Motociclistas ruidosos

Ahora les ha dado por recortar los escapes de sus motocicletas y acelerar y llenar de ruido a la ciudad. Son muchachos veinteañeros que gustan competir para saber quién saca los mejores estertores de sus motos.

No necesitan comprar escapes especiales. Les basta con quitar el silenciador para provocar ese ruido endemoniado, que ya es parte de nuestra cotidianidad.

Están a todas horas. Desde el amanecer empiezan a acelerar bruscamente sus motocicletas, pero por las noches, se juntan cinco o diez para recorrer la colonia, de arriba abajo, de poniente a oriente, por todas direcciones.

motos

A veces chocan. Atropellan. Se pelean. A veces bajan la intensidad de sus acelerones. Oímos entonces sus voces, sus risas, sus apuestas para saber quién llega primero a la Fuente o quién pasa más rápido el lodazal de la esquina.

Hace ocho meses, el hijo de don Pedrito, el albañil de la colonia Romeo Rincón, quien apenas iniciaba en el mundo de los acelerones, se accidentó. Se rompió la tibia, el peroné y no sé qué tantas cosas más.

Estuvo casi seis meses hospitalizado y hoy camina con muletas. No quiere saber nada de las motocicletas que lo han dejado lisiado de por vida.

Al menos él pertenecía a ese mundo del ruido, pero un niño de ocho años, de la Jardines de Mactumatzá, caminaba por una calle de su colonia cuando fue embestido por una flota de motociclistas.

Desde que descubrieron que les pertenecía el mundo del ruido con la eliminación del silenciador, nos fastidian a todas horas, y más por las noches o madrugadas, cuando deciden jugar a los arrancones.

Poco a poco estos motociclistas han expandido sus dominios sin que nadie, autoridad o leyes, los detenga en sus deseos de incomodar y lesionar a los ciudadanos.

No hay ley, no hay reglamento, no hay nada que prohíba en nuestra ciudad el ruido excesivo de estos nuevos centauros que cabalgan en ruidosos animales de acero, violentando todo, atropellando y golpeando lo que encuentran a su paso.

Disfrutan con hacernos notar su presencia, sobre todo cuando estamos dormidos, y sus acelerones con sus escapes trucados nos acaban el sueño y nos vuelven a la realidad de la Tuxtla ruidosa, lodosa, ahogada, asfixiada por este gobierno y su séquito de malos planeadores.

 

 

 

 

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