Los jóvenes y las lenguas indígenas
Por Xun Betan
El mes pasado se celebró el día internacional de la lengua materna, eso me hizo recordar que hace unos meses me invitaron a dar una plática en la Universidad Enrique Díaz de León de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, para los estudiantes de la carrera de psicología, sobre las lenguas indígenas de México, y en particular sobre mi experiencia de investigación y trabajo que voy realizando de la lengua y cultura maya tsotsil, mi lengua. Para esa plática fue difícil pensar y escribir algo que les pudiera interesar a estudiantes jóvenes que viven en una ciudad que pocas veces voltea a ver a la comunidad indígena que vive en ella. Además, se trataba de una carrera que se piensa que no tiene vínculos con la antropología, que es mi área de formación, o con la lingüística.
El día del evento, al momento de estar frente a ese público joven, sentí un fuerte impacto emocional, al grado de ponerme nervioso. Lo primero que pensé, fue en todas las preguntas que ellos pudieran hacerme sobre mi lengua, sobre mi cultura, y veía venir todas esas preguntas como remolino. Pero lo más importante de ese momento fue que me hizo reflexionar sobre cuánto realmente sé de mi cultura, de mi pueblo, de mi lengua. ¿Seré capaz de cumplir las expectativas de estos jóvenes? Y así, opté por dejar mi pequeña ponencia que había escrito sobre mis trabajos de la lengua y cultura tsotsil. Al mirar los rostros de esos jóvenes, me hicieron recordar mi infancia, cuando tuve las ganas y el ánimo por entrar a una escuela para estudiar y aprender, aunque esos recuerdos también estaban llenos de tristeza y dolor, por eso solamente conversé.
Al inicio, para entrar en contexto, hablamos sobre la diversidad cultural y lingüística del país; de las familias lingüísticas, de las lenguas, de las variantes lingüísticas o dialectales, eso entre otras cosas que había comprendido después de acompañar en su trabajo por algunos años a un gran lingüista. El conocer la diversidad lingüística y cultural del país, durante algunos años tuvo el efecto de evocarme los momentos tristes y dolorosos que viví en la escuela. Ese conocimiento también me dio fuerzas y valor para abrir los ojos y nombrar todo eso que había vivido durante mi infancia en la escuela. Discriminación, eso era lo que viví desde el preescolar hasta la preparatoria.
Esa situación de discriminación, quizás lo compartí con otros muchos niños y niñas que también padecieron ese problema, que fueron maltratados en su escuela o su salón de clases por el hecho de ser indígenas, negros, homosexuales, morenos, pobres o por la simple razón de no hablar el castellano. Hasta incluso quizás fueron golpeados, como lo hicieron conmigo algunas veces mis profesores durante los tres primeros años escolares. Entre el golpe también existía la humillación de parte de los mismos niños, cuando se burlaban de mi por ser moreno, pobre y por ser hijo de un campesino.
Fui compartiendo lo que por muchos años no me daba cuenta: que estaba sufriendo las consecuencias del modelo racista y excluyente de la educación. Pero cuando fui conociendo sobre cómo se mueven las estructuras políticas del país, fue cuando comprendí que los profesores no son directamente los culpables, sino el modelo educativo que tenemos. Un modelo que ha excluido a la mayoría de la población, porque no han sido tomados en cuenta para el proceso de enseñanza y aprendizaje. Un reflejo de eso, es la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero, que antes de que ocurrieran los lamentables hechos, muy pocos sabían de la situación que se vive en las normales rurales, tal cual sucedió en Chiapas, cuando atacaron la Normal Rural Mactumactzá.
Así, mientras hablaba frente a aquellos jóvenes reflexioné cómo crecí en un pueblo racista (Venustiano Carranza) ahí donde una gran parte de la población mestiza ha menospreciado a los indígenas y hasta la fecha sigo escuchando por las calles el termino indio o chamula para insultarnos cuando pronunciamos mal alguna palabra del castellano. Por ejemplo, cuando estudié en la Secundaria Técnica o incluso en el CBTA, no había un solo día que no se escuchara la palabra; indio o chamula para insultarnos. En la secundaria, un maestro me dijo: me sorprende ver que ya cursaste la primaria, y sigues hablando en tu dialecto de indio, eso porque a los otros compañeros indígenas, ya no hablaban en tsotsil. Ahora que mis sobrinos les toca estudiar, pocas veces hablan la lengua en su escuela por el miedo de ser discriminados y, curiosamente, la mayoría de sus maestros son del pueblo.
Lo vivido en mi pueblo, ahora lo enfrento en otras ciudades, donde tampoco se han tomado en cuenta la lengua de los pueblos originarios como sucede en San Cristóbal de Las Casas, con una gran población indígena de habla tsotsil, que es la segunda lengua más hablada después del castellano. No existen ni he visto traductores ni traducciones de letreros en los hospitales, ni en los bancos, ni en las oficinas públicas, menos en los establecimientos privados, que incluso muchas veces actúan con racismo hacia la población indígena. De esta manera, celebrar un día internacional de la lengua es cosa de discursos porque nadie se preocupa por fortalecer verdaderamente las lenguas originarias. Incluso a los mismos indígenas se nos olvida cómo hablar, se nos olvida pensar desde nuestra cultura por todo este bombardeo ideológico que proyecta el sistema comercial y económico.
Además de las tristezas que se compartieron con aquellos jóvenes, también se habló de la grandeza y la belleza de las culturas y las lenguas. Se habló de cómo a pesar de todos esos años de marginación, los pueblos seguimos vivos y muchos tratamos de seguir fortaleciendo y generando nuevas conciencias para valorar y amar lo que tenemos, y que lo más importante es el amarnos tal cual somos para poder querer a nuestros hermanos desde la diversidad lingüística y cultural. Así, en aquella universidad, muy orgullosos se escucharon las voces de unas compañeras y compañeros quienes nos compartieron su identidad purépecha y wixrárica. Así, muchos de ellos tienen el interés por mantener su lengua y su cultura. Lo mejor de ello fue que expresaron sentir amor por lo que son. El orgullo de esos jóvenes y sus compañeros y de todos los presentes me dieron la posibilidad de ver que existe el amor y el respeto en las nuevas generaciones.
Finalmente, leímos algunos poemas con la idea de compartir el sonido de mi lengua y también compartirles el secreto que en ella se guarda, como me enseñaron mis abuelos: en nuestra lengua, todo lo que esta sobre la Madre Tierra tienen vida, alma y espíritu porque ella es la que nos cuida y nos da las alas para volar… En nuestra lengua se canta, danzamos y oramos en las cuevas y en las montañas. Se canta, se ora y se danza, ese era el secreto que mis abuelos muy celosamente guardaban en su corazón y que me lo han regalado antes de su muerte, eso para seguir sembrando …
Flores para el corazón
En mi lengua se habla desde el corazón
tenemos ch’ulel y volamos en los sueños
Cantamos con el viento y reímos con las nubes
Sembramos el maíz y cosechamos las tortillas.
Cuando estoy alegre mi corazón florece
tristeza es tener el corazón partido en dos pedazos
Cuando me enfermo, el dolor surge desde mi corazón
Cuando luchamos es buscar la paz del corazón.
El tsotsil es una lengua que se canta al hablar
Como las otras lenguas, en sí sola es poesía
Como es poesía se le canta al maíz y al tiempo
Se cuentan los años y se bordan los recuerdos.
Xmuk’ib ko’on es tener esperanzas
Ta jk’anot ta skotol ko’on es amar con el corazón
Jun o’onal es paz en el corazón y en la vida
K’ux ta ko’on es dolor en mi corazón por las injusticias.
Los años se viven y del maíz se hace tortillas
Se tejen las historias y se recuerdan los tiempos
Recordamos a los 43 estudiantes, desde el corazón
Y que de las palabras broten xnichimal ko’ontontik.
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