Joaquín “Quincho” Vásquez Aguilar (o el poeta que parió el mar)
Por Luis Antonio Vásquez Henestrosa
Conocí a Joaquín Vásquez Aguilar a mediados de 1995, desde su primer verso que se introdujo en mi cabeza, quedé prendido al paisaje poético que brotaba de su poesía. En ese tiempo, estudiaba en la Universidad, los sábados participaba en un taller de literatura que impartía Ricardo Cuellar, mas de cuatro horas tratando de adentrarme al mundo de la literatura y apenas si alcanzaba a emparejarme con mis compañeros que ya tenían un largo recorrido en el camino de las letras.
Uno de esos días, mientras caminábamos por la colina universitaria, después de haber conlcuído la sesión del taller, Raúl Ríos me declamó de memoria unos versos:
Abran fuego a mansalva contra mi pecho pájaro
arbotantes del tiempo todo el día soldados
bárbaros de mi cuerpo
caníbales en fiesta
sombras del estreno
y acuérdense de mí, de mi canalla amor
de mi cigarro idiota
de mi lotería flaca
asegúrenme bien los clavos de las tablas de moisés
para que no se escape mi volcán de saludo
sigan hablando de todo, del zumbido abominable
menos de la calle que porto
carniceros con brazos y con hachas
vivan felices comiendo y repitiéndose
pero pélenme todo antes de asarme vivo
Le pregunté de quién era, para ese entonces, a los únicos chiapanecos que había leído eran Jaime Sabines y Rosario Castellanos, Raúl me dijo que era “Quincho Vásquez”, un gran poeta chiapaneco. Seguimos hablando de poesía mientras descendíamos por la colina. Después de ese día, en repetidas ocasiones le pedí a Raúl que me hablara del poeta de quien me había citado aquellos versos, me dio algunos datos, eso bastó para que mi búsqueda me llevara a la extinta librería UNACH, en el edificio Maciel, allí compré mi primer libro de Joaquín Vásquez Aguilar, “Pequeño Paraiso Perdido”; y así me enteré que el poeta había muerto en enero de 1994, en plena efervescencia del movimiento Zapatista.
Leí el poemario y la poética de “Quincho” dibujaron en mi rostro una sonrisa, mi memoria recuperó las imágenes de mi infancia que se iban presentando en muchos versos de su poesía: el verano mojaba con auténtico clima/(aguacero, sudor)/volaban papalotes y niños/ y zanates con granos de maíz en su oreja/ porque escuchar el río era siempre una fiesta para todos/ (¿dónde está mi comarca?).
Mi curiosidad de lector, y mi encuentro con su obra, me hizo buscar mas libros de Joaquín, sabía que siendo un excelente poeta, habría de haber dejado mas libros publicados, de tal manera que en cada plática que sostenía con mis condiscípulos de Literatura, siempre preguntaba por un “tal Quincho Vásquez”, la mayoría lo desconocía; en mi búsqueda, encontré a uno que me dijo que un profesor me podría ayudar, que era experto en autores chiapanecos, me presentó con él, con Antonio Durán. El maestro Durán me regaló varios ejemplares de la plaquete “Aves”.
En Aves, pude disfrutar de un majestuoso ritmo que solo lo había experimentado frente al mar, la cadencia de los versos y de las imágenes que se proyectan, se sienten tan cercanos, que no es necesario cerrar los ojos, sino mas bien, abrirlos mas para ver correr las olas del mar sobre los edificios de la ciudad, por los tejados y las azoteas, sobre las calles sorteando el andar aprisa de los automovilistas.
El poemario Casa lo compré en una feria de libro en el Zócalo de la Ciudad de México, en el camión de regreso a Tuxtla Gutiérrez, me leí en varias ocasiones el poema “La mitad de amor”, encontré en la voz del sujeto lírico, una historia y noticia a la vez, muy cercana a lo que ocurría en esos momentos en mi familia, traté de comprender el significado de cada uno de sus versos, tanto, que después fue mi pretexto justo para realizar el trabajo de tesis con el cual me titulé en la Universidad.
Después me regalaron el poemario Erguido Apenas y Vértebras, este último publicado por el Fondo de Cultura Económica; en ambos textos, la calidad estética de Joaquín queda de manifiesto en la belleza del dolor, del sufrimiento y de la agonía colectiva; su discurso fluctúa entre los estados sentimentales más divergentes del carácter humano, por ello, el poeta deposita en su creación todo el carácter de la vida misma, la ausencia del padre y de la madre, la añoranza por las cosas cotidianas heredadas de las raíces del pueblo, la soledad en la ciudad, el hartazgo de la ciudad que lo aprisiona.
mi caverna está bien
un poco oscura
pero es el modo de guardarme
de tanta luz
de tanta electricidad hasta el fisco
mi país está aquí
alrededor de mis pocas palabras
en mi árbol más cercano
en mi carreta con aire
en mi padre que es muy garza
muy canoa
el agua
y la lluvia
El contacto con su obra poética de ¨Quincho”, es el contacto con el mar mismo; es sumergirse a las profundidades del medio rural costero, es navegar sobre las olas que nos transportan a un clima de parsimonia y festividad; en donde al unísono del vuelo de las gaviotas, se puede reposar a la sombra de los magresales y saborear y disfrutar la fragancia salínica del calor mareño.
Hoy quince de agosto, Joaquín estaría cumpliendo 67 años, su legado literario para los chiapanecos y para los que disfrutamos de su poesía, están concentrados en dos antologías poéticas editadas recientemente, En el pico de la garza más blanca, publicada por la UNACH-Gobierno del estado de Chiapas, edición crítica de José Martínez Torres, Antonio Durán Ruíz y Yadira Rojas León; y, Poesía Reunida, publicada por la UNICACH, edición crítica de Luis Arturo Guichar. pero salud caramba salud.
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