Definición de péndulo
“Cuerpo sólido que, desde una posición de equilibrio determinada por un punto fijo del que está suspendido, situado por encima de su centro de gravedad, puede oscilar libremente primero hacia una lado y luego hacia el contrario”. ¡Uf, que definición tan complicada! La tía Eufrasia era más práctica, cuando el tío llegaba a casa decía: “Velo, ahí viene otra vez de péndulo, el pendejo de Crédulo” (Crédulo se llamaba el tío, quien murió de cirrosis por tanto beber posh.)
¿En qué creía Crédulo? Siempre andaba como barco en altamar, de un lado para otro.
Hay péndulos famosos. ¿Quién no ha escuchado hablar del péndulo de Foucault? Dicen los que saben que con ello se comprueba la rotación de la tierra. Los mismos sabiondos cuentan que el péndulo de Foucault puede oscilar durante mucho tiempo. Tal vez este aparatejo contenga el principio maravilloso del Movimiento Perpetuo que la humanidad aún no alcanza a descubrir.
A mí, no sé a ustedes, me encanta el péndulo de los relojes de péndulo. Nunca he visto el famoso péndulo de Foucault y, la verdad, no me mortifica comprobar la rotación de la tierra. Me basta vivir sobre la tierra. Igual que millones de seres humanos desconozco los principios físicos en que la vida se sustenta. Sí me maravilla, en cambio, el movimiento que hace el péndulo de los relojes. En casa de mi tía Clarita, había un reloj de péndulo, en la sala de la casa. En medio de dos sillas de mimbre estaba un mueble de madera de cedro que contenía un reloj enorme. Podrán imaginar el impacto que me significó ver por primera vez tal reloj. En mi casa mi mamá tenía un reloj de pulso, un reloj con extensible metálico (con chapa plateada) que le había regalado un tío el día que cumplió quince años. El reloj de mi papá tenía extensible de cuero. Yo no tenía reloj. Así que la tarde en que fuimos a casa de tía Clarita a felicitarla por su cumpleaños y ella abrió el cuarto que era la sala y vi ese enorme armatoste maravilloso ¡quedé impresionado! En la parte superior estaba un círculo con manecillas que marcaban las horas y los segundos, como en los relojes de mis papás. La diferencia era que debajo de ese círculo colgaba un badajo, que era como el pito de un caballo, que se hacía de un lado para otro (como el tío Crédulo cuando andaba bolo). Ese badajo no cesaba en su movimiento, iba de un lado para otro sin cansarse. ¿Qué lo movía? ¿Cómo era posible que, mientras todo en la sala permanecía inerte, ese maravilloso péndulo “caminaba” como jovencito de dieciocho? Me acerqué a mi tía Clarita, quien siempre tenía un olor a cebolla cruda, y le pregunté si ese chunche también “caminaba” de noche. Ella dijo que sí, que nunca se cansaba y me enseñó una llave que servía para darle cuerda. Y entonces me dijo que en la noche, cuando todo quedaba en silencio, el péndulo era como un grillo que caminaba con calcetines. Los habitantes de la casa ya se habían acostumbrado a ese ligero sonido y cuando el reloj se paraba a media noche, todos los de casa despertaban con el desasosiego de quien cree que ya está muerto. Cuando la tía Clarita murió, mientras la gente velaba su cuerpo, Irma se dio cuenta que el reloj no “caminaba”. Alfredo vio la carátula y dijo que se había parado a las once con veinte. Mario dijo: “a esa hora murió mi abuelita” y algo como un viento helado somató la puerta con cristales de la sala. Todos se vieron. Mario buscó la llave y dijo que le daría cuerda al reloj, pero Irma le puso las manos en el pecho y le pidió que no lo hiciera: “Si el reloj comienza a caminar es posible que Clarita despierte y esa impresión no la resistiría mi corazón”. Desde entonces (2006) el reloj de péndulo permanece parado. A veces he entrado a la casa de la tía Clarita y siento tristeza. Es triste ver ese badajo como muerto, sin el movimiento que le daba vida a la casa y al tiempo que la marcaba.
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