Voces Vivas de Robertoni Gómez

   El mural de arcilla Voces Vivas del escultor chiapaneco Robertoni Gómez, sintetiza el testimonio del dolor y  la angustia de las 45 víctimas de la matanza de Acteal, en este lunes conmemorativo  de los 17 años de la matanza.

    La obra  que se expone el Museo del Café de Tuxtla Gutiérrez, por tiempo indefinido, es  también una denuncia petrificada  contra ese hecho tan violento que conmovió al país. Es además  una alerta entre tantos focos del México actual.

 Voces Vivas  refleja el dolor mortal de Acteal, la insolidaridad, la impunidad y el olvido institucional en el cual ha caído el asunto con la liberación de los últimos responsables materiales y la absolución de los autores intelectuales.

  La obra de Robertoni convoca a la reflexión ciudadana sobre los orígenes de la violencia humana, la intolerancia y la exclusión.

   Las bocas y los ojos desorbitados por el terror, que impregnan de una atmósfera de aflicción a   Voces Vivas, trasmiten la complicidad criminal del Estado mexicano con los criminales que segaron la vida de los tzotziles.

     El mural, una obra de formato de 5.6 por 2.65 metros con su relieve de cuerpos y rostros compungidos por el dolor y la angustia de la muerte destella   la impiedad y el abandono de que el gobierno es capaz cuando defiende razones  de Estado.

    Las arcillas de Robertoni  nos muestran cómo se conjugaron las piezas del poder   para exterminar a un grupo de ciudadanos que reiteradamente demandó la intervención del gobierno para evitar el desenlace fatal.

   Acteal como Ayotzinapa tuvo un embrión parecido, incluso  el número de víctimas es semejante. En ambos casos  estuvo  el complot institucional para acallarlas voces  vivas reclamantes que representaban una molestia y un supuesto riesgo para el Estado.

   En palabras de Robertoni, la obra resume y rezuma la angustia y la desesperación instantes antes de que las balas y los machetes atravesaran los cuerpos, despatarraran  vientres y estallaran cráneos.

    La consumación de Acteal fue la barbarie  con su consigna resonante aún: que se maten y los maten, total son indios.

   De ahí que familiares, parientes y compañeros de los normalistas de Ayotzinapa estuvieran en la conmemoración  de Acteal, porque como los indígenas, ellos también enfrentaron y padecieron la crueldad del Estado: déjenlos que son rijosos y revoltosos, refiriéndose a la esencia histórica y revolucionaria de la escuela Raúl Isidro Burgos.

   Con el asesinato de 45 indígenas el Estado mexicano arrancó de cuajo uno de los acteales ( árboles lacustres que personifican al dios naturalista Acteal, dador de la vida, según la cosmogonía tzotzil), pero lo fructificó  con la reflexión y la conciencia de los pueblos indígenas de México y el mundo.

    El mismo hachazo asestado por el ogro ciego, sordo y mudo del poder a la genealogía de Acteal es el  cimbró también a Ayotzinapa.

   La sombra de los árboles y de las aulas donde se enseñan las ideas y los procesos de cambio no se derriban con la fuerza bruta de verdugos, por mucho que zarandeen es cierto, logran  tirar sus frutos, pero al final sus semillas incuban nuevos linajes de lucha.

   De ahí que la idea del escultor chiapaneco de plasmar la tragedia de Acteal en  un  mural de arcilla es destacable por muchas razones.

   Entre éstas porque el barro cocido con su drama de dolor que no cesa nos comunica como si se trata de un libro abierto en muchos idiomas.

  La arcilla como los documentos antiguos, es un material duradero y  la obra podría   resistir y soportar el paso del tiempo como un testimonio  histórico casi imperecedero.

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