De la Bola mexicana a la necesaria transformación política y social

Como se sabe un pogromo es una palabra en lengua rusa que significa destruir, sembrar el caos o demoler con violencia. Su uso se generalizó en la patria de Lenin a partir de la histórica persecución contra el pueblo judío en esa parte del mundo.

Aunque el término se utilizó primeramente de forma genérica para describir todas las formas de violencia colectiva -eso hay que subrayarlo- contra el pueblo judío; pronto se utilizó también para señalar la violencia contra cualquier minoría.

Pero actualmente el término se utiliza también para describir cualquier evento violento que signifique una organización primaria contra un objetivo político. Un pogromo no es un linchamiento, no son ataques violentos contra objetivos individuales, son disturbios originados cuando la gente que participa en ellos ya no espera nada de las instituciones gubernamentales.

Son el inicio de “algo” que seguramente está por venir.

Los “Idus” son un día determinado en un mes del calendario romano que se fijaba de acuerdo a la luna llena; el del mes de marzo corresponde al día 15 y este pasa a la historia mundial porque un 15 de marzo fue asesinado Julio César de 23 puñaladas y con ello inicia la transición de la república romana al Imperio Romano.

En México, se utilizó la expresión “Idus de Marzo” para describir los días convulsos que se vivieron luego del magnicidio de Luis Donaldo Colosio.

Por su parte, el término Intifada es una palabra árabe que literalmente significa “sacudir”. En plural -si se usa el término- es una resistencia popular a la opresión.

En el caso particular de México, los acontecimientos de Tlataya en el Estado de México y de Iguala, Guerrero; que se expresan en la indignación nacional con marchas, bloqueos y en las redes sociales; tienen a la clase política nacional bajo dos escenarios:

a) En crisis y sin saber qué hacer para salir del atolladero y derivado de ello;
b) En una inercia o trampa de minimizar los hechos, después a circunscribir los castigos al área local, para pasar a condenar las manifestaciones violentas.

Pero lo que no ha podido hacer es salir de la crisis, sobre todo porque de manera paralela a la indignación nacional por los hechos de Tlataya y Ayotzinapa, han aparecido escándalos de corrupción que han incrementado los niveles de crispación social.

Lo mismo por la llamada Casa Blanca de la primera dama, que el descubrimiento de otro bien inmueble, en este caso del actual secretario de Hacienda y Crédito público, más el escándalo que se acumuló el día de ayer con la declaración de inocencia de Raúl Salinas de Gortari.

El régimen no aprende, es complaciente, displicente, cómplice y tapadera; pero está en peligro porque existe la posibilidad de que la efervescencia social que inició en las redes sociales y pasó a las calles, siga contagiando y permeando las estructuras sociales mexicanas.
En ese sentido, el verdadero peligro es el contagio.

El riesgo de que Ayotzinapa contagie Oaxaca, Guerrero y Chiapas; los estados más pobres del país.

Hoy México, vive su pogromo, sus idus, su intifada o su bola; para usar una definición de Emilio Rabasa y de Mariano Azuela.

Como dice el pasaje de “Los de Abajo” de Azuela: Mira esa piedra cómo ya no se para… La revolución es como ese canto rodado que gira por el suelo sin que nadie puede detener su paso.

Marchas, bloqueos, indignación nacional y corrupción gubernamental que se descubre día con día lo que alimenta la crisis nacional y la crispación social.
La bola mexicana provocada por Tlataya, Ayotzinapa y los actos de corrupción seguramente buscará ser atajada por el régimen con lo único que tiene a su alcance cuando ha fallado todo: aguantar para dejar que los niveles de crispación disminuyan.

El problema de esta estrategia es que no toma en cuenta que el tejido social mexicano se descompone. No toma en cuenta que ya no bastarán -aunque sean necesarios- los relevos en el gabinete ni incrementar los niveles del gasto social.

El problema es que solo con marchas, bloqueos e incendiando instalaciones gubernamentales no podrá pasarse de la indignación nacional a transformar nuestras actuales condiciones políticas.

Es necesaria una transformación nacional y que esta sea profunda para evitar el gatopardismo:

Al régimen de urge evitar el contagio y a la sociedad deberá urgirle también presionar al régimen para que existan cambios sustanciales en el país.

Por ejemplo con un gabinete ciudadano. Por ejemplo también con un dialogo nacional sobre nuestros asuntos urgentes, ya sean los económicos, los de seguridad pública, los de satisfactores sociales y los del desarrollo.

Incluso garantizando los derechos humanos; un gran saldo negativo de todos los gobiernos mexicanos.

Es necesario ya pasar a demandas precisas, en todos los campos de la vida nacional para que los sectores sociales sienten al régimen a negociar, ya que solo lo hace con los grandes actores nacionales por ejemplo los empresarios.

Estará dispuesto el régimen a ceder poder?

Probablemente no y esa será su tumba si la sociedad en su conjunto tiene la visión de pasar de la bola, a una auténtica revolución y que esta sea pacífica.

Con solo dos años de administración federal y cuatro todavía por venir, el desencanto del mexicano con su gobierno es mayúsculo.

Lo peor que puede hacer el régimen es quedarse inmóvil, lo peor que le puede pasar a la sociedad es no seguir protestando, las cosas significarán que todo seguirá igual en las estructuras sociales y políticas mexicanas; pero cada vez, las bolas mexicanas por venir serán peores si no logran una verdadera transformación social en un México que es y ha sido hasta hoy desigual.

Twitter: @GerardoCoutino

Correo: geracouti@hotmail.com

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