Definición de píloro
Mi prima Eugenia es incapaz de decir una palabra altisonante. Tal vez lo hace en compensación porque su mamá (ya difunta) sí era muy malcriada. Mi tía Eustaquia, así como muchos andan con el Jesús en la boca, andaba con “el pendejo” en la boca. Ella pendejeaba a medio mundo, tanto por acciones buenas como por acciones malas. “Ah -decía- esta Eugenia es una pendeja”, cuando mi prima no pasaba el examen de matemáticas. “Ah -decía- esta Eugenia es una pendeja”, cuando mi prima pasaba el examen de matemáticas. La única diferencia era el tono, en el primer caso era una voz de enojo (encabronada, decía ella), y en el segundo caso era en tono de satisfacción. Fue tanto el pendejeo que mi prima comenzó a llamarse así, ¡de veras!, Pendeja Ruiz. Sus amigas lo tomaron a broma y (caso insólito) dicho sobrenombre se alzó por encima del nombre y sus amigas, en lugar de llamarla Geny, como desde siempre, la nombraron “La Ruiz”, que era como un modo de decir: “Ahí viene la pendeja”. Tal vez por ello, por haber crecido en un ambiente lleno de flores del mal, mi prima es incapaz de decir palabras altisonantes. Cuando está enfadada, enfadada como perra con la cola amarrada en un árbol, ella grita y ofende a su victimario diciéndole: “¡Estulto, horma de píloro!”. Los primos hemos hecho un recuento de las ofensas blandas que ella lanza y concluimos que su máxima ofensa es decirle a alguien “horma de píloro”. ¿De dónde sacó tal palabra? ¡Vaya Dios a saber!
¿De verdad es una gran ofensa? Hasta hace poco a mí se me hizo simpática su ofensa, pero ignoraba qué nombraba tal palabra. Siempre pensé que designaba a una parte del cuerpo (¿sólo humano?) como el páncreas o el timo, pero no tenía la precisión. El diccionario dice que píloro es “la válvula inferior que conecta el estómago con el duodeno”. Es como una llave de paso que impide que la comida se vaya al intestino delgado antes de que se haya hecho una buena digestión. ¡Ah, qué maravilla! Es como una abrazadera maravillosa, un prodigio de la naturaleza. Pobre mi prima Eugenia, tal vez no sabe bien a bien qué nombra tal palabra. Porque si se ve bien ella no ofende, al contrario, cada vez que grita “¡hormota de píloro!” está diciendo: sos un prodigio de la naturaleza. Pero, como los ofendidos tampoco (deduzco) saben bien a bien qué función cumple el píloro se engarrotan como aves zancudas, se paran en un pie (como si fuesen alumnos del maestro Miyagi o fuesen grullas) y responden encolerizadas: “Y vos, carota de mi culo”. Ah, pobre mi prima. Pobre, porque sigue siendo objeto de burlas y de puyas malcriadas. Nosotros (sus primos) le hemos enseñado que no se deje, que les diga: “caras de chayote con púas de mierda”, pero ella (pobre) no se atreve a decir palabras altisonantes, a lo más que se arriesga es a decir: “¡nariz de duodeno!”. Pensamos que ya es un avance, porque ya anda por la tripazón y poco le falta para llegar al culo. Tal vez algún día, ya muy molesta, ya con aires de convertirse en Hulk, pueda, cuando menos, gritar: “Caras de ano”.
Los ofendidos se molestan con ella porque desconocen el significado real de la palabra píloro. Nosotros (sus primos) hemos coincidido en que la palabreja en cuestión no suena mal para ofensa. Si se dice con énfasis, con un enojo de caimán entripado, puede resultar más ofensivo que decir pendejo. Si algún jugador de fútbol falla el penal, un aficionado puede, perfectamente, levantarse de su asiento y, con manoteos, gritar: “¡Píloro!”. Como en caricatura todo mundo quedará mudo y volverán la vista para ver al que gritó tal cosa. El propio jugador mirará a la tribuna y abrirá los brazos en señal de ¿qué? Sí, la palabra, con la entonación correcta, bien puede funcionar como ofensa. En lugar de gritar ¡puto!, a la hora del despeje, los aficionados bien pueden gritar ¡píloro! al portero.
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