Tríptico de aldea
¿Para qué escribir? Para explicarme,
para que las palabras pasen
por mi inteligencia, por mi corazón,
por mi verdad…
Héctor Cortés Mandujano
Me recuerdo en una finca: La Nueva Era. Un lugar polvoriento, lleno de vacas, gallinas caballos y una burra, la Torcaza.
Era un lugar con el tiempo almacenado, que movía su reloj sólo con las muchachas “huidas”, los muertos impredecibles y las mujeres dejadas.
El camión azul de don Panchón, que pasaba cuatro veces frente a mi casa, era parte de la cotidianidad. Lo veíamos bajar de El Sombrerito, una finca vecina, y acercarse con su nube de polvo y su ruido de matraca desvielada. Se perdía después, en su caminar a Tuxtla, en una curva que llevaba a Narciso Mendoza.
Aquel camión azul, viejo y destartalado, aceleró una vez los relojes de la finca: fue cuando mataron a don Ezequiel de dos balazos en el pecho. Quedó reclinado en el asiento número 7 de pasajeros, donde había encontrado su destino. Los hombres, con pistola en mano, huyeron rumbo al río.
Los asesinados se quedaban en nuestras palabras por un mes, dos meses, hasta que un pleito, unos balazos al aire hacían correr nuevamente los días. Y los años se marcaban por los hombres navajeados y las mujeres encontradas en camas de otras dueñas.
Me acuerdo de esa finca por el libro Tríptico de aldea, de Héctor Cortés Mandujano. Lo leí este fin de semana, y no pude emplear mejor mi tiempo que conociendo su aldea, que es la mía, que es de todos.
El Premio Rosario Castellanos universaliza su espacio y nos muestra ese mundo de angustia, donde se vive para ser hombre, para dormir con el corazón despierto, para tener hijos y esparcirlos sobre la tierra.
El hombre se construye en la duda y en el miedo. Pero la Angustia es el gran tema de Héctor Cortés. La angustia onírica del niño que se alimenta de palabras de la abuela en Demonios puntuales; la angustia del hombre por la muerte y el destino en Beber del espejo, y la angustia de la mujer callada, doliente, violada, en Derrumbe de plumas.
Tríptico de aldea reúne tres novelas breves. Tres novelas de angustia. Las tres tienen su espacio en una aldea sin mapa identificable, pero que está en todos los lugares posibles y en todos los rincones del pasado.
Si las tres novelas tienen como lugar común la aldea, ¿por qué no escribió Héctor Cortés Mandujano un solo libro?
Supongo que porque cada historia reclama su propio espacio, y porque seguramente cada una de ellas apareció en su imaginación en diferentes tiempos. Ahora, sin embargo, las vemos reunidas, y podemos leerlas como una sola novela: la novela de la angustia, como me gusta llamarla.
Un libro más que leí del mismo autor fue La misma hora en nuestros relojes, un texto que reúne once relatos, escritos también en diferentes tiempos y algunos de ellos ya publicados.
En La misma hora… Héctor es elegante y sencillo; complicado y comprensible. Es el hombre deseoso por contar y compartir su imaginación. Y sabe contar, y sabe entretener y sabe nombrar las cosas, como lo hacen los maestros. Y es que Héctor es un maestro condenado a trascender y llevar el nombre de su aldea, de su Chiapas, a otros lugares de la imaginación.
Tríptico de aldea y La misma hora en nuestros relojes, si no conoce al ganador del Premio Emilio Rabasa, serían un buen inicio para platicar con un escritor de una imaginación fértil, disciplinado y tremendamente trabajador: Héctor Cortés Mandujano.
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