Las cinco novelas de Emilio Rabasa/ II de III

Casa de citas/ 212

Las cinco novelas de Emilio Rabasa/ II de III

Héctor Cortés Mandujano

 

Juan puede ver a menudo a Remedios, de lejos y a escondidas del tío; y en su empleo se entera de todas las canonjías que el gobernador concede a Pérez Gavilán: pone a un recomendado suyo como recaudador, donde pueda robar, lo que hace sin disimulo. Le explica a Labarca (p. 61): “Convenido que es un bribón. […] para eso le nombré. […] Sí, hijo, para que se entretenga y no nos moleste”.

Y le da a Miguel, frente a Juan, una lección de la política, la gran ciencia (p. 62): “Aquí no me venga con las leyes, porque no se puede gobernar con las leyes, sino que muchas veces es preciso hacer otra cosa, ¿me entiende? […] ¿Y qué sacaríamos con quitar a este recaudador? Nada: que entrarían al erario algunos fondos de poca importancia, y tendríamos un enemigo que vale un distrito entero. Esto será muy legal, pero no es político, y la política es lo primero. ¿Me entiende?, la política es lo primero”.

Miguel, furioso, dice a Juan, cuando el gobernador se ha ido (p. 64): “Esto no es gobierno, puesto que no tiene por objeto gobernar, sino andar en los enredos que quieren llamar política, para halagar a todo el mundo y no tener descontentos a tres o cuatro pillos”.

Vaqueril empieza a visitar con frecuencia a Cabezudo para tender los tentáculos hacia Remedios, la gobernadora quiere casar a una de sus hijas con Miguel y por eso, para sacarle de la mente a la Cabezudita, la señora Vaqueril quiere ayudar a que Juan pueda quedarse con Remedios. Pero Cabezudo lo ve muy poco para su sobrina, y además lo detesta porque él sabe el secreto de su derrota en La bola: como que fue él quien lo derrotó.

Se funda por esos días la Sociedad patriótica mutualista de obreros liberales (p. 80), “imaginada, organizada y presidida por el licenciado José I. Pérez Gavilán que, aunque no era ni obrero ni patriota, se interesaba mucho por las clases trabajadoras”.

Nombran segundo secretario a Juan y éste invita a sus compañeros de cuarto para que se afilien, lo que hacen Clemente y Julián. Pepe Rojo les dice (p. 81): “Jóvenes, somos aves de corral, y  no es bueno que asistamos a juntas que congrega un ave de rapiña”.

Juan se convierte en la niña de los ojos de Pérez Gavilán y le sirve de espía; y éste le hace promesas de hacerlo llegar tan alto que Cabezudo ya no podrá oponerse entre él y Remedios. Pero Vaqueril quiere ganarle la mano y enviar a Cabezudo fuera de la ciudad para tomar por las buenas o las malas a la Cabezudita. Y la honra de la muchacha comienza a ser pasto de chismes.

Don Mateo, luego de ser informado de ello, decide casarla con Miguel, lo antes posible. Miguel, para que no digan que va a casarse con la querida del gobernador, decide hacerla suya sin (p. 110) “romanticismo ni más necedades”, y todo ello ocurre frente al enamorado Juan, quien logra ver a Remedios y vuelve a descubrir que la honrada joven lo sigue queriendo.

Pero para que Cabezudo abandone la ciudad y vaya a cumplir la falsa encomienda del gobernador debe haber autorización del Congreso, trámite sin mayor problemas porque, qué extraño, el Congreso está al servicio del gobernador Vaqueril.

Porque así le conviene, para ponerlo de su lado y tener mayor influencia en el Congreso (en el que ya hay diputados suyos), Pérez Gavilán promete a don Mateo hacerlo general. Piensa Juan (p. 139): “Remedios se alejaba de mí, y bien lo merecía quien había consentido en ser juguete vil de un ambicioso intrigante”.

La gobernadora averiguó que Juan y Remedios estuvieron juntos y solos cuando aquél, en La bola, la salvó llevándosela. No se dieron ni un beso. Pero ella lo cuenta a Miguel, siguiendo la versión de Abundio Cañas. Miguel dice (p. 147): “Esa muchacha no es más que una desgraciada, que aun como pasatiempo me mancharía”.

Miguel va con Mateo y dice lo que le han dicho, según cuenta la sirvienta de Remedios a Juan (p. 151): “Que ya no se casa con la niña, porque lo quiere a usted desde San Martín, y don Mateo dice que ya era asunto arreglado, y que usted es un títere que no sirve para nada”. Y Mateo jura que va a matarlo.

Juan busca a Miguel para suplicarle que se case con Remedios, para salvar su honra, y éste le responde (p. 158): “Quiere usted casarme con su antigua querida, con la querida actual del gobernador, con una mujer despreciable”. Juan toma un frasco y lo estrella en la cabeza de Miguel, quien cae sangrando. Pepe Rojo ayuda a Juan a huir.

En su huida, dice (p. 159), “oí un clamor ronco que decía:

“—¡Viva el licenciado Pérez Gavilán!

“Era la Sociedad patriótica mutualista de obreros liberales, que acudía, súbitamente engrosadas sus filas, a felicitar por su triunfo al nuevo gobernador del Estado.”

Para sacar al gobernador Vaqueril y poner a Pérez Gavilán, el voto de Cabezudo en favor del último empató las votaciones (p. 161): “El desventurado Vaqueril hizo que Miguel fuese conducido con todo mimo a la Cámara para obtener el triunfo; pero el joven, que está muy aprovechado en su carrera… votó contra el gobierno, y decidió la caída de don Sixto Liborio. ¡Este buen hombre debe envanecerse como maestro!…” El viejo que cree saberlo todo de la gran ciencia es enseñado por el joven bisoño.

El narrador recibe noticias por medio de la carta de Pepe y cierra el volumen declarando (p. 162): “Pero basta por hoy. […] Buenas noches”.

 

  1. El cuarto poder, el periodismo, el país

 

Es obvio que, en esta novela, Rabasa quiere mostrar que este poder no es contrapeso, sino sirviente del que mejor paga.  Como en las anteriores (Coderas, Llaartesanias diciembre 2007 027mas, Cañas, Cabezudo, Vaqueril, Gavilán, Rojo, Remedios…) aquí también los nombres y apellidos definen el carácter de los personajes, algo que después hizo Juan Rulfo en sus cuentos y novela: Jacinta, Escorroza, Bueso, Ambrosio…

Rabasa fue fundador del diario El Universal y político (gobernador, senador…), por eso llama la atención lo que dice alguien que sabe lo que dice de los trapos sucios de estas actividades.

En esta tercera entrega, Juan está en lo que llama “Ciudad de los Palacios” para, evidentemente, no decir Distrito Federal; después de los hechos narrados en la novela anterior regresó a San Martín, pero no lo querían, por haber golpeado a un diputado. No encontró modo de vida y se va buscando nuevos horizontes. Llueve en el inicio, a él le asombra la pestilencia y pregunta (p. 169): “¿Por qué hay esta pestilencia en toda la casa?”

Y le contesta el dueño de la casa: “¡Pues porque llueve! […] Son las atarjeas –continúo el viejo–, es decir, la alcantarilla. Es que la ciudad no tiene desagüe ni lo tiene el valle de México tampoco”.

Vive en una casa de huéspedes, con don Ambrosio; allí vive también su hija Jacinta Barbadillo, de 32 años, quien le tira los tejos.

Se encuentra con Sabás Carrasco, de San Martín (p. 175: “en el pueblo no quería yo a Carrasco, ni le traté mucho, ni quise tratarle tampoco; pero allí, en la casa de Barbadillo […] le quise de veras en el instante en que le vi”), y éste le propone ser periodista, es fácil. Pero hay que estudiar gramática, dice Juan. (p. 179) “¿Y para qué –me replicó mi amigo, con ingenuo entono–. Nosotros no tratamos nunca cuestiones gramaticales”. Queda de conseguirle empleo. Pepe Rojo, le dicen, le anda buscando.

Albar y Gómez acepta a Pepe y Juan en La Columna, gobiernista, y les paga 5 pesos a la semana (p. 178): “Nuestra regla es defender al gobierno, elogiar sus actos, aplaudir todas sus disposiciones”.

Felicia lo manda a llamar y se reencuentran. Ella curó la herida que en La bola le hicieron por defender a Remedios. Le dice que Remedios vendrá a la capital, que don Mateo es diputado, lo que lo indigna. Se entera que Miguel, su ex jefe, escribe versos a la hija del ahora gobernador Pérez Gavilán, es decir, ya conoce las reglas de la gran ciencia: se acomoda.

Inventa notas, aprende. Si pudo Carrasco… (p. 182): “¿Qué sabe Carrasco? Nada, y sin embargo es periodista. ¿Y cuántos habrá como él? Millares, de seguro”. Llega Remedios. Mateo tiene carroza con caballos y ostenta riquezas. Ve a Remedios con Cabezudo y él lo ve con odio.

El gobierno quita la subvención al diario, porque no adulan lo suficiente (p. 212): “Quite usted eso de ‘hasta cierto punto’, porque el gobierno es perfecto hasta el punto de la perfección”, y se vuelven independientes. Es decir, lo que ha ocurrido mucho desde siempre en la relación prensa-gobierno: no me pagas, te pego. Nace El cuarto poder y entra Javier Escorroza para dirigirlos.

El resentimiento contra Cabezudo le hace escribir durísimo contra el gobierno, gana fama y le doblan el sueldo.

Se besa con Jacinta. Cabezudo empieza a pagar notas laudatorias para lograr mayores cargos políticos. Aparece Bueso, el arregla todo, porque Juan escribió un artículo en contra de Cabezudo. Le ordenan escribir a favor y se niega. Jacinta lo cerca para se case con ella y acepta. Los diarios comienzan a deslizar que Cabezudo será general. Ve a Remedios en casa de Felicia y descubren que siguen enamorados.

Don Ambrosio le dice que debe casarse pronto con su hija. Él escribe un artículo durísimo contra el gobierno que le da más fama (p. 238): “Me volví insolente con el gobierno. […] Lancé sobre el gobierno cargos que nadie se atrevía a indicar siquiera”. Decide dejar la casa de huéspedes y a Jacinta; cuando lo va a hacer, ella lo trata de detener, él la empuja y ella se llena de despecho.

Escribe unos versos a Remedios y se lo da a leer, en casa de Felicia. Aparece  Jacinta y cuenta todo (p. 312): “Habló durante dos o tres minutos, con voz llena de ira mal sofocada, y dijo no sé qué”. Remedios grita y queda devastada, Juan sale a la calle, enfermo. Oye que bocean que Cabezudo es general (p. 313): “¡El Lábaro de mañana…con el retrato de división don Mateo Cabezuuuudoooo!”. Cuando sale de la enfermedad, le dicen que va a ganar 100 pesos a la semana.

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