La sexodicha
Casa de citas/ 197
Hubo un momento en que el gran Juan José Arreola dejó de escribir y casi todo lo concentró en un incesante y espléndido monólogo (hizo programas de televisión, dictó sus memorias, etcétera). Es famoso su encuentro con Borges y la respuesta de éste cuando le preguntaron sobre la charla que sostuvieron: “Pude intercalarle algunos silencios”, dijo el autor de El Aleph en alusión a lo imparable que era don Juan José cuando tomaba la palabra.
Sara más amarás. Cartas a Sara (Joaquín Mortiz, 2011), de Juan José Arreola, nos muestra al humano antes que al escritor, el hombre que estaba enamorado del lenguaje (el título del libro es un palíndroma), del teatro y de una mujer, Sara, que fue compañera de su vida y madre de sus tres hijos, editores del volumen.
El libro da la voz a Sara, en cada entrada de capítulo, y ella habla de la primera vez que le habló Juan José (p. 15): “Dijo el rollo que echan todos los hombres, ya no me acuerdo, parecía hervor de olla”.
Claudia, una de sus hijas, escribe (p. 34): “Somos animales que necesitan conocer los días en los que sus padres sostuvieron una correspondencia táctil y verbal, la danza que en medio del azar nos dio sentido y lugar en el mundo” y cuenta de una vez que encontraron a François Miterrand en una librería de París. Su padre la llamó (p. 36): “Me asombré cuando vi que estaba en la puerta con Miterrand. Llegué y mi papá dijo: ‘mira Claudia, quiero presentarte al presidente de Francia’ ”.
Dice Juan José a Sara (p. 51): “Las cartas que yo te escriba no tienen otro mérito que el de ir dirigidas a ti. Las envidio porque llegan hasta tus manos y ocupan por un momento tu atención”. Y también (p. 63): “Me gusta que desconfíes de todo, aunque a mí me toca aspirar a tu confianza. Así tendré mayor empeño en convencerte. Y la fe de una incrédula vale más que la de cien creyentes”.
Sara y sus hermanas eran reconocidas (p. 106): “A diferencia de otras mujeres, las Sánchez sabían lo que querían de la vida. Eran parsimoniosas, no muy apasionadas. Sin embargo, con el que se casaban lo hacían hasta morir, hasta las últimas consecuencias. Sabían de los pactos del corazón, se reconocían solidarias y compañeras. Nacieron afinadas”.
María Elena, hermana de Juan José, fue muy importante para la vida y vocación de su hermano. En una de las cartas le escribe (p. 109): “Ejercítate, quizás algún día podrás escribir, con una plumita aunque sea regular, un estilo ágil y variadito ya se hace algo, la decadencia se presta y si no fíjate cómo en los periódicos y las revistas se cometen tantos crímenes de lesa literatura. Yo por supuesto quisiera que salieras de los mejores. Sé bueno, Juanito, procura también embellecer tu corazón. Ejercita tu bondad, sé generoso”.
Sara dice en entrevista de Juan José (p. 127): “Decía que lo que más le gustaba era cómo lo escuchaba yo, pero lo que pasa es que no me dejaba hablar”.
Juan José le escribe a Sara (p. 177): “Las palabras no han servido para manifestar lo que hay de grande y profundo en mi amor. A veces me dan grandes deseos de escribir solamente esas palabras eternas y simples. Te quiero, te quiero; y encomendarles a ellas que te describan el paraíso de amor en que yo vivo”.
Pide ayuda a su papá para datos (chismes los llama) que quiere incluir en La feria, su única novela, y le dice casi al final (p. 229): “Realmente, hasta ahora ha sido un padre a toda madre”.
En la “Despedida” los hijos editores dicen (p. 265): “Estas cartas constatan que en algún momento de aquellas existencias llegaríamos al mundo para contar cuanto se amaron Sara y Juan José”.
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El escritor siempre compra aretes
para el que no tiene orejas
M. Pavić
Es un regalo leer a Milorad Pavić (1929-2009). Las historias de Siete pecados capitales (Sexto Piso, 2003) enlazan a los lectores (que son un personaje), a los personajes de otros libros de Pavić y al propio autor. Lo hacen con naturalidad, sin petulancia, con la certeza de un oficio que se quiere y se domina. Su prosa poética es música para el oído. Así empieza (p. 13): “Los pensamientos humanos son como cuartos. Entre ellos hay salas lujosas y cuartuchos saturados”.
La segunda historia, “El manantial mágico”, es casi un ensayo sobre Pavarotti, sobre la magia de su canto. Popaz, “apuesto cachetón”, y músico soberbio dice a una de sus amantes (p. 33): “Tú no tienes saliva para ser cantante. Las verdaderas cantantes tienen una saliva especial de ‘pura sangre’, que a ellas les resulta dulce mientras cantan, pero a quienes las besan no. Y esa ‘saliva dulce’ se oye, alma mía, en cuanto abren la boca. El aliento que inhalan y exhalan depende de esa saliva mágica”.
Además de su gran capacidad para la fábula están sus ideas (p. 92): “El hombre es como un caracol; deja su pasado baboso tras de sí como una huella transparente y carga el futuro sobre su espalda como una concha de caracol en la que se ovilla cada noche para pernoctar…”
Sexto Piso es una editorial espléndida. Los libros, en sus manos, se vuelven bellos objetos, donde se nota el cuidado en todas las áreas. En este de Pavić encartan, además, un cuadernillo, con dos historias de regalo: “Partida de ajedrez con piezas mexicanas” y “Los caballos de San Marcos o la novela de Troya”. Y uno queda agradecido.
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Aunque no he tenido ocasión de comentarlo con él, supongo que Popotito 22 es una editorial de su creación. En la primer entrega de esta editorial, Luis Daniel Pulido publica una colección de poemas con un largo título: Bruce Wayne y la generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova).
Luis Daniel es un poeta que no tiene pleitos con las palabras ni con los temas: como águila en el aire se mueve hacia donde lo lleve el fluir cotidiano de la vida; es la suya una escritura libérrima que toma como suyo cualquier tema, cualquier hecho, todas sus vivencias. En este breve volumen muestra gráficamente su adhesión a los súper héroes, en especial a Batman y sus adláteres. Esta es parte de su “Fe” (p. 12):
El futbol ya no es el mismo,
pero tampoco la Torta Vaquera,
los taquitos dorados,
la lluvia de junio,
las cláusulas de un contrato,
el diseño gráfico
Y abrazo las cosas sencillas porque estas siguen su curso,
no exigen una elección, un destino, ciudadanías,
mercados ideológicos, derechos humanos
Creo en la vida, aun así me lleve al fracaso
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Para celebrar el centenario del nacimiento del poeta Efraín Huerta, en acuerdo con sus herederos, se publicó un cuadernillo con gran cuidado editorial titulado Permiso para el amor. Brevísima antología (Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, 2014), con una selección que hizo David Huerta, hijo de Efraín y también poeta.
Los regalaron en librerías (a mí me lo regalaron en Educal) y contiene sólo, como su nombre lo indica, poemas amorosos (p. 21):
Llámabase Dulce María y era
de Cintalapa, Chiapas, México.
Bailamos a la sombra de violetas aéreas
y creo haberle propuesto matrimonio.
La recuerdo con la sorda locura de quien
Se ha bebido en una sola noche
todo un río Grijalva de un atroz comiteco.
Luego de hablar de penas de amor en “La susodicha”, el célebre Cocodrilo Huerta se pregunta al final (p. 26): “Pero, ¿qué demonios quiere decir la suso?/ ¿Y por qué no mejor la sexodicha?”
Publican, para cerrar, escrito con su propia mano, un texto llamado “Justificación”, que puede ser representativo de todos cuantos escriben, escribimos (p. 38): “Escribo con fervor, diría, religioso, casi místico; sintiéndome un poco demonio, un poco ángel, un poco hombre, un poco niño, un poco mujer”.
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