvanado y construido históricamente que probablemente inició con la invasión e invención de América que erigió una visión y pensamiento sobre sociedades superiores y civilizadas frente a otras que eran salvajes y por lo tanto había que invadirlas y subyugarlas como refiere José Rabasa (2009). En este sentido, la presente reflexión sobre cómo nombramos el racismo, el desprecio y la discriminación en lengua maya tseltal no es producto de una vivencia solamente personal. Sólo es una veta de la colectividad que ha padecido el p’ajel-uts’inel y forma parte de ese entramado y constructo social e histórico que ha serpenteado en el gran campo del telar de la vida.
Por más que se instauren fechas especiales y se promulguen leyes y se erijan instituciones para acabar contra el racimo y la discriminación, debe haber un cambio de mentalidad que se vea reflejado en actitudes y políticas institucionales no segregacionistas. Cuando no haya una limpieza étnica en los espacios públicos como ocurre en San Cristóbal de Las Casas, o no seamos detenidos e insultados por agentes federales en los aeropuertos como denuncia la poetiza maya tsotsil Eriqueta Lunez o bajados de los camiones y se nos pida entonar el himno nacional en los retenes migratorios para probar nuestra mexicanidad cuando viajamos hacia el centro del país. Cuando se deje de sentir el impacto de cada mirada en las plazas públicas, en los medios de transporte, en las escuelas públicas y privadas en los centros comerciales –en donde la mayor parte de los clientes es gente de comunidades–, por hablar alguna lengua maya o estar vestidas con la ropa local. Cuando se acaben los programas asistencialistas del Estado que no sólo nos ve como sujetos que hay que tutelarlos sino que con esos programas silencia y compra conciencias seguiremos en un Estado que discrimina a afromexicanos y miembros de Pueblos Originarios. Mientras estemos en este tipo de Estado-sitio y sociedad seguiremos en un estado permanente de p’ajel-uts’inel, motor de las luchas sociales para cumplir el sueño de un “mundo en donde quepan muchos otros mundos”.
[1] http://www.chihuahuamexico.com/index.php?option=com_content&task=view&id=3293&Itemid=39
[2] http://www.un.org/es/events/racialdiscriminationday/background.shtml
[3] http://www.conapred.org.mx/index.php?contenido=pagina&id=496&id_opcion=515&op=515
[4] Vicente Torres, Antropólogo social cusqueño. Información personal, 2012.
[5] En otro momento nos ocuparemos sobre la discriminación y etnocentrismo que existe en los Pueblos Originarios. También cada pueblo tiene lo suyo.
(*) Indígena tseltal del municipio de Tenejapa. Sociólogo y Maestro en Antropología.
Me parece contradictorio que los editores de Chiapas Paralelo publiquen este hermoso texto, en el cual se menciona que la palabra «indígena» ha estado asociada al racismo institucionalizado, y luego, en la nota referente al autor, se le califique de «indígena tseltal». Una cosa es ubicar a alguien como «maya tseltal», categoría referida al origen, pertenencia e identidad, y otra muy distinta es calificarle de «indígena», término que tiene una indiscutible carga peyorativa y racista, aunque esto no sea intencional. A las personas colaboradoras de este medio que desean hacer constar su origen o incluir en sus referencias alguna denominación o categoría identitaria, ¿los editores o redactores usan criterios semejantes? Es decir, ¿anotan «ladino español» en la referencia de quien solo se autodenominó «español»? Dejo este comentario para la reflexión, pues el lenguaje es una pieza importante en el engranaje de los cambios sociales.
Estimada lectora, “indígena tseltal” es la autodescripción del autor del texto. Gracias por tu comentario.
Estimada Ángeles Mariscal. Buenas tardes. Soy Juan López, autor del texto en cuestión.
Cuando una persona publica sus ideas, se expone al público. En relación a la opinión que vierte Laura López, tiene razón. Cuando envié el texto a Sandra de los Santos, me presenté diciendo:
Estimada Sandra de los Santos, soy Juan López Intzín, tseltal hablante del municipio de Tenejapa. Estudié sociología y maestría en Antropología. Me considero un investigador independiente porque no pertenezco a una institución oficial.
Sigo con atención las publicaciones de Chiapasparalelo. Me gustaría coolaborar con un texto en donde reflexiono sobre el racismo y la discriminación desde dos palabras en tseltal. Debo decirte que una parte del texto que te envío forma parte de un ensayo que presenté en la ciudad de Oaxaca sobre racismo y etnicidad.
Ojalá lo consideren para su publicación en Chiapasparalelo.
Dado que somos sujetos que queremos constuir la escucha y el diálogo en una sociedad y Estado que no escucha y silencia nuestras voces, yo confio en el trabajo profesional que el equipo de Chiapasparalelo hace. Por eso quiero seguir contribuyendo con mis opiones desde mi lugar de enunciación: maya tseltal y sujeto que se está forjando un pensamiento crítico. Lejos de la victimización.
Muy sinceros saludos.