El nuevo salto de Luis Antonio Rincón*

Casa de citas/ 193

 

Desperté de ser niño: nunca despiertes.

Triste llevo la boca: ríete siempre

Miguel Hernández,

en “Nanas de la cebolla”

 

La infancia es mágica; la adultez en cambio suele ser, no en todos los casos por fortuna, burda, elemental, realista. Ya no hay duendes ni hadas, no existen Santa Claus ni los Reyes magos, la gente que se muere desaparece, una rama seca es una rama seca. Se le llama, y eso es una tragedia, al pan, pan y al vino, vino. Se trabaja para tener posesiones, dinero, respetabilidad. Horrible.

Los niños en cambio creen en los ángeles y los ven; saben de la existencia real de Santa y de los Reyes Magos, aunque no les traigan regalos; pueden ver a los muertos amados sin asustarse (yo vi, cuando era niño, a mi abuela cortar jazmines y sonreírme cuando para los demás llevaba dos semanas de muerta) y entienden que en cualquier rama seca duerme una infalible arma interplanetaria o un caballo o una serpiente o cualquier asombro que necesite su aventura.

La infancia es un juego sin pausa, hasta que llega la monserga de ser adulto y se olvida la fantasía, la magia, la vida lúdica. Sin embargo, hay personas decía que, por suerte, no han olvidado que fueron, no olvidan que son niños. Es el caso de Luis Antonio Rincón García.

Luis es un hombre que escribe también historias para adultos (tal vez por eso no sólo se llama Luis, sino también Antonio). Ha publicado el ensayo Comunicación y cultura en Zinacantán (Coneculta, 2007). Ganó en 2009 el Premio Nacional de Novela “Ignacio Manuel Altamirano” con el relato desencantado de un hombre que se queda atrapado en una cueva e impreca contra todo lo que lo llevó hasta allí. Con la sombra prestada. Suelta maldiciones y palabrotas. Escribió también Las raíces de la ceiba (Conaculta-Coneculta, 2010), una novela histórica en cuyo centro anecdótico se halla la vida de fray Matías de Córdova, pero ha insistido en la infancia y la magia que hay en ella, porque evidentemente la vivió, la recuerda y aún la vive. Y así nació la escritura de El valle del aquelarre (Instituto Mexiquense de Cultura, 2012) donde, pese a la violencia manifiesta de la historia, hay una niña, Loxa, que sabe que los pleitos terrenales tienen que ver con la influencia de espíritus negros que serán vencidos al final por seres de la luz.

Y luego tiene una historia sobre Kayum Mapache (Coneculta, 2010), que cuenta asuntos vinculados al entendimiento de la vida como una trascripción de algo que no puede verse ni tocarse, porque está más allá de la realidad a la que los adultos intentan restringir el mundo.

Y después escribió el cuento Itzelina y los rayos del sol, con que el también ganó un premio, cuyas líneas buscan que las palabras, con la magia de la metáfora, tengan nuevos significados.

Y ahora nos regala El salto de los duendes (Editorial Porrúa, 2014), con el que ganó el primer lugar en el 2º concurso de cuento Porrúa “Rincones mágicos de México”. En él dos niños, Juan y René, viven una aventura que no pueden contar a los adultos, porque no entenderían. Y la aventura, que los hermana más, aunque son primos, tiene que ver con el Cañón del Sumidero, Chiapa de Corzo, los Parachicos y, por supuesto, con el encuentro real con seres mágicos.

La escritura de Luis, en esta historia, es juguetona, ágil, divertida, y los días en este relato no están llenos de desgracias, sino de asombros, descubrimientos, duendes que saltarán ante nuestros ojos, justo como debería ser la vida real para todos, si no nos olvidáramos de que la vida es un juego, si decidiéramos seguir siendo niños.

Sin revelar mucho de lo que cuenta el cuento, que se lee en un parpadeo, debo decir que queda en el celular de Juan una fotografía de los duendes. Y uno se pregunta por qué ellos no llegaron, dado su poder, hasta la máquina y la convirtieron en un tamal de bola o en un vaso de posol, o simplemente desaparecieron la prueba que mostrará su existencia hasta ahora oculta. Por qué Luis Antonio Rincón García, a quien llegó la inspiración para escribir esta historia, no decidió eso. No le he preguntado, pero quiero suponer que lo hizo porque es importante que quien lea este cuento regrese al tiempo en que entre los sueños y la realidad no había una barrera infranqueable. Porque es importante que este mundo donde los adultos insisten en el odio, las armas, la violencia haya alguien que nos regrese a la infancia, es decir a la magia, es decir al mejor universo posible.

Obra de Manuel Velázquez

Obra de Manuel Velázquez

Porque lo mejor es que no sólo salten en estas páginas los duendes, sino también salten a los sueños de quienes las lean y les digan desde allí que, pese a los desastres que día a día quieren enseñarnos los medios de comunicación, tenemos que buscar un espacio en nuestras vidas para bailar, cantar, reír, saltar como duendes, ser felices. Y ese es uno de los varios regalos que Luis Antonio nos hace en esta linda historia. Gracias, Luis.

*Texto leído por el autor en la presentación realizada en el American School, de Tuxtla, el martes 4 de noviembre de 2014.

 

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Un verdoso colibrí –su canto, o lo que se le oye, es un suerte de chasquido– hace que deje de leer Diario íntimo II, de Virginia Woolf. La planta de lavanda tiene muchas flores y él, tan cerca de mí que podría atraparlo con la mano, no deja de meter su pico-aguja en todas. Las alas no logran distinguirse con precisión, pero sí sus plumas tornasoles, sus ojillos vivaces.

Ah, los animales. Mi mujer toma café, mientras conversamos, sentada en un sillón mientras yo estoy en otro. La sala de nuestra casa. Algo me dice ella y de pronto se interrumpe con un ¡ay! que la hace retirar la mano de donde la había puesto. Sintió algo suave y frío, me dijo después: era una rana a la que con cuidado hicimos salir al patio.

 

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La vi en el cine y de nuevo en DVD. La dirige un trío talentoso: Lana Wachowski, Tom Tykwer y Andy Wachowski, y está basada en la novela de David Mitchell. Cloud Atlas (2012). De allí estas dos ideas: “Nuestras vidas no son nuestras. Del vientre a la tumba estamos ligados a otros. Pasado y presente. Y con cada crimen, cada acto amable, creamos nuestros futuro”.

“No, los muertos nunca permanecen muertos. Abre tus oídos y nunca dejarán de parlotear.”

 

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Como si el dolor fuera un ovillo posible y a veces imposible de desentrañar, una señora me cuenta sobre su alivio en las noches donde antes no podía dormir: “No sentí ni hebra de dolor”.

 

 

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Ya no somos griegos,

Los profetas se han transformado en cantantes románticos

 M. Tavares

 

Agua, perro, caballo, cabeza (Editorial Almadía, 2005) es el quinto libro que leo de Gonçalo M. Tavares. Como los otros, me ha encantado. Estos cuentos son un amasijo creativo donde todo puede caber. Narrar por aspersión: ideas, actos, citas, conversaciones al azar, irrupción de narrador en primera persona, preguntas que intentan no dar una versión por válida, frases filosóficas, mezcla de materias varias. Se necesita al lector para meter las perlas en el hilo, para hacer el collar, el cuento, la historia.

Hay párrafos que no cuentan, sólo reflexionan (p. 10): “Y el único fenómeno opuesto al instinto de supervivencia que manda sobre cualquier persona, animal o ángel existente, es el amor. Pero el amor es tan popular entre los vivos que se ha convertido en un sentimiento de la multitud: hay que temerlo como se teme a la consigna de cualquier agrupación exaltada”.

Matan a un viejo a golpes y lo echan a un basurero, cuenta en “La mujer”, que es una gorda carnicera. Yo he oído cosas así, sobre alguien que muere (p. 50): “Cuando encontraron al viejo en el basurero (después de buscar tanto) esa mujer pensó sin decirlo: ¡el viejo no compraba carne hacía años, no tenía dientes!”

Tavares es original, certero (p. 76): “Hasta tu familia, desnuda, parecería otra gente”.

Otra reflexión (p. 78): “Las cosas son así. Cada lugar se puede transformar en un hospital. Cada día es una hipótesis de que sobrevivamos, de que pasemos al otro lado, como una pared de material frágil, tan sutil que no la vemos, son eso los días, unidos por membranas, y lo importante es proseguir, superar la membrana, despertar al otro lado y fingir que lo hicimos sin esfuerzo. Despertar es una victoria”.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

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