Tres días pasados del diario presente
Casa de citas/ 176
Hay un claro desfase entre lo que publico y lo que vivo, es decir, a veces lo que aparentemente me está pasando en lo que escribo me pasó hace mucho en la realidad (esta es la columna 176 y ya tengo escritas hasta la 185). Por ejemplo, lo que escribiré a continuación tuvo lugar entre el 9 y el 11 de mayo de 2014, pero en esta narración de vivencias lo que ocurre me está ocurriendo.
Soy un hombre. Soy cruel.
Nadie me cambiará
Adanowsky
Es viernes. En días pasados supe que dos cantantes que me interesan (Jorge Drexler y Adanowsky) sacaron sendos discos nuevos. Alguien en cuyo gusto confío me recomienda ver Obediencia perfecta, una nueva película mexicana. Pienso que me haré tiempo, no sé cuándo, para regalarme estas tres experiencias.
Propongo a mi mujer ver la cinta y me dice que sí, en caliente. Antes, voy a la tienda de discos y, ¡albricias!, encuentro los dos que buscaba. Entramos en el cine.
Obediencia perfecta (2014, coescrita y dirigida por Luis Urquiza) cumple con creces mis expectativas. El guion me parece muy bueno; la actuación protagónica de Juan Manuel Bernal es soberbia, espléndida, magistral, y todos los demás valores de producción están en el mejor nivel. La película tiene buen gusto (algo raro en el cine nacional), es decir, está exenta de vulgaridades en todos los sentidos y lo que algunos han criticado (que no haga explícito el nombre de Marcial Maciel y de los curas pederastas, que la denuncia no esté llena de gritos y sombrerazos) a mí me parece una gran virtud. En este país donde la televisión cada vez es más plañidera, lacrimosa y vulgar; donde los políticos se insultan e incluso se golpean, se encarcelan, se matan o ponen sus execrables rostros en anuncios panorámicos, con el cobijo de la peor prensa, para echarnos a perder el paisaje; donde el cine nacional se solaza con las lacras que todos conocemos o evade la realidad en comedias a veces de buena factura, hallarse con la sutileza, la elegante inteligencia en un tema poco visitado por la ficción cinematográfica es un oasis. No sé qué más haga en el futuro Luis Urquiza (este es su primer largometraje), pero con este empiezo por lo menos a mí me tiene conquistado.
Mientras vamos a casa, oímos a Drexler. Este hombre, pese a los muchos discos que lleva (soy su escucha desde hace tiempo y tengo una buena pila de trabajos suyos) conserva una envidiable frescura. Su nuevo CD se llama Bailar en la cueva (Warner Music, 2014), que es, en términos de ritmo, una afortunada fusión de varios. Pero el acento mayor de él está en las letras y en ellas hay mucho citable: “El pulso latiendo/ y el muslo aprendiendo a leer en Braile […] Ya hacíamos música muchísimo antes de/ conocer la agricultura” (en “Bailar en la cueva”); “perdí la cuenta de las veces que te anduve./ Todas parecen la primera” (en “Esfera”); “Una canción aparece de pronto/ y se clava en el alma/ como un cuerpo extraño” (en “La noche no es una ciencia exacta”); “Me volví perro de presa/ del perfume de tu pelo” (en “El triángulo de las Bermudas”). Drexler, otra vez, qué alegría, poniéndole música a muchos de mis momentos buenos.
Adanowsky inventa un personaje en cada nuevo disco [nomás lleva tres: me encantó el primero, El ídolo (2008); no me gustó tanto el segundo, Amador (2010)], es decir, se reinventa, se mata y arranca de nuevo. Algo no tan fácil. Ahora nos presenta Ada (2014), un puñado de canciones pensadas para celebrar su lado femenino (tanto en la portada como en los shows, él, que no es nada afeminado, se maquilla femeninamente: el bilé rojo de sus labios será su característica mientras dure la promoción y las presentaciones de este disco).
Ada tiene un sonido que nada tiene que ver con sus anteriores producciones, es más bailable, con guiños a la música disco y enriquecido transversalmente con los muchos subgéneros que en los últimos tiempos se han inventado en la música. En general, las letras están cantadas en inglés, salvo una en español (“No te quiero”) y una en doble versión (“You’re my Lover”). No me encanta, pero creo que es un artista que vale la pena seguir porque, hasta el momento, el riesgo es lo suyo; nada que ver con lo adocenado, lo anquilosado de tantos que hacen disco tras disco siguiendo la misma fórmula pedestre.
***
Sábado. Tomo un vuelo de mañana de Tuxtla al DF, voy a Puebla. Aunque ya había leído algunas páginas, empecé de nuevo con Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura (Emecé Editores, 2003), de Norman Mailer, que será mi compañía en aeropuertos y hotel.
Luego del viaje del DF para acá por los Estrella Roja, estoy en Puebla. Adelantaron mi charla en la Casa de Cultura. Que los gobernadores de Puebla y Chiapas no pudieron coincidir ayer y cambiaron su visita para hoy, que será la pospuesta inauguración. Iba a hablar ante el público a las seis de la tarde y me piden que lo haga a las 5:30. Nadie va a llegar, pienso, pero me entrego con alegría al azar, me divierto. Poco público. Muy cálido. Me abordan al terminar y me felicitan, me dan la mano, me echan flores. Compran libros míos, me piden autógrafos. Cuatro mujeres se quedan para tomarse fotos y preguntarme sobre el asunto de escribir, sobre lo que he leído. Me dejan alegre.
Salgo y me encuentro con Óscar Palacios. Frente a la catedral poblana tomamos unos tragos (él tequila, yo cerveza oscura) y platicamos largamente. Cae una fina lluvia. Las carcajadas continuas subrayan nuestra alegría.
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Domingo. Voy al Museo Amparo. Me encanta el lugar, la intervención que ha hecho la artista brasileña Regina Silveira (“El sueño de Mirra y otras constelaciones”), las salas que recorro solo y con mucha lentitud. Compro libros en la tienda del museo que tiene objetos bellos y buena atención.
Camino y mi vista se solaza ante bellezas arquitectónicas y sitios varios. Rumbo al hotel, por casualidad paso frente a la Capilla de Arte de la Universidad de las Américas y veo que promueven la exposición “Historias de día”, de Abelardo Favela (Mexicali, 1948). Es gratis. Entro.
Son casi un centenar de cuatros que muestran el talento de este hombre de quien nada sabía. Me emocionan sus pinturas coloridas, alegres, vitales, de belleza evidente. Leo su ficha y ahora sé de su camino recorrido. Me llevo en los ojos y la emoción su modo de embellecer la realidad. Favela logra el contagio de los artistas verdaderos: salgo con deseos de convertirme en pintor.
***
Dejo el hotel y tomo un taxi. El taxista es un personaje un poco siniestro, un poco cómico, lleno de palabrotas, de dura mirada.
—¿Adónde va, jefe?
—A la Cuarta Poniente, a la terminal de los Estrella Roja.
—¿Regresa a la capirucha?
—Sí.
—¿Y de qué trabaja allá?
— (Como dice José Alfredo: “Es preciso decir una mentira”) Eh, doy clases.
—Yo acabo de regresar de un viaje. Trabajo para un jefe ministerial, usté me entiende. Le llevé artefactos.
—¿Artefactos?
—Me detuvieron varias veces. Pendejos. Que mi carro no circula. Pero si el que da la orden dice que sí, sí. Llevaba armas en cajas. Un chingo.
—Mire, pues.
—Llevo lo que me pidan, jefe. He llevado hasta encajuelados. Nomás los entrego, me pagan y no me importa lo que le hagan al güey, no pregunto.
—¿Y si lo detienen?
—No pueden. Los ministeriales de aquí con los de allá se hablan, voy protegido. Una vez llevé millones de pesos en latas de pintura.
—¿Y cómo supo, los vio?
—Lo que llevo lo destapan en mi vista, para que no hayan malos entendidos. Una vez uno me quiso matar. Le dije: “si me das la oportunidad de defenderme, vamos a ver quién puede más. A traición cualquiera gana. El chiste en enfrentarse chile contra chile y ahí sí”. Servido, jefe, cuide su equipaje.
—Gracias, cuídese usted.
***
En el aeropuerto hay una muy bien surtida librería Educal. Compro varios libros, entre ellos Obediencia perfecta, de Ernesto Alcocer, de donde está basada la película que me gustó tanto y de la que Alcocer es también coguionista.
Llego a Tuxtla. Me esperan mi mujer, mi hija y mi nieto en el aeropuerto. Noto la alegría frenética de mi nieto Jacobo al verme. Siento lo mismo. Cuando lo abrazo y lo beso me hace notar su desmesurada felicidad por estar de nuevo juntos. Y eso es una bendición que agradezco: ser feliz, simplemente.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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