A grandes males, grandes remedios
Los datos que arrojan los diversos rankings académicos de Latinoamérica en 2013, son apabullantes para México. Son noticias que se confirman para el año 2014, con ligerísimas variaciones. Las diez mejores universidades latinoamericanas son: 1. Universidad de Sao Paulo, 2. Pontificia Universidad Católica de Chile, 3. Universidad Estadual de Campinas (Brasil), 4. Universidad de los Andes (Colombia), 5. Universidad de Chile, 6. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 7. Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, 8. Universidade Federal do Rio de Janeiro, 9. Universidad Nacional de Colombia y 10. Universidad Federal de Minas Gerais (Brasil).
Dentro de estas diez primeras, hay cuatro universidades brasileñas, dos colombianas y dos mexicanas. La UNAM no es ni con mucho la mítica mejor universidad de Latinoamérica, aunque sí, la obesa y macrocefálica por excelencia. Las mejores están en Brasil y punto. Dentro de las primeras cien sin embargo, se encuentran adicionalmente, doce universidades mexicanas: Instituto Politécnico Nacional (lugar 16), Universidad Iberoamericana (27), Instituto Tecnológico Autónomo de México (31), Universidad Autónoma Metropolitana (33), Universidad de las Américas Puebla (48), Universidad de Guadalajara (60), Universidad Autónoma de Nuevo León (61), Universidad Anáhuac (74), Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (77), Universidad Autónoma del Estado de México (79), Universidad Autónoma de San Luis Potosí (93) y Universidad Autónoma de Guanajuato (99).
La Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH) no aparece ni en la lista de las primeras 200… aunque sí varias contemporáneas, o de tamaño más modesto. La Universidad de Colima, la Universidad Nicolaíta (Michoacán), la de Baja California, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, la Universidad de Aguascalientes fundada en 1973, la Universidad de Campeche creada en 1989, la Universidad de Quintana Roo iniciada apenas en 1998 y la cereza del pastel: la Universidad Autónoma Metropolitana, señalada arriba, fundada al igual que la UNACH, en 1974. Es más, ahora mismo, la UNICACH, la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas ―más pequeña y joven― es de mayor calidad, mejor desempeño y más exitosa que la UNACH, si nos atenemos a los valores académicos cuantificables.
La UNACH, la de mayor experiencia y vida, mi universidad, la de mi formación… a la que he dedicado mi vida exclusivamente desde finales del 2002; a la que deseo ofrecerle hasta el último aliento y quizá hasta algún bien material, es ahora, una de las peores universidades públicas del país. Da pena reconocerlo pero es la verdad… aunque la sabiduría popular recomienda que nadie, nunca, en su sano juicio, debe hablar mal de su cabalgadura.
Durante la administración anterior (2011-2014) declinó substancialmente su rendimiento, eficiencia y calidad académica. Ello a pesar de ferias, festivales, celebraciones, edificios nuevos, financiamiento adicional por parte del Congreso de la Unión, Proyecto Cactus desde 1998, prensa pagada y harta, festiva publicidad. Ahora, aunque desde siempre, ha habido simulación en la acreditación de sus programas educativos. Las recomendaciones de los organismos evaluadores son letra muerta y el modelo educativo impuesto ha terminado por no convencer a nadie.
Se han abierto carreras virtuales tan sólo para justificar la contratación de amigos e incondicionales. Es flagrante la pulverización del esfuerzo académico en especial en pedagogías, veterinarias y contadurías. Se han establecido “centros de investigación y desarrollo” y planteles absolutamente deslocalizados, tan sólo para congraciarse con los gobiernos en turno. No cuadran las cuentas de los profesores con perfil PROMEP. No existe una verdadera política institucional de fomento a la investigación científica: los 70ytantos profesores que dedican una parte de su tiempo a hacer investigación, han sido incorporados al Sistema Nacional de Investigadores, por méritos y esfuerzos propios; en varios casos a pesar de las oficinas y los burócratas de la propia Universidad.
No existe una clara política institucional de programas de pregrado y posgrado para la formación de recursos humanos, coincidente con las necesidades de la gente y el territorio (del sur de México e incluso Centroamérica). Tampoco una política editorial que privilegie investigación, desarrollo y coedición con editoriales de prestigio. Es evidente la desproporción de la burocracia universitaria respecto del tamaño de las áreas substanciales, operativas. Plazas y recategorizaciones forman parte del coto exclusivo de quien ejerce como rector, al igual que nóminas confidenciales, aviadores y gastos discrecionales. El desvío de recursos públicos es pan de cada día. De corrupción, negligencia e incapacidad intelectual son acusadas la mayor parte de los funcionarios de la Universidad. Gobiernan la Universidad personajes, familias y cacicazgos.
No hay información substancial evaluable, disponible. Las estadísticas de la universidad no existen, o son extemporáneas, inconsistentes y hasta contradictorias. En la páginaE de la universidad aparece el título de diversos rubros explicativos, sin información ninguna, como en el caso de la sección Proyecto Cactus Pemex. No hay por ninguna parte información sobre plantillas, contrataciones, sueldos, ingresos, egresos, deudas, cuentas pendientes; tampoco sobre diversas fuentes de financiamiento, usos, destinos, refrendos, etcéte
De ahí el título inicial de este texto: “A grandes males, grandes remedios”, pues urge a la Universidad su refundación. Necesita una verdadera reforma institucional; a su marco jurídico, a su diseño institucional y a su ingeniería de procesos. Urge incorporar el perfil académico y las habilidades pertinentes en la designación, al menos, de los puestos substanciales: Secretaría Académica, Investigación y Posgrado, Extensión Universitaria y Dirección General de Planeación y… algo obvio mi querido Watson: 1. Conocer y difundir a la comunidad universitaria, el estado deplorable en que se encuentra la institución, en términos académicos, administrativos y financieros, y 2. Parar el modelo que sigue la formulación del “proyecto académico”, mientras se forma una comisión organizadora y redactora del mismo, integrada por técnicos de la planificación universitaria, aunque también, miembros de la comunidad académica.
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