Definición de tea
El diccionario dice que tea es: “palo de madera empapado en resina que se enciende para alumbrar o para prender fuego”. La palabra es bella porque es breve, apenas tres letras, y dice mucho. Así deberían ser todas las palabras. En tiempos de carencias es bueno saber que existen posibilidades de hacer algo grande a partir de algo tan modesto.
Quién sabe desde cuándo existe la palabra. La primera vez que me topé con una tea fue cuando tenía diez o doce años de edad. Habíamos ido de paseo a los Lagos de Montebello. Mi tío Romeo dijo que entráramos a las grutas y un nativo de la región se ofreció a servir de guía. Entramos a la gruta, el piso era resbaloso, mi mamá dijo que no entraría y dijo que tampoco yo, pero mi tío dijo que no había problema, que él me cuidaría. El nativo sacó dos “palos de madera” del morral que llevaba y los prendió. La estancia se iluminó, con una luz difusa y triste. Quienes seguíamos al guía nos sentamos sobre el piso y fuimos resbalando, porque la gruta descendía; sentí la humedad, que era como una humedad de siglos. No era un frío común. A mitad del descenso me arrepentí. Le dije a mi tío que no seguiría. Está bien, dijo él, y continuaron con su recorrido. Escuché cómo las voces del grupo se iban perdiendo, de la misma forma que se extinguía el resplandor de las teas, que ya parecían dos luciérnagas distantes. Hubo un momento en que, como al principio (y no hablo de tiempos bíblicos sino del inicio del recorrido), todo se hizo oscuridad. Volví la mirada y distinguí a lo lejos la entrada a la gruta, ¡iluminada! Entendí la vocación de la tea.
Comencé a gritar. Grité ¡mamá! Minutos después escuché la voz de mi mamá que, afligida, me buscaba. Ella había entrado sin la luz de una tea. La imaginé caminando con pasos titubeantes, temerosa de resbalar. Entonces, por primera vez en mi vida, decidí subir por mí mismo. En medio de la oscuridad busqué algunos remetidos en el piso y comencé a ascender por la pendiente suave. Le dije a mi mamá que no bajara que ya estaba subiendo. Ella preguntó cómo estaba. Bien, dije. No te muevas, ya voy. Mis manos se aferraban a los huecos húmedos, ligosos. El limo de los años besaba las palmas de mis manos.
Por fin logré salir. Pregunté por mi mamá y me dijeron que ella estaba dentro de la gruta, que había ido por mí. Entonces (ah, qué juego tan bobo) los papeles se invirtieron, caminé diez pasos hacia adentro y grité ¡mamá! Ella respondió que no me preocupara, ya estaba cerca de mí. Otra persona de la comunidad entró y dijo que él iría por mi mamá, prendió una tea y caminó. Halló a mi mamá antes de la pendiente, ella estaba sentada sobre el piso húmedo a punto de comenzar a deslizarse como en un tobogán.
Entendí la vocación de la tea. Desde entonces me gusta la palabra. Es muy sencilla en su constitución, apenas tres letras. Es muy grande en su concepto. La palabra luz también tiene tres letras y esto es lo que logra una tea ¡dar luz! Desde entonces, llevo pegada en mi espíritu la palabra. Por lo regular no entro a laberintos ni a grutas. Soy un hombre que camina por senderos seguros, pero cuando entro a una zona con luz difusa sé que llevo una tea que puede alumbrar mi camino. Sé que su vocación está por encima de su aparente fragilidad.
De manera física jamás he vuelto a estar en contacto con una tea. Las teas son peligrosas. Sé que, como están hechas de fuego, no sólo se emplean para generar luz; he visto algunas escenas donde hombres con el rostro cubierto las emplean para quemar puertas o para prender el fuego donde un hombre, atado a un poste, será quemado.
Me gusta la vocación de la tea cuando está asociada a la luz; la detesto cuando está emparentada al fuego. Me gustan las palabras que son sencillas, las que están construidas con pocas letras, las que tienen por vocación ¡eliminar las sombras de la vida y del corazón!
Excelente, sr. Molinari, excelente