Los pequeños Napoleones chiapanecos
Qué premio quiere recibir: El Tlatoani, el Tonantzin, el Yecatl, el Internacional Maya o el Pablo de Tarso; acaso el Maoma de Oro. Hay para todos los cargos, de varios precios, y del tamaño de su necesidad de reconocimiento.
Dice Gonzalio Gamio Gehri en Apuntes sobre la Ética: El hecho de que la comprensión de quienes somos se configure en parte a través del reconocimiento de los otros, nos convierte en seres profundamente vulnerables frente a la ausencia de reconocimiento, o del falso reconocimiento.
Nada parece dibujar de mejor modo lo que en los últimos meses parece haberse desatado entre la clase política chiapaneca. Se trata de una competencia de elogios, autoelogios, premios y reconocimientos a modo, sobre todo entre quienes aspiran a ocupar una candidatura y un nuevo cargo público.
Ejemplo de ello lo encontramos en el “Maoma de Oro” entregado el fin de semana pasado a quien ayer quiso ser Rector y mañana, porqué no, Gobernador; hasta el Premio Internacional Maya comprado por el presidente del partido gubernamental chiapaneco en turno; pasando por el Tlatoani de a 40 mil pesos más gastos de viaje y hospedaje al lugar donde se entregue la estatuilla de falsa plata.
Desconozco si entre los requisitos que los partidos políticos imponen a quienes quieren ser candidatos, este el tener una colección de “premios y reconocimientos”. Quiero pensar que la descomposición de estos institutos no ha llegado a tal grado, y sólo se trata de dar por satisfecha una de las necesidades catalogadas por Abraham Maslow como “del ego o de la autoestima”.
Lo cierto es que la crisis de legitimidad de los gobiernos, partidos políticos y la democracia mexicana, ha hecho que la clase política chiapaneca entre en una desesperación tal que hace que por cuenta propia se coloquen en el escenario de los premios francamente grotescos e inverosímiles; en situaciones que como dice Gamio Gehri, los hace “seres profundamente vulnerables”, emocionalmente vulnerables.
Esto sinceramente no me conmueve ni un ápice, si no fuera por el riesgo implícito de que el síndrome del pequeño Napoleón que ya padecen, los trastorne a grado tal que realmente se crean los emperadores de estas tierras. ¿O será que ya se creen?
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