Cañada de San Fernando, acorralada por la deforestación
La Cañada de San Fernando es un macizo montañoso de selva baja caducifolia, que reúne fauna y flora endémica en riesgo de extinción.
El socavón natural regula el clima de la zona. En él se gestan lluvias y surgen bocanadas de aire fresco que se dispersan en la zona limítrofe con Tuxtla Gutiérrez.
El emblemático ecosistema, cuajado de tradiciones y leyendas, padece hoy el deterioro ambiental creciente causado por asentamientos humanos y cambios de uso de suelos.
La deforestación acorrala a ese retazo selvático a riesgo convertirlo en lomerío pelón, como ya se observa en diferentes puntos.
El pequeño cañón natural de bosques caducifolios, que se extiende en una fracción de la carretera hacia la Provincia de Los Zoques, está cercado por viviendas, restaurantes y cabañas en rentas.
El paisaje es dominado también por casas en construcción, rutas de acceso, campos de rastrojo, bancos de arena abandonados y una subestación de la Comisión Federal de Electricidad.
El cuadro desesperanzador lo completan los anuncios de ventas de lotes y hectáreas que invitan a integrarse como nuevos propietarios o pobladores de la zona.
La Cañada, que limita en sus reductos con las tierras del Parque Nacional Cañón del Sumidero, resguarda un centenar de especies de mamíferos, reptiles, aves e insectos. Es refugio de los gatos de monte, comadrejas, pichiguetas y turipaches.
En sus suelos germinan y fructifican árboles y plantas propias de la región Centro de Chiapas. El filón verde es santuario de pochotas, caobos y cedros.
En el centro del espacio forestal giran las tradiciones, las costumbres, los mitos y las leyendas de sus lugareños y vecinos de la región.
La Cañada, que alberga asimismo a La Mujer de Blanco, El Sombrerón, El Niño Colmilludo de La Canasta, lanza estertores agónicos por la crisis ambiental que la condena.
La Montaña es un reflejo de la crisis económica que postra a sus habitantes ancestrales, quienes que por falta de oportunidades productivas y empleos, venden sus parcelas en la búsqueda de mejores alternativas de vida.
En la última década, familias de los poblados Álvaro Obregón y Viva Cárdenas vendieron más 70 hectáreas de los alrededores de La Cañada.
Se deshicieron de sus tierras porque ya no producen ni son rentables para el sustento diario ni los planes a futuro, debido a la ausencia de políticas institucionales para el aprovechamiento efectivo de la zona.
La necesidad económica obliga a los, en otros tiempos hombres rudos y productivos, a desprenderse del traspatio el campo de labranza, la casa rural, porque actualmente no producen ni siquiera para el pastoreo.
Esta realidad es aprovechada por foráneos que adquieren los predios de La Cañada para construir restaurantes, cabañas de arriendo y viviendas solariegas de fin de semana.
Los nuevos dueños levantan sus construcciones con hierro y material de concreto, que en nada semejan las viviendas tradicionales, de adobes y tejas de barro, amigables con la naturaleza y aportadoras a la preservación ambiental.
Al desprendimiento doloroso de las tierras de los campesinos se añaden los sobreprecios de los intermediarios, que compran la mayoría de lotes a precios bajos y los revenden al triple.
Los biólogos y especialistas en biodiversidad advierten que los formas más letales para exterminar cualquier expresión vital de sitios como La Cañada, es precisamente ahogando de concreto su microclima.
La deforestación y el cambio de uso de suelos, que provocan las casas de concreto, los caminos asfaltados y el tránsito vehicular, ahogan y destruyen mantos freáticos, que como resultado final arroja su balance de destrucción y muerte de fauna y flora.
La Cañada es acosada y aniquilada por la necesidad de sus antiguos habitantes, como asimismo por la inconciencia de sus nuevos propietarios, la indolencia y la apatía de las autoridades responsables.
El pequeño cañón sigue la misma ruta de destrucción de otras áreas naturales de Chiapas, en medio de indiferencia del ayuntamiento de San Fernando, surgido del PVEM, que encabeza Carmen Castillejos Castellanos.
En la misma negligencia y omisión está el secretario de Medio Ambiente e Historia Natural de Chiapas, Carlos Morales Vázquez, dependiente también de un gobierno Verde Ecologista.
Irónicamente, en las inmediaciones de La Cañada se instalan las oficinas de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, a cargo de Jorge Constantino Kanter, un ranchero metido a político y funcionario, que tampoco hace nada visible ante la degradación natural que se muestra a sus ojos. Éste funcionario depende también de un gobierno federal ecologista.
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