El despecho
Casa de citas/ 196
No permitas que te corroa la tristeza
el corto tiempo de esta vida
Ingmar Bergman
Escrito con la valentía suficiente para enfrentar recuerdos no tan gratos sobre su familia (básicamente sus abuelos y sus padres), Las mejores intenciones (Tusquets Editores, 1991), del genial cineasta sueco Ingmar Bergman, es una novela que no tiene miedo de tomar de otros géneros (de la dramaturgia, del guion de cine, del ensayo) lo que necesite para formular de mejor manera la historia de amor y desamor, de desamor y amor de Henrik Bergman y Anna Akerblom, sus papás.
Agradezco saber leer después de disfrutar estas páginas que me han enseñado tanto sobre la naturaleza humana. La escribe, además, alguien que tiene enorme capacidad de análisis, profundo conocimiento de los resortes emocionales de la gente; alguien que ha hecho una obra cinematográfica que resistirá el paso de los siglos.
El abuelo Fredrik busca a Henrik y le pide que vaya a visitar a su mujer, su abuela, de quien nada ha sabido por años. Se lo pide por piedad, con el peor chantaje, con el ofrecimiento de dinero, por lo que más quiera. El joven Henrik contesta (pp. 17-18): “Dígale a ese mujer que ha elegido su vida y su muerte. Mi perdón no lo tendrá nunca. Dígale que la desprecio a causa de mi madre y de mí mismo de la misma manera que le aborrezco a usted y a la gente de su calaña. Yo nunca seré como usted”.
El papá de Anna, en otro momento, alude al choque entre personas de distinta edad, entre padres e hijos (p. 100): “Entre los viejos y los jóvenes hay frágiles lazos. A los viejos nos preocupa mucho ese vínculo y lo cuidamos a base de hacer concesiones constantemente. Los jóvenes, en cambio, lo cortan con facilidad cuando algo no les conviene”.
Henrik y Anna comienzan un noviazgo que no puede ser porque él tiene una pareja, Frida. Ésta invita a Anna a tomar un café y le dice de él (p. 121): “Y no quiere seguir conmigo, pero no se atreve a decirme ‘Frida, hasta aquí hemos llegado. Ahora se acabó, me he enamorado de otra’. […] Pero a mí me parece que somos tres desdichados que sufren y lloran en secreto. Por eso veo que tengo que ser yo la que, por decir así, decida. Tengo que decirle a Henrik que no pienso seguir. […]
“Anna: …¿Y qué puedo hacer yo?
“Frida: …Aceptarle, señorita Akerblom, sólo hay que decidirse. Henrik es la persona más delicada y más buena que conozco. La más delicada y la más buena, no sé de nadie que sea mejor. Lo único que deseo es que sea feliz, él nunca ha sido feliz en su desdichada vida”.
Me encanta del libro, además, el modo en que cuenta desde todos los tiempos: (p. 103): “Dentro de unos segundos esto pertenecerá al pasado, pero es decisivo. Hay tantas cosas decisivas cuando se intenta examinar un acontecer a posteriori y se sabe el final”. P. 125: “Hay razones de peso para hojear más de prisa nuestra narración. Así se aniquilan dos años, emergen y se sumergen en el río del tiempo, sin dejar apenas huella. Esto no es tampoco una crónica sujeta a estrictas exigencias de dar cuenta de la realidad, esto no es ni siquiera un documento”.
Bille August, discípulo de Bergman, dirigió, a partir de este libro, una serie de televisión que luego devino película premiada. No he visto esa traslación a la pantalla. No sé si quiero verla o quedarme sólo con el sabor de estas palabras.
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El placer de la carne no es una fuente de agua,
sino una fuente de sed
E. Serna
En La sangre erguida (Seix Barral, 2010), de Enrique Serna, se mezclan las vidas del mexicano Bulmaro Díaz, el catalán Ferrán Miralles y el argentino Juan Luis Kerlow en torno a algo fundamental para cualquier hombre: la erección. Bulmaro dejó país y familia por seguir el cuerpo de una joven mulata; Ferrán descubre con la pastillita azul las ventajas de estar listo en cualquier momento y Juan Luis, actor porno en declive, encuentra que nunca había hecho el amor enamorado.
Escrito con estilo burlón y despiadado, con el humor negro y fársico que tan bien se le da, Serna muestra de nuevo sus enormes dotes narrativas en esta gozosa historia llena de sexo puro y duro. Dice Ferrán (p. 31): “¿Por qué la voluntad puede alzar una pierna o un brazo, y en cambio no tiene control sobre el pene? ¿Es Dios quien lo yergue desde el cielo? ¿Qué oscuro poder gobierna el mecanismo hidráulico de la erección?”
Ferrán ha sufrido tanto por no conseguir erecciones que el viagra le abre las puertas del cielo (p. 73): “Esta vez mi orgasmo no fue la catarsis purgativa de un alma en pena sino el triunfal estertor de una bestia saciada”.
A Juan Luis Kerlow lo contratan para que cuente su vida de actor porno y casi en el inicio de sus memorias se burla del famoso verso de Darío (p. 105): “Cuando quiero coger no cojo y a veces cojo sin querer”; luego vuelve a plantear lo que pensó Ferrán: “El hombre ha descubierto ya las leyes de la mecánica cuántica, ha perfeccionado el trasplante de órganos y dentro de poco logrará la clonación de seres humanos. Si ha sido capaz de todas estas hazañas, ¿por qué no habría de controlar y mover a su antojo un músculo rebelde con veleidades de emperador?”
La sangre erguida es un libro que se lee con rapidez y alegría, salvo que uno padezca alguna de las desgracias que le acontecen a estos cuarentones sometidos al yugo del tirano que llevan entre las piernas.
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El corazón llama a toda mi sangre
Racine,
en “Fedra”
Leo en un solo volumen “Andrómaca” y “Fedra” (RBA Ediciones, 1994), de Racine, este clásico francés. Las dos son reformulaciones de historias conocidas: Andrómaca es la viuda de Héctor; al morir éste a manos de Aquiles, es entregada como botín de guerra a Pirro. Orestes, a petición de Hermíone, amante despechada, mata a Pirro. Va en busca del agradecimiento y se encuentra con los reproches de quien le ordenó matarlo. Dice Hermíone (p. 76): “¿Y por qué diste crédito a una amante insensata? ¿No debías saber lo que había en mi pecho? ¿No veías quizá por mi mismo arrebato que mi fiel corazón desmentía a mi boca?”
(Mi mamá hablaba pestes de mi papá, porque él le fue muy infiel, pero se entristeció con su muerte. Tenían años de separados. Tal vez, en realidad, nunca dejó de quererlo. Así es el despecho, creo.)
Teseo mató al minotauro, se llevó a Ariadna y la abandonó, porque en realidad se había enamorado de Fedra, su cuñada. Me sé al dedillo la historia de Teseo, pero no recordaba lo que dice este pie de página (p. 92): “Antes de ser esposa de Menelao, la famosa Helena de Troya fue raptada por Teseo”. Era un mil amores este cabrón.
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Me gustó Zyklon (Public Pervert, 2014), de Genkidama Ñu. Su encabronamiento, su modo de escribir como no queriendo, su rebeldía ante sí mismo (p. 18):
Odio que hablen de mí
odio que hablen de mí como si fueran yo
odio que cuenten historias terribles
como si fueran presagios de mi vida
odio que escriban mi nombre en mayúsculas
odio que recuerden mi nombre
Me gusta su escritura, con la que aparentemente no quiere llegar a nada (p. 28):
Soñé un libro en blanco quemándose en mi frente que leían los ciegos como si fuera una plegaria para su salvación
Soñé una cabeza de gallina con estrellas en las plumas volando sobre la cabeza de piedra de mi cabeza
Soñé un millón de años colgando de las ubres verdes de una vaca sagrada de luz de neón que era el principio de la vida en mis manos
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Y de Cuentos para matar corderos (Public Pervert, 2014), de Marcelino Champo, esta brevedad, “Descanso”, que da en el blanco (p. 15): “Cinco fueron las descargas que recibió el pecho desnudo de Felipe Santiago, impactos certeros que cercenaron la piel, atravesando hueso y cartílago. El viento y el desierto: los únicos testigos. Dentro de poco ese cuerpo será visitado por carroñeros, insectos y gusanos. Jamás tendrá una cruz y mucho menos un sepelio. Nadie lo recordará. Para muchos eso es encontrar la paz”.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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