Travesuras de la niña mala
En este país ya no es posible
trabajar si uno no está conchabado
con el gobierno. Vargas Llosa.
Gracias a Marco Antonio Besares Escobar, notario número 87, leí Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa.
Decidí leer unas 50 páginas, pero la historia de la niña mala, una niña camaleónica, capaz de nacer peruanita, de convertirse en chilenita, de ser guerrillera cubana, diplomática, amante de carreras caballos, traficante, mujer abandonada, navegante de extremos: hoy rica, mañana pobre; hoy saludable, mañana enferma, cadáver y fantasma.
El primer capítulo es deslumbrante. Tiene la redondez de un cuento: la historia de una peruanita arribista, capaz de inventarse una vida, de creerse chilena, hasta que la desenmascara una conocedora de la patria de Neruda.
Ricardo, quien no ha tenido más sueño que vivir en París, se enamora de Lily, y desde ese infausto día en que se le había caído el tinglado a la peruanita, no la vuelve a ver. Se va vivir a París y allí la reencuentra, en un encuentro fugaz e intenso, cuando la falsa chilenita marcha a su destino, no deseado, Cuba.
La mitad de la novela parece de telenovela, mejor, de folletín del siglo XIX. Después de esos pequeños traspiés, se alza majestuosa una historia de amor extraordinaria que deja su rastro por París, Londres, Japón y Madrid.
El libro, de 375 páginas, no lo pude dejar a un lado desde que mi amigo, el notario Marco Antonio Besares Escobar lo puso entre mis manos.
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