El frío abrazo del cosmos
Casa de citas/ 204
La imaginación es más importante
que el conocimiento
Albert Einstein
Gabinete de curiosidades. Mis cuadernos, colecciones y otras obsesiones (Editorial Norma, 2014) es el libro que en gran formato y a todo lujo publicó Guillermo del Toro, con la colaboración de Marc Scott Zicree. Es un objeto bello, muy bello.
En estas páginas cuidadísimas, llenas de fotografías (obras de arte, objetos, su casa-museo pletórica de mil extravagancias artísticas, textos autógrafos y dibujos de sus cuadernos), podemos enterarnos de la vida y la obra de este justamente célebre cineasta mexicano.
Dice James Camerón en el prólogo (p. 8): “Los cuadernos de Guillermo del Toro se han comparado con los códices de da Vinci y con razón: ambos son representaciones del proceso creativo de un genio único de su época y quizá de todos los tiempos. No existe nadie más en el panorama cinematográfico que pueda siquiera compararse con él… […] Es un artista con una visión enorme y precisa que simplemente trabaja en el lienzo más técnicamente complejo y culturalmente dominante de nuestra época, las películas”.
Del Toro habla durante todo el libro, en entrevista (p. 11): “Ten curiosidad y hambre y asómbrate siempre ante el mundo”; (p. 13): “Me interesa la superficie y lo que hay bajo ella”.
He visto todas, sin excepción, las películas de Del Toro y algunas varias veces, de modo que leer sobre su gran conocimiento de la literatura (cita con soltura a Shakespeare, Borges, Lovecraft), la pintura (hay un apartado donde habla de sus pintores favoritos: Goya, Manet, Vermeet, Julio Ruelas y los simbolista Rops, Böcklin, Redon y Schwabe), el cómic y por supuesto el cine, sin excluir la ciencia, la psicología, etcétera, no me pareció nada extraño.
Bleak House, una casa primero que se extendió a un edificio después, es un lugar con muchas salas y (p. 31) “es la segunda residencia de Guillermo y su lugar de trabajo, su obra maestra, su ático abarrotado, su orgullo y su alegría, con más de 550 obras de arte originales”. Las fotos de la residencia son impresionantes, en vivo debe ser un alucine.
Dice Del Toro, hablando de personajes cinematográficos y del hombre en general (p. 56): “¿Por qué entronizar el mito del superhombre perfecto e infalible cuando es más bonito saber que la humanidad capaz de crear belleza pertenece a la misma especie falible que crea el horror y la miseria?”
Y sobre su trabajo, su vocación (p. 56): “Cualquier cine que intente ser honesto no teme asumir que no es la vida”; “como decía René Magritte, ‘la vocación del arte es el misterio’ ”.
Sus pilares de la literatura del terror son, y se refiere por separado a cada uno de ellos, Mary Shelley, Arthur Machen, H. P. Lovecraft y Poe, del que dice (p. 67): “Sabía que un hombre racional y bueno dominado por los demonios podía clavar un cuchillo en el ojo de su gato más querido para arrancárselo. Podía estrangular a un anciano o quemar vivos a sus enemigos”.
Hace algún tiempo platicaba con mi amigo Sarelly Martínez sobre los pintores que nos impresionan porque se les ve en el cuadro, en la seguridad o inseguridad de las rayas, en las pinceladas. Hablamos de algunos cuadros de Picasso y de otros; sin embargo, coincidimos en la impresión que nos causó conocer, ver de cerca la obra de Van Gogh (fuimos, cada quien en su momento, al museo de Amsterdam, donde está o estaba tal vez la más completa de sus colecciones) y sobre él dice Del Toro (p. 73): “Cuando ves un Van Gogh en vivo, resulta impresionante el grosor de la pintura. Puedes imaginártelo a él casi incapaz de contenerse antes de dar otra pincelada cargada de pintura”.
Las páginas de sus cuadernos, que ocupan buena parte de este enorme y lujoso libro, están llenos de dibujos, diseños, notas sobre sus películas, ideas, todo (p. 120): “No puedes tomarle el pelo a un estúpido. Nunca se dará cuenta de que le estás tomando el pelo”; (p. 146): “Muestra, no expliques”; (p. 176): “Creo en dos cosas: Dios y el tiempo. Ambos son infinitos, ambos reinan supremamente. Ambos aplastan a la humanidad; (p. 243): “El hada oscura odiaba al príncipe porque lo amaba con pasión”.
(Mientras escribo estas líneas, tengo el libro abierto sobre una silla alta, al lado de mi escritorio, y voy pasando las hojas para leer mis subrayados y ver si quiero o no compartirlos; muevo mi brazo y el libro se cierra violentamente: vuela un grupo de tortolitas –su sonido es como de campanitas de papel– que estaban casi a mis pies y no me había dado cuenta.)
Dice Guillermo (p. 240): “La famosa ley de Sturgeon dice que ‘El noventa por ciento de todo es mierda’. Yo vivo según la ley de del Toro, que dice, ‘El diez por ciento de todo es genial’ ”. Creo que una idea de esta misma página puede ser un buen final para mi columna (el libro sigue), cuyo título, cómo no, es también de este tapatío genial: “Lo único que sé es que el odio acorta la vida y la amarga. Y cada vez que puedes dar amor, das amor, si puedes; y no siempre se puede, es decir, no soy un cándido teletubbie, soy un ser humano, ya sabes. Hay gente a la que odio y gente a la que amo”.
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Compré en un súper una colección de libros compilatorios (baratísimos, bien editados) de poesía de varia temática. En Poesía española siglos XV, XVI y XVII (Edimat libros, 1999) me llama la atención que vuelvan españoles a dos de nuestros grandes orgullos nacionales: Juan Ruiz de Alarcón y Sor Juana Inés de la Cruz. No importa.
Me gusta la poesía antigua, sus temas, sus formas, sus nombres olvidados. Me encantaron estos versos de Luis Barahona de Soto (p. 130): “Y que ablandaste un corazón de acero,/ que se templó en mis ojos, hechos río”, y estos otros de Tirso de Molina (p. 173):
Calle el alma lo que siente
porque sienta lo que calla,
que amor que palabras halla,
tan falso es como elocuente.
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Una mujer se enamora locamente de un hombre y lo persigue a donde vaya, le da dinero (que a veces él acepta, que a veces desprecia), le consigue prostitutas y le jura que le dejará tener todas las amantes que quiera con tal de que viva junto a ella. Él no acepta tanto amor enfermizo y ella va perdiendo la cordura, hasta terminar sus días en un manicomio.
Una película basada en esta historia sería un melodrama insufrible si no fuera que la dirigió el genial François Truffaut, actúa en ella la bella y espléndida actriz Isabelle Adjani y está basada en los diarios de una mujer cuya particularidad era, nomás, ser hija de Víctor Hugo. La cinta se llama El diario íntimo de Adèle H. (L’Historie d’Adèle H., 1975) y es perfecta.
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Sobre las palabras arte y artista pesan siglos de trampas acumuladas
Pérez-Reverte
Supongo que por prejuicios no había leído nada de Arturo Pérez-Reverte. La única novela suya que he comprado se llama El pintor de batallas (tengo sin leer, me la dio hace tiempo Arcadio Acevedo, La reina del sur) y me gustó mucho. Hay, me parece, por lo menos en el principio y en casi todo el desarrollo, algo que parece falso en el encuentro del pintor, Faulques, con Ivo Markovic, su aparente enemigo, que resuelve muy bien con un final que deja sueltos varios cabos, pero que, con ello, paradójicamente, vuelve lógico lo que no parecía.
Faulques, inicialmente fotógrafo de guerra, es compañero amoroso de Olvido, experta en arte, con quien habla de esa materia eterna (p. 111): “Antes, decía ella, el arte era la única historia donde triunfaba la justicia, y donde al final, por mucho que tardasen en llegar, siempre ganaban los buenos; ahora no estaba seguro de eso”; y de amor y posesión (p. 242): “El hombre […] cree ser el amante de una mujer, cuando en realidad sólo es su testigo”.
Y con Markovic, Faulques piensa y habla de la guerra (p. 281): “No era posible fotografiar el peligro, o la culpa. El sonido de una bala al reventar un cráneo. La risa de un hombre que acaba de ganar siete cigarrillos apostando sobre si el feto de la mujer a la que ha desventrado con su bayoneta es varón o hembra”.
Como las buenas novelas, ésta de Pérez-Reverte es un estudio del alma humana.
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En Textofilia, anuario de literatura y arte 2010-2011, leo otras dos opiniones sobre arte y guerra. En Lejos de Esparta, fragmento de novela de Guadalupe Nettel, dice (p. 16): “Los artistas en general me parecen gente frívola cuyo único interés es comparar el tamaño de sus egos”, y en la entrevista que hace Alfredo Núnez Lanz a esta autora mexicana dice (p. 69): “Antes de provocar guerras mundiales, los tiranos fueron personas comunes y corrientes que amasaron en la intimidad grandes dosis de resentimiento, odio y megalomanía. En alguna habitación húmeda y mal oliente creció Franco o Mussolini”.
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