Definición de Respiración

Imagen: http://www.glits.mx/

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“¡Respira, respira, respira!”. Es la peor sugerencia. Esta repetición provoca asfixia. En lugar de hacer caso a la sugerencia da ganas de dejar de hacerlo. La palabra es un tanto esquizofrénica. “Res – pira”. Como si un toro se colocara en un túmulo de leños ardientes.

No obstante, me encanta una acepción que trae el diccionario: “Respiración: Entrada y salida libre del aire en una habitación u otro lugar cerrado”. Se puede decir: Este cuarto tiene buena respiración. Esto me llena de aire.

Es una palabra globo, globo que, a cada instante se infla y se desinfla. No sé ustedes, pero yo respiro sin plena conciencia. Ahí estoy todo el día respirando sin darme cuenta. Esto es decir que vivo casi sin percatarme, porque se sabe que la respiración es el acto que nos da alas para el vuelo diario. Todo mundo lo ha dicho: no se puede vivir sin respirar. Esto, que pareciera una perogrullada, es la más honda reflexión a que llegó don Vito (don Vito era un talabartero. Todas las mañanas, a la hora de levantarse, decía: “Bueno, ¡llegó el momento de respirar!”. Era simpático lo que decía, casi casi como si dijera que durante el sueño no había realizado tal función vital. Don Vito era de los pocos seres que tenían conciencia del acto de respirar. Respiramos sin darnos cuenta. (Hay expertos que nos dicen que ni siquiera sabemos respirar. Los únicos que saben respirar son los bebés. Conforme nos hacemos viejos nos echamos a perder.)

Ahora que escribo dejo de hacerlo por un instante. Me concentro en mi respiración (el lector debe hacer lo mismo). Inspiro e inflo la panza, retengo el aire un tantito. “Observo” el interior de mi cuerpo y veo cómo el aire, como si fuese una pirinola en cámara lenta, da vueltas y vueltas por mis pulmones y por todas esas mangueras que forman mi cuerpo. El aire juega dentro de mí, se desplaza de manera libre. Ahora expiro, dejo que el aire salga sin prisas, pero sin hacerse tacuatz, por mis fosas nasales. Ahora sí que como dice el Himno de Los Pumas: ¡Cómo no te voy a querer! Es un acto tan sencillo, casi simple, pero es lo que me mantiene con vida. Todo el día el fuelle funciona con precisión de reloj suizo.

Los expertos saben de estas vainas, pero yo no sé qué función cumple el aire dentro de mi cuerpo. Sólo lo sentí juguetón, yendo, como canica tataratera, de un lado para otro. Ah, qué bonito debe ser como el aire. Juega en el espacio y de pronto, sin que nadie lo alerte, es “atrapado” por mis fosas nasales y entra, como si entrara a un tobogán, como si fuese Jonás tragado por una ballena, o como si fuese un aerolito devorado por un hoyo negro a mitad del universo. Adentro todo es humedad, todo oscuridad. Los sonidos son como sonidos de albañal, de comida en fermentación, de gota constante propiciada por el latido del corazón. Ahí está la vida, ahí está el corazón que, de igual manera, sin que yo lo advierta está dale y dale como si fuese un pájaro carpintero abriendo un hueco en el tronco.

Cuando imagino lo que sucede en mi interior, veo al aire como si fuese un cordel de luz que se enreda en el universo.

Todo se hace como se hace el día y la noche, sin advertencias. Cuando tengo conciencia del acto ¡me aterrorizo! No puedo imaginarme todo el día recordándome: “¡Respira, respira, respira!” Cuando lo hago me siento adentro de una esfera de cristal empañada, me asfixio y casi casi estoy a punto de dejar de hacerlo. ¡Ah, qué palabra tan cuerda para ahorcado! ¡Qué palabra tan asfixiante, tan bolsa de plástico adentro de la cabeza! Y sin embargo…

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