La otra guerra secreta
En La otra guerra secreta, Jacinto Rodríguez Munguía se refiere a la relación compleja y nada transparente de los medios de comunicación y el poder. Si bien se hablaba de las componendas y de los tratos perversos entre el gobierno y los medios, había pocos documentos, casi nada, que probaran estos tratos y maltratos.
El mérito del texto es documentar con fechas, tarjetas y referencias exactas esa relación. Por sus páginas desfilan personajes de remota y oscura memoria como Carlos Denegri, que fue un temible columnista de Excélsior, con un poder capaz de renunciar a funcionarios, desbaratar honras y que cayó, paradójicamente, asesinado por su propia esposa.
Hay personajes complejos y difíciles de encuadrar: Mario Menéndez, creador de la revista Por qué?, que en una mezcla de periodismo sensacionalista y de izquierda progresista daba cabida a los movimientos guerrilleros de América Latina. Se le vinculó con la CIA, pero después de ser detenido por la policía fue canjeado por los guerrilleros; fue llevado a Cuba, donde vivió una vida tranquila. Al paso del tiempo regresó a México y creó en Yucatán el periódico Por Esto.
Jacinto Rodríguez encuentra documentos donde pocos periodistas quedan bien parados. Imagínense, eran los años de complacencia con el poder, con los funcionarios y sobre todo con el presidente de la república.
¿Quién era capaz de criticar al poder? Prácticamente nadie. No sólo era el silencio cómplice de los medios, sino también de la sociedad.
El sistema político priista aprovechó esta situación para incorporar a grandes contingentes de obreros, campesinos, comerciantes y de periodistas, a una revolución institucionalizada.
El PRI se convirtió en el gran aglutinante acrítico del sistema político. El papel asignado a la prensa dentro de esa maquinaria política fue la de estructurar la armazón de la llamada “unidad nacional”.
Se vivió en el país un mercado de compraventa de obediencia y buena voluntad. Desde su cúspide, el poder otorgaba publicidad, subvenciones, contratos especiales y prebendas a quien ofertara obediencia ciega y halagos. Los periódicos no cumplieron, desde luego, con el servicio social de informar con veracidad. En realidad informaban poco y mal, diría Enrique Krauze al referirse al papel de la prensa en esos años.
El sometimiento de la prensa a los príncipes del poder, sin embargo, era visto como normal, porque no sólo el periodista dependía del gobierno, sino también comerciantes, profesores, obreros, trabajadores sindicalizados, campesinos… Y es que era difícil escapar de ese monstruo gigantesco del gobierno que controlaba todo. Era el gran comprador y el gran vendedor.
Aun cuando se hablaba, les decía en un principio, de esta relación oscura y perversa, no existían documentos que lo probaran. Fue con la consulta de documentos en el Archivo General de la Nación que se empezaron a probar estos raros acuerdos.
Si bien el material estaba ahí a la vista de todos, pocos vislumbraron que se podían encontrar cosas importantes para explicar el papel de la prensa. Jacinto Rodríguez Munguía tuvo la perspicacia y el olfato de entrever que en aquellas cajas había algo valioso.
Ha investigado durante varios años en el Archivo General de la Nación y ha obtenido resultados estupendos en La otra guerra secreta, un libro del cual ya se han vendido 15 mil ejemplares.
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