Definición de festejo
El diccionario dice que festejo es “un regocijo público”, un guateque, pues. En el mundo hay diversas formas de festejar. Todo está unido a un ritual. Basta imaginar cuál fue el primer festejo de la humanidad para darse cuenta que el ser humano le ha dado por el bailongo desde siempre.
El primer festejo ¿fue cuando Dios hizo al primer hombre? ¡No! Dios está por encima de estas veleidades. Con decir que ni siquiera cacaraqueó el huevo cuando hizo el Universo con eso se dice todo. La celebración es esencia consustancial de los hombres y de las mujeres.
Fue, entonces, el primer festejo cuando Dios hizo a la primera mujer. ¡Tampoco! La historia bíblica no habla de un guateque por tal motivo. Es decir, el universo tomó como algo natural la existencia de esos dos seres, casi casi en la misma dimensión de cuando Dios hizo a los demás seres vivos.
No obstante, la Biblia consigna el gran guateque que se hizo en las Bodas de Caná, por ejemplo. Como Adán y Eva no se casaron, sino que fueron la primera pareja que vivió en unión libre (por eso se dice que vivían en El Paraíso), el guateque no asomó. Tampoco asomó el festejo cuando nacieron los hijos de Adán y Eva.
Mariana dice que tal cosa no sucedió porque eran muy pocos para hacer un pachangón. Los verdaderos festejos de la humanidad comenzaron cuando la familia se hizo grande, cuando Adán y Eva ya eran bisabuelos y la familia se reunía en casa; es decir, el festejo tiene su origen en la esencia de la tribu.
¿Quién es el tontito que, en su departamento, celebra su cumpleaños él solo? Imagine la escena de un solitario que va al refrigerador, saca el pastel de tres leches, lo coloca en la mesa (sin mantel), coloca una vela, la prende y, con voz lenta y casi inaudible, canta: “estas son las mañanitas” (aunque sea a las siete y media de la noche). ¿Cómo se da un abrazo de cumpleaños un solitario? ¿Cómo grita: mordida, mordida? ¿Cómo impulsa su cabeza hacia abajo para llenarse de betún? ¿Quién le echa porras? Esta imagen es triste y absurda.
El festejo demanda la multitud. Recuerdo con afecto los cumpleaños de la tía Juanita. El patio de la casa se llenaba de primos y tíos. La juncia regada, el manteado y la marimba en una esquina eran señal de que había festejo en la casa de los Bermúdez. La algazara era indescriptible.
Los niños corrían en medio de las mujeres que servían el arroz blanco, los pumpos de tortillas y la barbacoa. Las primas, siempre con un vestido blanco con cinta rosada, iban de un lado a otro y cuando podían se mezclaban con los bailarines y dejaban que los tíos las tomaran de las manos y, como olas, fueran de un lado para otro, al ritmo de la marimba.
Los primos iban al sitio y jugaban a policías y ladrones, mientras los papás brindaban, se paraban, alzaban el brazo y deseaban muchos años de felicidad a la tía, quien, sentada en la cabecera de la mesa, sonreía, feliz por ser el pretexto ideal para reunir a la familia, constituida por decenas y decenas de personas.
El festejo no sólo es un regocijo público, también exige que sea un público regocijo. Exige que la puerta de la casa se abra de par en par, que la gente entre al patio central, abrace a la persona festejada, se siente, sienta el olor de la juncia y, con el corazón como ventana abierta, reciba el aire de la vida. Porque el festejo demanda que se celebre a la vida. No existe en el mundo un solo festejo por la muerte. La vida es la esencia del festejo.
Por esto, ahora que Chiapas Paralelo cumple su primer año, celebramos la vida, la que recibe el sol de frente, la que habla de “otro modo de ser” libre. ¡Que suene la marimba! ¡Que los pies se muevan debajo de la mesa! ¡Que el traguito alimente el espíritu! ¡Y que la vida siga paralela a los sueños y a las realizaciones!
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