Dámaris Disner: una mujer de cabellos ensortijados y voz dulce, que escribe obras de teatro*
Casa de citas/ 209
- Aristóteles y la narraturgia
Hay que arrancarle el teatro a la literatura
Jacques Nichet,
citado por Joseph Danan
Desde hace mucho, y todavía, hay algunos que al leer o ver una obra de teatro de inmediato piensan si corresponde o no al antiquísimo planteamiento aristotélico de las famosas y llevadas y traídas tres unidades (de acción, de tiempo y de lugar) y del también añejo asunto de la exposición, el nudo y el desenlace, porque esa vieja Poética constituye para ellos algo así como la Biblia para los creyentes. Se escribió una vez y es para siempre. Yo no soy de esos, claro.
En Dirección de actores (UNAM, 2004), Miguel Ángel Rivera entrevista, entre otros, al actor Damián Alcázar quien confiesa (p. 98): “Yo inicié con los griegos y creo que allí nos quedamos. No es posible que no se vaya más allá”. Por fortuna, ahora, hay miles que han decidido no hacer genuflexiones ante el sin duda enorme y merecido nombre de Aristóteles y han ido más allá. Si así no fuera seguiríamos escribiendo como hace más de dos mil años.
La novela y la poesía han tomado tantos derroteros a lo largo de la historia, que sorprende que la dramaturgia haya sido tan fiel a sí misma, casi desde los griegos. Ha cambiado ya, y me parece que irreversiblemente. José Sanchis Sinisterra dice en Narraturgia. Dramaturgia de textos narrativos (Pasode Gato, 2012: 9) que “la dramaturgia parece condenada a habérselas siempre, de un modo u otro, con la narratividad”. En su proemio, donde se reconoce como el inventor del término narraturgia, señala que desde “Aristóteles hasta Brecht –y aún después–, la columna vertebral de la acción dramática” es la fábula, es decir, que el objetivo central de toda la dramaturgia en ese inmenso periodo “puede considerarse como un conjunto de dispositivos enunciativos –verbales y no verbales– destinados a contar historias”. Después, “con el advenimiento y la expansión del relato cinematográfico –y luego televisivo–, el teatro va renunciando gradualmente a su función narrativa, con lo cual la acción dramática se independiza en mayor o menor grado de la fábula”, con toda la problemática que esto provoca en el espectador convencional, ya que, al decir de Joseph Danan, en Qué es la dramaturgia y otros ensayos (PasodeGato, 2012: 79), “al espectador de teatro le gusta que pase algo. Y cuando no pasa nada se siente perdido”.
Esa independencia de la fábula, de solamente contar una historia, constituye, entonces, el cogollo de la narraturgia, y allí es cuando puedo empezar a hablar de Dámaris Disner, pues aunque en La siguiente esquina hay todavía claramente una fabulación, hay al mismo tiempo una intencionalidad que la separa de la dramaturgia tradicional.
- La siguiente esquina y el azul turquesa
La siguiente esquina es una doble denominación metanarrativa: se llama así la obra de teatro de Dámaris y, dentro de ella, la editorial de Pimentel y la cafetería donde, en la cuarta parte, se encuentran todos los personajes (como en la famosa escena del hostal del Quijote) que han mostrado fragmentos de sus vidas en las tres partes iniciales.
El azul turquesa también comparte este salto a la metarrealidad porque, en la obra, es el color de una puerta, un sillón, unas flores, una taza de café, la lluvia, pero en la realidad es el nombre de la recién estrenada editorial, encabezada por Dámaris, que curiosa y alegremente publicará sólo textos relacionados con el teatro (el patito feo de todas las instituciones chiapanecas que editan libros), cuyo primer número es esta obra editada el mismo día en que fue estrenada escénicamente.
III. Dámaris y Edelmira
En un ejercicio de síntesis podemos decir que La siguiente esquina es básicamente la historia de Edelmira López Valverde, una muchacha que trabaja con Pimentel, editor que es su amante, quien a su vez está casado con Violeta, dueña del café que da título a la obra. Las cuatro partes, secuencias o capítulos nos cuentan peripecias específicas donde aparece el coro acompañante: una viuda, un viejo librero-escritor, una mesera (quien puede ser la misma Edelmira) que mata a su padrastro y a Rodríguez Rodríguez, una mujer sin brazos, un hombre que toca el saxofón y, al cierre, para que la historia tome un nuevo derrotero extratextual, la nueva amante de Pimentel.
Para efectos de la publicación, y supongo que para separar escenas de la representación, Dámaris usó números romanos, como se usan más en la narrativa que en la dramaturgia.
En el I, Edelmira trata de convencer a una viuda para que le venda su historia (no se ponen de acuerdo en el monto), que Pimentel editará (p. 7): “Edelmira camina por esa ciudad sin nombre con una falda tan corta, parece que al sentarse dejará ver su pubis afeitado”.
En el II, Edelmira sufre un colapso nervioso y pasa tres meses en el hospital (p. 14): “Sus nervios parecen cubrirla en la lugar de la sábana que tira al suelo cada vez que una enfermera desea taparla”.
En el III, la mesera (que bien puede ser la misma Edelmira, decíamos, dado que el tiempo en la obra no es lineal) mata a su padrastro, quien la ha violado y le quita las propinas que gana en La siguiente esquina, y luego al viejo librero-escritor Rodríguez Rodríguez, porque éste no quiere comprarle un libro que le servirá a ella para irse de allí, para escapar (p. 19): “Mira, necesito una historia. Algo que llame la atención. Que venda. Tráeme historias. No quiero libros hechos por otros. Quiero historias mías que se lean en cualquier lado. En los camiones. En los baños de los colegios donde las niñas bien ensayan su primer beso”.
Decía al principio que si bien Dámaris no ha abandonado la historia, la fábula, hay en su escritura una libertad muy agradecible, un alejarse del sometimiento que supone hacer concesiones al público para que su obra se comprenda a cabalidad (el montaje presentado en La Puerta Abierta, bajo la dirección de Saúl Gohé, donde los personajes a veces son interpretados por dos o tres actores creo que, incluso, hace la historia aún más fragmentaria y en apariencia más compleja).
Dámaris optó por no hacer acotaciones y los guiones de diálogo no necesariamente aclaran quién es el emisor, lo que permite hacer de su narrador una voz múltiple que lo mismo afirma que niega, aclara que contradice. Por ello tampoco se busca el cumplimiento del desenlace clásico que explica puntillosamente lo que la exposición y el nudo enredaron.
En La siguiente esquina quedan varios enigmas, unos irrelevantes (¿la viuda aceptó vender los derechos, hubo un acuerdo sobre la cantidad que ella pide y la que le ofrecen?), y otros mucho más importantes: ¿La mesera y Edelmira son la misma mujer? ¿Edelmira y la nueva amante de Pimentel son distintas? ¿El tiempo del final es anterior o posterior al del inicio? Sin embargo, ni unos ni otros son fundamentales, porque si bien hay una fábula que se muestra, el escrito propone cierta complicidad con el lector que deberá no ser tan pasivo como en las historias convencionales y llenar los huecos ostensibles con su participación.
- La reunión en el café
En este apartado final están todos los personajes, entre los cuales se encuentran:
a). el hombre del saxofón oxidado, quien (p. 20) “toca una canción, parece no escuchar, se sumerge en el placer que le proporciona tener sus largos dedos sobre el frío metal”, y a quien ya avisaron que la policía vendrá por él: tal vez lo acusen de los crímenes que cometió la mesera, la presunta Edelmira;
b). la mujer sin brazos, quien (p. 21) “llama a la mesera con el tintineo de sus zapatillas”;
c). la madre de la mesera, quien (p. 23) “ahora sabe que el hombre muerto en el piso del cuarto de su hija es el hombre que jadeaba sobre su cuerpo adolescente”;
d). Violeta, la mujer de Pimentel, quien (p. 24) “tiene ojos, pero no ve las manos sobre Edelmira”, y aquí, como los tiempos se trastocan, puede ser que estemos viendo cómo por primera vez Edelmira y Pimentel, frente a la mujer de éste, comienzan a ser amantes y eso supondrá que en este final está el principio de lo que veremos en los tres capítulos anteriores, o que todo lo dicho en los tres breves capítulos iniciales pasó antes y ahora Pimentel ha dejado a Edelmira y ha conseguido otra joven amante en este final presente. Son sólo conjeturas sobre la polisemia de La siguiente esquina. Tal vez, mejor, no importa si el final es el principio o al revés y sí que el azul turquesa con que se pinta todo sea el uniforme color de la rutina donde da lo mismo que algo empiece o termine; que sea ese color nomás la metáfora para hablar de la grisura con que trascurren, lentos, los días…
Desde niño leo obras de teatro, un placer que no se le da a todos los lectores. Cómo no voy a emocionarme con Dámaris Disner, si escribe y publica teatro, y acierta en ambas actividades. Hay varios dramaturgos ocasionales en Chiapas y casi ninguna dramaturga. Qué bueno contar con una que valga la pena. Dámaris Disner sabe lo que hace y lo hace con talento, con cuidado, con excelencia. Leerla me ha hecho feliz. Gracias.
*Texto leído por el autor en la presentación del libro La siguiente esquina, de Dámaris Disner, el jueves 26 de febrero de 2015, en la Librería del Fondo de Cultura Económica “José Emilio Pacheco”, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
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El martes 24 de febrero cumplí años y de nuevo me sorprendí por tantas felicitaciones, de la mañana a la noche y al día siguiente y al otro y hasta el viernes, que mi amigo y cantautor Toto Ramos, de voz envidiable, nos ofreció un informal concierto en La Puerta Abierta, después de la función y con los poquitos convocados (mi mujer, Dámaris y Los Puerta). Mucha gente se acordó de mí y se tomó la molestia de hablarme, mandarme mails, mensajes o wasap. O me buscó para abrazarme, darme flores y buenos deseos. Mil gracias.
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