Propaganda política
Los grupos políticos que vienen de gastar indecorosas cantidades de dinero privado y público en sus campañas electorales, deberían computar con más elevados criterios los dividendos globales del derroche publicitario, incluyendo las consecuencias a largo plazo de orden civil y ético. Se comienza por una mercantilización de la oferta política –aparentemente alegre, catártica y todo sumado inocente-, y se termina en la postración moral de todo un país. Cuando la técnica de las “campañas de venta” es empleada a fondo por las organizaciones políticas (haciendo coincidir propaganda con publicidad), hasta la pesada y nada platónica intervención del gobierno en la contienda electoral es soportada con alguna irritación y mucha tolerancia, porque líderes de opinión y base partidista, oposición y gobierno han acordado tácitamente aplicar al fenómeno electoral los modelos mercantiles de venta: modelos a todas luces reñidos con un mínimo de exigible de deontología política.
¿Conviene realmente manipular con moral de comerciantes un hecho de naturaleza superior como el político? En un país cuya cultura de masas (sobre todo la radioeléctrica) es administrada tradicional y mayoritariamente por un poder económico inculto, la mercantilización del proceso electoral es una tentación siempre latente: el político sabe que el perceptor de sus mensajes es un ser dócilmente condicionado por el implacable aparato publicitario y decide adoptar la misma ingeniería manipuladora. Pero al asumir los vicios de la industria cultural, la política los consagra y bendice, se degrada a sí misma y ratifica la supuesta minusvalía del perceptor-elector.
Habría que preguntarse si esta “naturalidad” de la estructura mercante conviene al homo politicus y al destino de la política en general. El bien común y el jabón, por más que se les compare, siguen resultando incongruentes. La constatación de que un mensaje es banal, falso e insoportable pero vende (si fuésemos cuerdos de toda cordura), no debería admitirse siquiera como “verdad mercantil”, por sus múltiples y negativas consecuencias extraeconómicas. Pretender elevarla a la dignidad de “verdad política” parecería suicida para la Política con mayúscula.
Todos los párrafos anteriores fueron tomados del artículo Propaganda política, publicado en El Nacional de Caracas el 12 de enero de 1975 por Antonio Pasquali, fundador de los estudios de comunicación en América Latina. Estoy leyendo sus escritos periodísticos compilados en El orden reina y me pareció que este breve artículo explica mucho de lo que vivimos con la promoción de políticos en Chiapas. Y Falta, como decía Pasquali, un regreso a la deontología política, a los valores.
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