Diablos en el corazón
Casa de citas/191
Sus diálogos, su modo narrativo, su definición
de los personajes y los lugares, son excelentes.
Ello, naturalmente, ha bastado para que lo acusen
de “literatura”. ¡Aciaga acusación para un literato!
Borges,
en “Chesterton, narrador policial”
Indudablemente G. K. Chesterton (1874-1936) era inteligente y erudito, y hay en muchas de sus páginas la muestra de que escribir es un arte. Pero en veces sus historias son bobas, poco dignas de alguien que daba para mucho más. Eso me pasa con El candor del padre Brown (Plaza y Janés, 1982, traducción de Alfonso Reyes), esta serie de historias policiacas donde un sacerdote, de apariencia vulgar, es capaz de deducirlo todo a partir de nada.
(La idea de una inteligencia sobresaliente que soluciona los enigmas de un crimen, y además el estilo perfecto en historias flojas, me llevó a pensar en el libro que menos me ha gustado de Borges –adorador de Chesterton– y Adolfo Bioy Casares, su compinche diabólico: Seis problemas para don Isidro Parodi. Qué desperdicio de talentos.)
En El candor del padre Brown hay, sin embargo, frases, ideas magistrales (p. 12): “La vida posee cierto elemento de coincidencia fantástica, que la gente, acostumbrada a contar sólo con lo prosaico, nunca percibe”.
Aquí habla de cómo dos personas se sobresaltan (p. 81): “Y sintieron lo que tú y yo, lector, sentiríamos, si nos desobedeciera el mundo inanimado: si, por ejemplo, se echara a correr una silla”.
El libro es, por supuesto, un catálogo de crímenes. Sobre ello esta idea (p. 113): “Los hombres han podido establecer una especie de nivel para el bien. Pero, ¿quién ha sido capaz de establecer el nivel del mal? Ese es un camino que baja y baja incesantemente”.
Dos apuntes sobre el sueño (p. 159): “¿Sabe usted que todo el que duerme cree en Dios? […] Y se durmió con tanta naturalidad como un perro”.
La amistad (p. 187): “Usted es, en el mundo, mi único amigo. Necesito hablar con usted o, tal vez, callar junto a usted”, y (p. 247): “La humildad es madre de los gigantes. Desde el valle se aprecian muy bien las eminencias y las cosas grandes. Desde la cumbre sólo se ven las cosas minúsculas”.
El padre Brown asombra a todos con sus deducciones, incluso a los asesinos. Esto le dice uno de ellos (p. 248):
“—¿Cómo sabe usted todo eso? –gritó–. ¿Es usted el diablo?
“—Soy un hombre –contestó gravemente el padre Brown–. Por consecuencia, todos los diablos residen en mi corazón”.
Norman Mailer, en Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura (Editorial Planeta-Emecé Editores, 2009), se refiere a otra novela de Chesterton, que también leí hace tiempo, entre el deslumbramiento y la decepción (p. 78): “Un crítico adorador de derecha puede hacer una tesis condenadamente maravillosa sobre los saltos simbólicos y la acrobacia de El hombre que fue jueves, pero en realidad es casi tan tonta como una novela de Julio Verne. Sin embargo, su escritura propiamente dicha es fabulosa. El estilo es extraordinario. […] El hombre que fue jueves demuestra el punto: el estilo es la mitad de la novela”.
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A propósito del género, en Lecturas precarias. Estudio sociológico sobre los “poco lectores” (Fondo de Cultura Económica, 2002), de Joëlle Bahloul, se dice (p. 118): “Entre los géneros preferidos por los ‘poco lectores’ la novela policiaca ocupa un lugar privilegiado”
Antes ha dicho que (p. 52) “el hospital suele aparecer como el lugar de estimulación de la lectura” y algunos (el estudio está circunscrito a lectores franceses) sólo han leído allí: “Sus únicas lecturas durante los últimos años fueron las que hicieron durante la estancia en el hospital”.
Y hay este apunte como fenómeno actual. Yo me encuentro con mucha gente que me pregunta si he leído el libro de moda (generalmente malo, generalmente muy difundido por la televisión o el cine). Esto concluye Bahloul (p. 100): “El libro de actualidad ofrece la ilusión de legitimidad literaria a los contenidos informativos difundidos por los medios audiovisuales: se trata de transformar la televisión en libro”.
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Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán son dos autores a los que leo con la admiración de un alumno de primeras letras ante el maestro todopoderoso. Me encontré con Fósforo, crónicas cinematográficas (Conaculta, 2000, Lecturas mexicanas) que reúne los textos que ambos escribieron, compartiendo el seudónimo, entre 1916 y 1918, sobre un fenómeno, el cine, que apenas empezaba a despuntar.
Hacen una distinción sobre cómo ven el cine hombres (“dejan de oír a fuerza de ver”), niños menores (“no ven el cine”) y mujeres (p. 27): “Las mujeres, cuya psicología, ofrece, regularmente, mayor número de posibilidades, oyen y ven a un tiempo, así como cosen y cantan a la vez, así como hablan con la boca llena de alfileres, así como son buenas y malas de un modo indiscernible y sagrado”.
Y este apunte aún es vigente (p. 59): “—Eso es inverosímil –oímos decir al espectador impertinente–. Un niño de cinco años no puede saltar así de un auto a una locomotora en marcha. (¡Y por eso precisamente es mejor, insigne gaznápiro! Porque es una novedad, una ganancia definitiva sobre los valores acostumbrados de la existencia)”.
Borges, por cierto, en su cuento “El milagro secreto” (Artificios, Alianza Cien, 1993) tiene un personaje, Hladik, quien escribe un drama, “Los enemigos”, en verso (p. 54) “porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte”. El arte no es la vida, pues, sino su agregado.
Releo a Borges para una charla que daré (que ya di, cuando salga esta columna) y de “El fin” es este prodigio (p. 72): “Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no la entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música”.
En Carlos Cañeque: Conversaciones sobre Borges (Ediciones Destino, 1999) éste platica con especialistas borgianos. De allí son estas citas. Ion Agheana recuerda una línea de El informe de Brodie (p. 57). “Con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos” y apunta otra idea de Borges (de Otras inquisiciones), p. 159: “Ya Schopenhauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir; hojearlas, soñar”
En la conversación con Guido Castillo éste no cita a Borges cuando dice (p. 246): “A ese árbol que mueve la hoja/ algo se le antoja dice una canción del siglo XV”.
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Terminé de ver, extasiado, la cuarta serie de Juego de tronos, de HBO, basada en las novelas de George R. R. Martin (Canción de hielo y fuego). Compré también los hasta ahora cinco voluminosos tomos de la novela (que mi hija devoró, veloz; ella sólo ha visto la temporada uno y dice que son mejores los libros); serán siete dice Martin en una entrevista y a cada tomo corresponde y corresponderá, con sus asegunes, una temporada.
Los Guardias de la Noche tienen voto de castidad. Sam, que nunca ha tenido relaciones sexuales, pregunta a John Nieve qué es eso, qué se siente, porque él, John, se enamoró de una mujer a la que tuvo que dejar. Nieve responde (temporada cuatro, capítulo nueve):
—Está esta persona, toda esta otra persona. Y estás adherido a ella y ella está adherida a ti. Y tú, por un rato, por un pequeño instante, eres más que sólo tú.
De casualidad me encontré en una librería con un tomo lujoso y de gran formato, Tras las cámaras de HOB: el libro oficial de Juego de tronos (Grijalvo, 2012), que es evidentemente un libro sólo para admiradores de esta maravilla. Lo compré de inmediato: fotos a todo color, entrevistas con el novelista, los productores, los directores, los actores, el crew completo. Lo leo en un santiamén y de allí son estas citas.
Syrio, maestro espadachín, dice a Arya Stark cuando le enseña a combatir (p. 7): “Solo hay un dios. Y se llama muerte. Y solo hay una cosa que decirle a la muerte: ‘Hoy no’ ”.
Dice Cercei Lannister, la reina, refiriéndose a su familia en el poder (p. 76): “El enemigo es cualquiera que no seamos nosotros”.
David Benioff y D. B. Weiss, ambos novelistas y guionistas, se enamoraron de la saga de R. R. Martin y se hicieron responsables de llevarla a la pantalla (con la ayuda de un montón de gente talentosa). Ellos han redefinido a los personajes; por ejemplo, Benioff habla de Ned Stark y parece que se refiriera a los tiempos actuales y no al tiempo mítico de la serie (p. 102): “El coraje y la honestidad no bastan para prevalecer en un mundo peligroso”.
David Peterson, lingüista, inventó un lenguaje, el Dothraki, para una tribu que aparece en la serie. Una de sus curiosidades es que (p. 175) “la palabra que significa ‘bueno’ en general deriva de una palabra que significa ‘útil’ (y la palabra para ‘mal’ deriva
de ‘inútil’)”.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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