Agustín Gómez Pérez: oficio de tinieblas
La inmolación del joven indígena Agustín Gómez Pérez, de la comunidad de Chigtón, pudo haberse evitado, sobre todo porque estaba prevista; diversos signos anunciaban una acción de tal magnitud, estaba en la atmósfera con olor intenso. Basta señalar cuatro acciones llevadas a cabo por los familiares de Florentino Gómez, correspondientes a una progresión dramática, para advertir lo que vendría: huelga de hambre, crucifixión, labios cocidos y escribir, sobre las paredes del palacio de gobierno, con sangre de los huelguistas; lo hacían de manera infalible como ciertos personajes indígenas de Oficio de tinieblas, la intensa novela de Rosario Castellanos.
Efectivamente, se desarrolló un oficio de tinieblas en el centro de Tuxtla Gutiérrez en los últimos meses de 2014, la historia reprodujo a la ficción. La autora de Balún Canán nos reveló la verdad profunda del mundo indígena en su relación con los caxlanes. No hubo quien evitara el desenlace catastrófico, la inmolación o su equivalente anunciados; no hubo siquiera policías atentos, no hubo quién cuidara la imagen que Chiapas estaba enviando al mundo.
Hubo voces que anunciaron que se estaba gestando algo grave con tintes de condición irreparable, pidieron que se potenciara la mirada y la escucha, pretendieron impedir el fatídico desenlace. Esta vez, paradójicamente, los mejores aliados del gobierno chiapaneco fueron sus críticos, principalmente colaboradores de Contrapoder y ChiapasParalelo.
Las acciones de diálogo y reconciliación para la convivencia social se propician a partir del conocimiento de los sujetos con quienes se establecerá la interlocución. En primer lugar se halla el tema de la identidad, tantas veces referida y mal comprendida. En el aspecto simbólico, no era Florentino el que estaba encarcelado sino todos sus seguidores. No fue Agustín Gómez Pérez el que se inmoló sino todos ellos. Agustín se prendió fuego mediante el brazo de un familiar, que es parte de su cuerpo y de su alma; son hermanos de la misma penuria, de los agravios que vienen de muy lejos, desde antes que nacieran, con sus futuros clausurados, como los personajes de Pedro Páramo y El llano en llamas de Juan Rulfo.
Cuando ocurrió la inmolación, ellos ya estaban instalados en otra escena de realidad, en el lugar sin límites, desde el cual actuó Antígona para desafiar el decreto del tirano Creonte, donde privan otras leyes, como lo han explicado los psicoanalistas Sigmund Freud y Jacques Lacan. La realidad no es plana, tiene niveles, perspectivas diversas, lecturas polisémicas.
Faltó oficio político, se tenía que ir más allá de la aplicación del llamado Estado de Derecho; se tenía que hacer un trabajo político en el sentido griego del término, porque es probable que las familias confrontadas tengan razón, cada una a su manera. Al menos, los compañeros de Florentino la tienen, de lo contrario no hubieran actuado como lo hicieron, pero faltó la oreja que escuchara. “Muchos oyen, pocos escuchan”, dijo Carmen de la Mora, y los que no escuchan tienen la mirada enferma.
Con políticas chatas no se pueden crear diálogos con los agraviados de la población de Chigtón, lo demás es adjetivo; las soluciones que vengan no aliviarán esta renovada herida provocada en el corazón de una entidad profundamente lastimada, cercana a la encomienda y con disfraz de modernidad.
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