Definición de cómodo
De acuerdo con el diccionario, algo cómodo es algo que proporciona bienestar o una labor que requiere poco esfuerzo. Si vemos a nuestro alrededor constatamos que hallar el nivel óptimo de lo cómodo es difícil. De hecho, en la naturaleza no existe tal concepto. ¿Una vida cómoda? ¿Alguien la tiene? ¿Alguien puede decir que ejerce un oficio cómodo? En los hospitales existe un chunche que le llaman “cómodo”. ¡Ah, qué ironía! La pobre tía Ausencia llamaba a Eugenia y pedía: “Traeme el ‘incómodo’”. Pobre la tía, debía levantarse con dificultad y colocar debajo de sus nalgas esa especie de bacinica de plástico que alguien, en afán masoquista, designó como cómodo. Al ver los malabares que hacía la tía para colocarse tal objeto, el tío Roselio dijo que el cómodo incomodaba a medio mundo.
La vida no es cómoda. No lo fue desde el principio. Una tarde, en el patio de su casa, mientras su mamá preparaba un guacamole (cosecha del mismo sitio de la casa), Rosita me confió su primera experiencia sexual. Fue en el asiento posterior de un carro, un Volkswagen setenta y dos que era de Romeo, su novio. El carro era modelo setenta y dos, pero Rosita era modelo dos mil, porque era el mes de febrero del dos mil (días antes, el día de San Sebastián, había cumplido los dieciocho). Ella (qué comportamiento tan raro) había jurado que en cuanto cumpliera los dieciocho, en lugar de ir corriendo a tomarse la foto para la credencial del IFE (en ese tiempo) correría a los brazos de Romeo para que la hiciera suya (así se lo dijo, como si fuese actriz de telenovela). Pues el día llegó (más bien la tarde) y Rosita dejó que Romeo (allá por el rumbo de Los Lagos, en un ranchito que tenía su papá) metiera mano de más. Fue en el asiento posterior del carro, insistió Rosita. Cuando le pregunté por qué no habían entrado a la cabaña del ranchito, ella alzó los hombros en señal de que no sabía por qué, y, de nuevo, insistió en que había sido en el asiento posterior. ¿Y?, pregunté. Y nada, dijo ella, fue la cosa más incómoda del mundo. De hecho, me confió acercándose más a mí y bajando la voz, mucho más, seguí siendo virgen. No hubo penetración. Rosita, ya riéndose, dijo que cuando Romeo pensó que ya había logrado la introducción (Rosita sintió el pene en medio de sus muslos) ella comenzó a decir: sí, así, así, hazme tuya (era experta en frases telenoveleras) y Romeo no pudo más y se corrió. Fue tan incómodo, me dijo Rosita, que lo aventé. Romeo cayó al piso y se fracturó el brazo izquierdo. El regreso de Los Lagos fue toda una odisea. Rosita gastaba kilos y kilos de papel higiénico en intento de limpiarse los muslos, Romeo se lamentaba por la fractura y manejaba y cambiaba velocidades sólo con el brazo derecho. Entonces, pregunté, ¿cómo resumirías tu primera vez? “Pues, diría que Romeo nada resumió. Fue muy incómodo, sí, de la chingada”, dijo e hizo silencio porque ya la tía se acercaba con dos platitos para luego servir el guacamole sobre tostadas pequeñas, bien doradas.
Lo que a Rosita le sucedió no es una experiencia inusual. Por lo regular, la vida es incómoda. A veces hay que soportar conferencias aburridas sentados en duras sillas de madera; a veces hay que correr y correr de un lado a otro en busca de un sanitario porque nos ganan las ganas de hacer pis; a veces hay que estar horas y horas en medio de un bloqueo carretero, con la prisa de llegar a tiempo para la cita en la Secretaría; a veces hay que pedir auxilio, a mitad de la carretera, porque una llanta del auto se ponchó y la llanta de repuesto también está baja; a veces hay que soportar dolores de muela, porque es domingo y no hay un solo médico. La vida es incómoda. ¿Quién ejerce un oficio cómodo?
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