Definición de niña
¿A qué edad una niña deja de ser niña? Tal vez no hay una edad definida; tal vez, cada ser humano es diferente. Me emociona recordar que, en su último año de vida, mi abuela Esperanza fue como una niña. Ah, qué prodigio. Dio tanta vuelta en la vida para llegar al punto inicial. Después de cenar una tostada con crema y mi vaso de leche calientita me acercaba a ella (olía a tabaco, por tanto cigarro que fumaba) y le pedía dormir en su cama. Ella, mientras lavaba las tazas y los platos, me decía que sí. Yo era feliz. Era un niño. (Ahora no soporto la idea de dormir con otra persona.)
El diccionario, como siempre, le da vueltas al árbol, como si todo mundo fuese una mula alrededor del trapiche. ¡Ah, qué costumbre tan fea! “Niña: Que se halla en la niñez.” “Niñez: Periodo de la vida humana que se extiende desde el nacimiento hasta la pubertad.” “Pubertad: Época de la vida en que comienzan a manifestarse los caracteres de la madurez sexual.”. Ah, ya, ahora ya le entendí. Una niña lo es desde que nace hasta que deja las muñecas y comienza a jugar con los muñecos. (Bueno, las lesbianas -Dios las mime siempre- dejan las de tela y juegan con las de carne y hueso).
Ustedes, amados lectores, ya vieron que no es una definición aceptable. Es muy indefinible. Ya se había anotado al principio. En Tonalá (Damaris Disner podrá corroborarlo o no), las niñas dejan de serlo a muy temprana edad. La arena caliente de la playa les calienta también los muslos color tierra y los convierte en brasa. En cambio, en Comitán y San Cristóbal, el frío les retarda el juego donde las lianas no sólo sirven para columpiarse sino también sirven para subir y bajar.
No sé ustedes, pero yo amo a las niñas hasta que pierden la inocencia y eso no dura mucho tiempo. Conozco a una niña que apenas tiene un año. Es una de las niñas más lindas del mundo. He visto su crecimiento. Sigue siendo una niña bella. Una tarde (ojalá más tarde que temprano) lo dejará de ser. Por ahora, en los brazos de su abuelita, sonríe cuando alguien se le acerca, si alguien la pide para tenerla entre brazos, ella se deja. En el colegio hay una imagen de la Virgen de Guadalupe, ella, la niña bonita, la busca con la mirada, la señala y balbucea quién sabe qué tantas cosas, como si platicara con ella. Ella, la niña pistache, mueve sus manitas y aplaude, lanza besos y hace ¡chócalas! De veras, hace chócalas, abre la palma de su mano y luego cierra ésta y choca su puñito. Ah, es un disfrute de niña. Aún no habla, sólo sonríe. Jamás la he visto llorar. Se deja con todos, sonríe, ¡es una niña! ¿Qué piensa? No lo sé. No importa. Parece que el disfrute de la vida es esa región donde todo es como un camino de Dios.
Un día, lo sé, ella perderá su inocencia. Será mucho antes de que llegue a la pubertad. Un día, tal vez en la primaria, irá con un grupo de amiguitas al campo y seguirán el camino de hormigas. Verán cómo las hormigas cargan hojas verdes y las llevan al hueco que, como si fuese terminal del Metro, se encuentra congestionado, por tanta hormiga que sale y entra. Alguna de esas niñas (la que ya perdió la inocencia, y no me refiero al plano sexual) dirá que jueguen a echarle agua al hueco y todas (incluyendo a mi niña bonita) irán al lago y, con vasos de unicel, echarán agua sobre el hueco. Y mi niña reirá (con la misma dulzura que ríe ahora), mientras las hormigas, desorientadas no saben por qué les cae ese alud de agua, por qué esa cascada intermitente ahoga su hogar. Y las hojitas flotarán y el caos se hará en el interior. Muchas hormigas morirán. Las que logren salvarse tardarán horas en recuperarse. Procurarán no pensar. Mi niña ya no será una niña, será una cabrona. A partir de ese instante, todo lo calculará. Perderá la inocencia y no sabrá que hay juegos que no deberían causar risa. ¡Al contrario!
Así que, ¿en qué momento se extravía la niñez? Mentira que sea en el momento en que el cuerpo cambia y hace que en su pecho comiencen a brotar, como nubes en cielo claro, un par de pechitos. Mentira. Las niñas dejan de serlo mucho antes. Dejan de serlo cuando dejan de mover sus manitas, cuando ya las abuelas no las cargan, cuando ya no se dan tan fácil con el otro. Las niñas dejan de ser niñas cuando comienzan a tener sueños que nada tienen que ver con el camino donde camina Dios.
A mí me gustaría que nunca crecieran. Uno (¡qué pena!) debe esperar que se hagan grandes como mi abuela Esperanza, para que vuelvan a ser niñas. Mi abuela, en el último año de su vida era como una niña. No tendía su cama. Cuando se levantaba sólo volvía a colocar las colchas sobre el colchón y pasaba sus manos para alisarlas, como para simular que la cama estaba tendida. Cuando yo me metía en la cama, hacía a un lado las colchas y encontraba hojas, piedritas, pedazos de pan y alguna pata de cucaracha. Mi abuela se metía debajo de las colchas y jugábamos, como si estuviésemos en una casa de campaña y fuéramos niños, niños inocentes. Yo recuperaba mis años primeros y no pensaba, sólo disfrutaba su compañía, disfrutaba la vida. Me encantaba mi abuela, mi abuela de niña, la abuela navegante, la que no inundaba los hormigueros, la que no moría.
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