La noche es el esqueleto de la luz
Casa de citas/ 203
Sueño que la industria discográfica no está en crisis y que por cada disco se construye una casa. La casa es el disco. Alguien me recomienda oír el de RuiDaldo, un cantante centroamericano al que, en mi sueño, recién mataron a balazos.
Hay otros discos a los que se puede entrar en parejas o en grupos pero en éste hay que ingresar solo. Los interesados debemos mandar un código a un sitio de Internet y al llegar al lugar físico poner ese código en un teclado de la pared, que es una suerte de orden de entrada para que se abra la puerta del edificio de diez pisos.
En el primer piso hay un saloncito con sillones mullidos. Se oye el zumbido del elevador y sale de él RuiDaldo, vestido con jeans y una camisa blanca. Entra la música y empieza cantar una especie de bolero, nada rebuscado, que de un rondón, como decía Cortázar, nos mete a la historia de tajadas sentimentales. En el segundo nivel lo hallo soñando (sentado, con los ojos cerrados) y puedo ver su sueño, que es lograr el amor de una ingrata: ni siquiera echársela, nomás besarla. Cursi el asunto.
Podría prescindir de los demás pisos, porque quien me recomendó el sitio me dijo que lo sorprendente es el piso décimo. No quiso decirme por qué. Llego al final y la estancia está a oscuras. Silencio. Bajo sonido de violines, la luz comienza a encenderse lentamente. Una alberca. RuiDaldo está en ella, de espaldas, no con un traje de baño, sino con una trusa blanca, cosido a balazos. Una densa mancha roja en el agua rodea su cuerpo y pequeños pistilos rojos caminan hacia todos lados del estanque.
Comienza a cantar y poco a poco da la vuelta. Lo veo de frente. Tiene los ojos en blanco y un tiro de gracia en medio de los ojos. Lívido rostro. Canta una canción de dolor, que no logro entender, porque los labios no son capaces de abrirse lo suficiente como para articular palabras. Parece una broma de pésimo gusto. Eso estoy pensando cuando siento un empujón que me hace caer al agua. Allí me doy cuenta que debajo de esta alberca hay más agua, un inmenso cajón que baja y baja. Muchos cadáveres le hacen coro a RuiDaldo y ahora sí entiendo lo que dicen. Nado debajo del agua y me siento caer, caer, caer, buscando el fondo…
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Leo Teatro sin fin (tragedias, comedias y mimodramas), compilación de trece textos dramáticos y cuatro teóricos (Siruela, 2007), de Alejandro Jodorowsky, en los cuales pueden verse las muchas virtudes y los varios defectos de este inmenso creador, de este artista.
Tal vez por su intencionalidad de que el arte cure, a veces sus textos caen en la absoluta extravagancia y en la saturación. El video que acompaña el volumen es el mejor ejemplo; muestra dos efímeros pánicos de los 60 y al margen de que a mí me parezca abominable el maltrato y la muerte de animales en escena (gallinas, culebras, tortugas) y aunque aquí haya un texto descriptivo (p. 390: “El viejo, desnudo, se revuelca en un baño lleno de lodo luchando lúbricamente con una enorme puerca”), interpretativo, justificante, me parece que cargarlo de tanto (depilaciones púbicas, embarres en el cuerpo, trajes estrambóticos, música estridente y mil accesorios) vuelve ridículo el espectáculo. Y no da miedo, sino repugnancia verle jugar con una cabeza de cerdo, por hablar de algo específico.
Eso pasa con muchos de los textos de Teatro sin fin donde estira tanto el lazo de la incongruencia, de la ilógica, de lo exagerado (ya se sabe, el arte no tiene que ser congruente ni lógico) que terminan siendo muy poco disfrutables los patéticos intentos de “asustar” al público. “Pedrolino” e incluso “Sangre real” (en la raya de la exageración), destacan; “Zaratustra”, brilla; lo demás está a la mitad de la genialidad y la basura, desde mi punto de vista.
Pero estamos ante un hombre inteligente, lleno de ideas, de enseñanzas, de líneas magistrales (el bello título de esta columna es una línea de su obra “La princesa araña”). Aquí, algunas. Dice en “Escuela de ventrílocuos” acerca de los aprendizajes vitales (p. 88): “Si la semilla no se sumerge en el pantano, ¿cómo puede nacer el loto?”
Es de “Hipermercado” esta idea (p. 132): “La Verdad es una puta: cuando no la sostiene la Razón, se hace amante de la Fuerza”.
Y en “Sangre real” dice (p. 249): “Si el alma fabrica sueños, el cuerpo fabrica gusanos. Los sueños se esfuman, los gusanos permanecen. Ellos son los verdaderos reyes”.
En “Zaratustra” escribe algo que yo he dicho muchas veces en el teatro (pp. 286-287): “No sé para qué sirve la vida, pero formo parte de ella. Soy la vida… Acepto que no puedo conocer, porque conocer es separarse y estoy tejido en el mundo… Sabré cuál es mi tarea una vez la haya cumplido. ¿Por qué? ¿De dónde? ¿Hacia dónde? ¿Para qué? Preguntas inútiles. El universo no tiene tiempo de detenerse a contestar”.
Dice en “¡Sacar el teatro del teatro!”, uno de sus textos teóricos (p. 320): “El teatro es efímero, nunca una representación puede ser igual a otra. Es un arte que se disuelve en el remoto pasado en el momento mismo de crearse”.
Y en “Efímeros pánicos”, otro ensayo (p. 328): “El teatro debería basarse en los que hasta ahora han sido llamados ‘errores’: percances efímeros. Aceptando su carácter efímero, el teatro descubrirá que es ese carácter lo que lo distingue de cualquier arte. […] El único rastro que debe dejar será el que imprima en los seres humanos, y se manifestará en ellos a través de un cambio psicológico. Si el objetivo de las otras artes es crear obras, el objetivo del teatro será cambiar directamente a los hombres. Si el teatro no es una ciencia de la vida, no es un arte”.
De “El mirón convertido” es este epígrafe de Farid al-Din Attar (p. 377): “El universo del Amor sólo tiene tres caminos: el Fuego, las Lágrimas y la Sangre”.
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Leo El rastro de la experiencia: Juan José Díaz Infante (Unicach, 2000), de Omar Gasca, que es un ensayo-entrevista sobre la personalidad y la obra de este fotógrafo, quien también hace música y varias cosas más.
Me encantó el epígrafe: “Cuando Tosltoi era un niño formó con su hermano un club exclusivo. Para ser miembro de él, el aspirante debía mantenerse de pie en un rincón del cuarto y no pensar en un oso blanco”.
Dice Díaz Infante (p. 71): “Es el mismo primer paso el que se da para ir al baño que el que se da para escalar el Everest”.
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Señora de extracción rural, de unos 60 años, acompañada por hombre de campo de unos 35, me cuenta.
—Me separé de mi primer marido, que era muy violento. Encontró a un su padre y le dio de balazos. Quedó paralítico. Lo dejé. Después me junté con éste (lo señala), no lo quiero y nunca lo he querido, pero ya no aguantaba la soledad.
El hombre sonríe, compresivo.
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El pasado es sólo una historia que nos contamos
Spike Jonce,
en “Ella”
Vi dos películas al hilo, sin planearlo, donde el actor principal es el talentosísimo Joaquin Phoenix (en las dos es acompañado, es curioso, por la actriz Amy Adams): The Master (2012), de Paul Thomas Anderson, y Ella (Her, 2013), de Spíke Jonce, donde además está la caricia auditiva de la bella Scarlett Johansson.
Reviso la cinematografía de Spike Jonce y me doy cuenta que he visto todas sus pelis, y todas me han gustado. Sin duda, ésta, la más reciente, donde es también el único guionista, es la mejor, la más ambiciosa artística y humanamente.
El personaje de Phoenix contrata un sistema operativo muy inteligente, con la voz cálida y excitante de la Johansson, y se enamora de ella. Su única amiga (Adams) le pregunta:
—¿Sales con un Sistema? ¿Qué se siente?
—Es maravilloso, de verdad.
[…]
—¿Te estás enamorando de ella?
—¿Eso me vuelve un fenómeno?
—Todo el que se enamora es un fenómeno.
Samantha, como decide llamar al Sistema, es distinta al ser humano, pero le intenta enseñar al hombre sobre sentimientos: “El corazón no es una caja que se llena. Aumenta de tamaño entre más amas”.
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Dice Bruce H. Lipton, doctor en biología, en el prólogo de La biología de la creencia, un libro del que aprendí mucho (p. 5): “La carga genética de todo ser viviente no sólo no determina las condiciones biológicas en que se va a desarrollar, sino que ni siquiera es el factor condicionante fundamental. Lo que le condiciona como organismo vivo es su entorno físico y energético”, y (p. 6): “No somos víctimas de nuestros genes sino los dueños y señores de nuestros destinos”.
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Mi amigo Marco Antonio Besares Escobar me regaló el Rial Diccionario 2015 y la Rial Agenda 2015. Mil gracias.
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