Luciano Villarreal Rodas y su Vuelo 213
Cuando compartíamos cubículo, con otros 15 profesores en la Facultad de Humanidades de la UNACH, escuchaba a Luciano Villarreal Rodas leer sus poemas, cuentos o crónicas las cuales finalizaba con una risotada franca y alegre.
Se burlaba y criticaba lo que había escrito. Veía a su auditorio y corregía. Recababa pareceres y mejoraba sus trabajos.
Una parte de esos escritos leídos en voz alta los reunió en Vuelo 2013, un libro que lleva sus genes y su carácter irreverente. Sus poemas se leen con gozo, y aunque el título evoca desgracias, más con la foto en la portada de un avión destruido (el inexistente 213 de coordenadas perdidas), lo que encontramos son poemas que celebran la vida con ironía, inteligencia y arrechura.
Hijo del mar (nació en Mazatán, por eso dice que lo persiguen las gaviotas, la brisa salobre y el manglar), Luciano es un bohemio que no discrimina el vodka, la cerveza o el tequila; es, además, un melómano que disfruta de Pink Floyd, The Beatles, The Rolling Stones, U2, Queen, Hendrix, Janis Joplin, Elvis, B.B. Kings, Ray Charles, Joaquín Sabina, José Alfredo y Chabela Vargas. Pertenece al Círculo Semiótico de Terán, una cofradía igual de irreverente, que sesiona a veces en un mango ataulfo, en la cafetería de doña Adelita o en los nuevos cubículos de maestros de Humanidades. Estudió psicología en la UNAM, después letras latinoamericanas, pero lo suyo es convivir, leer textos con sus alumnos y escribir.
Vuelo 2013 está dividido en cuatro partes: Paquete de poemas cursis, Decálogo de fracasos, Esquelas y nostalgia, y Manual de vuelo.
En Paquete de poemas cursis aparecen textos que fueron escritos en diferentes épocas porque traslucen influencias variadas, desde Bécquer hasta Efraín Huerta, pasando por Cavafis, Uvel Vázquez, Eduardo Lizalde, Vallejo y Quincho Vásquez Aguilar. Los poemas buscan el final sorpresivo y agradable: “El amor es como la ichi-van/ del transporte colectivo:/ abundan las paradas continuas”.
Decálogo de fracasos pareciera que los poemas fueron escritos de manera continua y disciplinada. Son los más amargos, los más oscuros y amorosos: “Violemos la frontera de los días,/ las reglas de los sueños./ Vayamos alto/ seamos animales,/ huesos,/ polvo,/ nada”.
En Manual de vuelo, dedicada a Gabriela, “la azafata de los senos aéreos”, Luciano Villarreal continúa sumergido en el dolor, la angustia y el desamor: “Me siento inmensamente abandonado, inmensamente feliz de que así sea”.
Esquelas y nostalgia parlotea por la muerte con guiños constantes a la arrechura y a la vida desaforada. Esta parte es la que más me gusta del libro por el nivel que alcanza la poesía de Luciano:
“La noche más difícil para un muerto es la primero, me lo dijo mi padre: debe buscar cómo acomodar su costal de huesos en un pequeño espacio. Tiene que aprender a caminar nuevamente, a platicar con extraños y en un lenguaje nuevo. Deberá inventar otros juegos de azar, otras trampas, otras mentiras para que no le ganen y se quede sin dinero, porque con tanto tiempo disponible, ¡Dios mío!, quizás pueda enloquecer y romper todos los cristales del camposanto”.
En la prosa poética y el verso libre de Vuelo 213 conocemos la mirada de Luciano Villarreal sobre la muerte, el amor y la vida, y el autor lo hace con elegancia, con originalidad, aunque diga burlándose de sí mismo que no es un plagiario, sino más bien que todo lo que escribe “es una calca” de sus “autores preferidos”.
No es así. Tiene una voz propia que debería conocerse más; su libro no solo debería ser leído por sus alumnos de Letras, que lo hacen con alegría juvenil y fervor, sino por muchos otros lectores amantes de la buena literatura chiapaneca.
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