Ecos septembrinos: de cacheos y cortos circuitos
La flamante Gendarmería Nacional, esa división de la Policía Federal de reciente creación que el gobierno de Enrique Peña Nieto ha vendido como ejemplo de profesionalismo y honestidad en materia de seguridad pública, no pudo tener un estreno más infame que el protagonizado el 15 de septiembre en el Zócalo de la Ciudad de México con motivo de la celebración del “Grito” de independencia.
Los nuevos guardianes de los mexicanos, elegidos los más “aptos” bajo riguroso proceso de selección y capacitados incluso por el Ejército, se comportaron peor que el policía más rufián del municipio más olvidado del país. Pasándose por alto las leyes nacionales e internacionales de protección a la infancia, pero sobre todo carentes de la más mínima sensibilidad y respeto, cachearon sin recato a niños y niñas que acudieron con sus padres a la Plaza de la Constitución. Buscaban, al igual que en los adultos, armas o ¿explosivos? que pudieran poner en riesgo la seguridad de los asistentes.
La justificación, por supuesto, no es válida porque se supone que no vivimos en un régimen autoritario o dictatorial sino en uno de libertades como el mismo gobierno lo pregona con bastante frecuencia. Paradójico que una expresión de naturaleza represiva y violatoria a las garantías individuales de los niños, se produzca en un evento donde la libertad se enaltece como un valor histórico de nuestra nación.
La pirotécnica demagogia oficial choca de nuevo estrepitosamente con la realidad. Parafraseando el dicho popular, la paranoia gubernamental no anda en burro, pues el temor a un acto terrorista similar al perpetrado hace seis años en Morelia, Michoacán es quizá el factor que haya detonado un desmesurado operativo de revisión que atentó contra los derechos humanos consagrados en la Constitución.
Indignantes resultan las imágenes donde mujeres de la Policía Federal catean a niños de aproximadamente de tres o cuatro años de edad o esculcan las carriolas de bebés. Una decisión equivocada e inaceptable que más parece venir de una mente proclive a revivir las tentaciones autoritarias, que de un protocolo de seguridad armado bajo una concepción democrática.
CABLES CRUZADOS.- En Chiapas las estridencias del “Grito” también dejaron sus secuelas. No se sabe si por llevar al extremo sus frases de unidad e inclusión –“Chiapas nos une”, Güero dixit—, por algún afán globalizador, o por ignorancia, al gobernador Manuel Velasco Coello se le cuatrapearon los cables y a la lista de personajes independentistas que había que vitorear en la ceremonia patria, añadió al prócer reformista Benito Juárez y al héroe revolucionario Emiliano Zapata.
La reacción adversa en las redes sociales fue previsible: dura e implacable, similar a cuando Peña Nieto comete dislates bochornosos. Si de por sí Velasco tiene una imagen poco asociada con la cultura, el “resbalón” lo aleja aún más. Aunque el asunto más relevante de la noche del 15 quizá tiene que ver más con el aspecto de la seguridad, no aquella que está amenazada por la delincuencia común u organizada, sino la que cruje por la imprudencia que viene del gobierno en su obsesión por los actos populares masivos.
Cual metáfora del estado en que se encuentra la estructura institucional, circularon fotografías donde el piso del Parque Central está sostenido con polines desde el estacionamiento subterráneo para prevenir un posible desplome por el sobrepeso que significa la gente y los artefactos del espectáculos musical posterior al “Grito”.
Un comunicado oficial informó que los barrotes de madera siempre se han usado como medida preventiva cuando hay actos de esa característica, pero resulta preocupante y hasta risible que se usen recursos tan arcaicos para fines tan delicados, como es la integridad física de las familias. Lo grave es que sí aún teniendo conciencia del riesgo, se siga usando irresponsablemente ese espacio que no fue construido con esos propósitos.
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