Los usos políticos de la mujer
La imagen de la mujer como sector privilegiado de los programas institucionales y de la agenda de políticos, partidos y gobernantes, está muy alejada de lo que los discursos nos quieren hacer creer. Equidad de género, empoderamiento, son sólo argucias retóricas para intentar legitimarse, esconder la realidad lacerante que viven las mujeres o para captar clientelas con fines electorales.
Regalar pollitos, otorgar microcréditos, ofrecer cursos de belleza, repostería o bien dar despensas cada mes a miles de chiapanecas pobres, no son acciones que las provean de instrumentos efectivos para revertir su condición de marginadas ni de dominadas.
Esos intrascendentes apoyos en realidad son sólo paliativos para un problema de raíces más profundas. Sexenios pasan y la situación de la mujer en Chiapas sigue siendo prácticamente la misma. Su vulnerabilidad económica y social puede constatarse en que sólo 30 por ciento forma parte de la población económicamente activa, su salario es menor que el del hombre, miles son víctimas de la violencia intrafamiliar y los feminicidios son cada vez más frecuentes.
En términos generales la equidad de género no existe ni en las instituciones desde donde se proclama reiteradamente; no se cumple en el gobierno, ni en el Congreso ni en organismos autónomos, tampoco en las universidades y mucho menos en los partidos o en las estructuras municipales.
El verdadero empoderamiento de la mujer pasa por su independencia económica y ésta no se la proporcionarán los programas y apoyos que sólo alcanzan para sobrevivir pues no tienen la capacidad de detonar circuitos productivos importantes. ¿Qué posibilidades de crecimiento tiene el negocio de las aves de traspatio en poblaciones pequeñas, donde varias personas se dedican a lo mismo y los potenciales clientes son de bajo poder adquisitivo? En estas mismas circunstancias ¿qué probabilidades de éxito tendrá una repostera, una cultora de belleza o una técnico en computación? Realmente muy pocas.
La educación es otra condición fundamental para la revaloración de la mujer, es a través de ella como puede adquirir conocimientos y habilidades para conseguir (o al menos tener más probabilidades) un empleo bien remunerado, pero sobre todo le permitirá emanciparse de las cadenas culturales que la han situado como un ser sumiso, discriminado, minusvalorado. La educación es la que le permitirá reconocerse como ciudadana, con los mismos derechos que todos y la que le dará la posibilidad de ejercerlos a plenitud o a exigir que se les reconozcan si les han sido conculcados.
Y no es este el camino por el que transitan funcionarios y aspirantes a algún puesto de elección popular. Lejos de querer revertir esas condiciones inequitativas, lo que pretenden es hacer un uso político de las mujeres. Al convertirlas en destinatarias de dádivas sistemáticas, lo que se produce no es una mejora en su calidad de vida o en sus expectativas de un mejor futuro, sino una relación de dependencia que las mantiene sometidas a su precaria situación social a cambio de llenar los escenarios donde se luce el gobernante. Una vez consolidada esa perniciosa dependencia que adormece la dignidad y la libertad ciudadana, el siguiente paso es la manipulación con fines electorales para seguir reproduciendo el sistema de dominación. “Si votas por determinado candidato los apoyos están garantizados, si no, los perderás”: así sería la lógica.
Bajo estas circunstancias, las imágenes de mujeres aclamando al “Mesías”, estrechándose en abrazos con su “redentor” o “luciendo” las dádivas otorgadas, son sólo la cortina de humo para invisibilizar el mecanismo de dominación, para disfrazarlo con una falsa legitimidad. Por más apoyos que se les entregue y por más reivindicaciones discursivas hacia ellas, la situación precaria de las mujeres en Chiapas no cambiará.
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