El mundo es uno mismo
Casa de citas/ 173
Por un retraso en el vuelo que tomaría, comencé a leer El maestro de las marionetas (Conaculta, 2011), de Katherine Paterson; la terminé entre el aire y la tierra, justo en el aterrizaje (casi todos los libros de los que hablo en esta columna son lecturas de hotel y aeropuerto). La novela tiene un gran planteamiento y son muy buenas las descripciones del trabajo de los marionetistas (la fabricación, el uso artístico) y las funciones. Nomás que se adivina con mucha facilidad la médula de la trama (la cercanía entre el maestro y el ladrón) y se nota el trabajo de la autora, es decir, no desaparece su mano como para dar la impresión de que la historia es autónoma (no da el salto cualitativo, como lo llama Vargas Llosa) y el final es, me parece, poco creativo. Y allí tiene razón Ítalo Calvino: hay muchos inicios memorables, pero es difícil escribir buenos finales.
Creo que esta pudo haber sido una gran novela y se quedó en el salto. Me entretuvo bastante, eso sí.
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Compré y leí el guion (ya no lleva acento, según las ni tan nuevas normas) cinematográfico, publicado por Mondadori, en 2013, El abogado del crimen (El consejero), de mi admirado Cormac McCarthy. La película, dirigida por Ridley Scott, comenté en alguna Casa de citas anterior, me parece que simplemente no funciona. Y es que la historia, qué pena, es bastante floja y hecha como a las carreras por este grande de las letras norteamericanas.
Westray (que en la cinta es interpretado por Brad Pitt), pregunta al consejero encarnado en el cine por Michael Fassbender (p. 48): “Tú sabes por qué Jesucristo no nació en México, ¿verdad?
“Consejero: No. ¿Por qué?
“Westray: Porque no hubo forma de encontrar una virgen. Ni a tres hombres justos que hicieran de reyes magos.”
Ja-ja. Aunque se refirieran a cualquier país, el chiste (además de racista) es forzado y malo.
Quien aparece como Jefe en el guion fue en el filme actuado por el compositor cantante y actor Rubén Blades, quien dice al consejero (p. 110): “No es mi deseo pintar el mundo en colores más tristes de los que tiene, pero conforme el mundo va dando paso a la oscuridad resulta cada vez más difícil descartar la idea de que en realidad el mundo es uno mismo. Algo que uno ha creado, ni más ni menos”.
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La última idea citada de McCarthy se parece mucho a la que expresa el filósofo francés Henry Bergson (1859-1941), Premio Nobel de Literatura 1927, en Memoria y vida (Ediciones Altaya, 1995: 41): “La materia y la vida que llenan el mundo están también en nosotros; las fuerzas que operan en todas las cosas, las sentimos en nosotros; cualquiera que sea la esencia íntima de lo que es y de lo que se hace, nosotros lo somos también”.
[Y también se parece a lo que dice el filósofo japonés Kitaro Nishida en Indagación del bien (Gedisa Editorial, 1995: 92): “Ante una vaca, por ejemplo, los granjeros, los zoólogos y los artistas tienen diferente imágenes mentales. […] El pensamiento budista sostiene que, según nuestro estado de ánimo, el mundo puede ser el cielo o el infierno. De manera que nuestro mundo está construido sobre nuestro sentimiento y nuestra volición”.]
El volumen de Bergson toca varios temas (p. 10): “El sueño, al reducir el juego de las funciones orgánicas, modifica especialmente la superficie de comunicación entre el yo y las cosas exteriores”; (p. 30): “Toda acción humana tiene su punto de partida en una insatisfacción y, por eso mismo, en un sentimiento de ausencia. […] Nuestra acción avanza así de ‘nada’ a ‘algo’ y tiene por esencia misma bordar ‘algo’ sobre la trama de la ‘nada’ ”.
Sobre el tiempo dice (p. 33): “El porvenir terminará por ser presente. […] En nuestro presente actual, que será el pasado de mañana, la imagen de mañana está ya contenida aunque no lleguemos a captarla. Ahí precisamente radica la ilusión”, y también (p. 48): “No pensamos más que una pequeña parte de nuestro pasado; pero es con nuestro pasado todo entero, incluida nuestra curvatura de alma original, como deseamos, queremos, actuamos”.
Y una de sus ideas me parece el nudo central de “Funes, el memorioso”, de Borges (p. 71): “Si realmente mi recuerdo visual de un objeto, por ejemplo, fuese una impresión dejada por ese objeto en mi cerebro, nunca tendría el recuerdo de un objeto, tendría millares, millones; porque el objeto más simple y el más estable cambian de forma, de dimensión, de matiz, según el punto desde donde lo percibo”.
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¡La gama de verdes consta de
trescientos setenta y cinco matices!
HCB
Henri Cartier-Bresson. El disparo fotográfico (Blume, 2012), de Clément Chéroux, es al mismo tiempo biografía del considerado uno de los mejores fotógrafos del mundo, antología de fotos y un libro de arte en pequeño formato.
HCB, como sintetizó al final su nombre, nació en 1908 en el seno de una familia adinerada y sus primeros experimentos los hizo con la despreocupación del caso; después de la primera guerra, de la que fue testigo, su percepción de la realidad cambió y se interesó menos por un (p. 58) “enfoque abstracto de la fotografía y más por los valores humanos”, y así llegó al punto de esta definición (p. 89): “Fotografiar es poner en el mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón”, es decir (p. 107), “somos pasivos ante un mundo que se mueve, y nuestro único momento de creación es la fracción de segundo en que pulsamos el botón, el instante en que cae la cuchilla”.
Cartier-Bresson murió a los 95 años, en 2004, pero dejó imágenes perdurables y varios textos que reflexionan sobre su arte, publicados aquí en el anexo final (p. 133): “La fotografía es para mí el reconocimiento en la realidad de un ritmo de superficies, de líneas y valores; el ojo corta el sujeto y la cámara apenas tiene que hacer su trabajo, que es imprimir sobre la película la decisión del ojo”.
Habla de su temática (p. 140): “Yo me ocupo casi en exclusiva del hombre. De lo que tiene más prisa. Los paisajes tienen la eternidad”, y de su compañera de vida, su cámara Leica, dice (Pp. 141-142): “Para mí, la Leica es un cuaderno de dibujo, un diván de psicoanálisis, una metralleta, un beso intenso y muy cálido, un electroamante, una memoria, un espejo de la memoria”.
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La muerte es mi novio más antiguo
Isak Dinesen
Compré Retratos (Anagrama, 2000), de Truman Capote, a sabiendas de que habrían aquí muchos textos ya leídos. No importa, el hombre hacía maravillas con las palabras. En “El duque en sus dominios (1956)”, su retrato de Marlon Brando, describe su cuarto de hotel en Kioto, mientras el actor filmaba Sayonara. Desorden, libros regados (p. 10): “Varias obras sobre oración budista, meditación zen, yoga y misticismo hindú, pero ninguna novela, porque Brando no lee novelas. Dice que no ha abierto una novela desde el 3 de abril de 1924, el día que nació, en Omaha, estado de Nebraska”.
Brando no para de hablar (p. 15): “La gente que me rodea nunca dice nada –observa–. Parece que lo único que les importa es oír lo que tengo que decir. Por eso hablo siempre”.
Joshua Logan, el director de la película que filma, cree como los que admiramos a Brando que era inatacable, un artista hiciera lo que hiciera (p. 27): “En una escena, procuré hacer todo, todo, mal. Hacía gestos, ponía los ojos en blanco, adoptaba toda clase expresiones que no tenían nada que ver con el papel que estaba interpretando. ¿Qué dijo Logan? Pues simplemente: ‘¡Magnífico! Toma buena’ ”.
Y se pregunta a sí mismo, y se responde (p. 52): “¿Y qué otra razón hay para vivir, excepto el amor? Ese ha sido mi problema principal. No he podido amar a nadie”.
Capote trabajó con Cartier-Bresson y opina que era (p. 76) “autosuficiente hasta la exageración”; (p. 77) “Bresson es nervioso, alegre y compenetrado, un ‘solitario’ del arte, con una pizca de fanatismo”.
Esto apunta en “Elizabeth Taylor (1974)”, como declaraciones de la actriz (p. 82): “No soy partidaria de las relaciones de una noche. Acertada o equivocadamente, si voy por un hombre, siento que debo casarme con él. No sé por qué; tal vez sea una estupidez, pero yo lo veo así. Y si no es eso, entonces tiene que significar algo, ser algo más que una relación meramente física. Resulta gracioso, teniendo en cuenta la reputación que tengo, y que quizá me merezca”.
En esto, dice Capote, la Taylor se parece a Marilyn, cuyo retrato “Una adorable criatura (1979)”, magistral, también viene en el libro (de hecho la portada tiene a Truman y a la Monroe bailando) y es tal vez uno de los textos que más he leído de Truman y que mejor retratan a la mujer detrás del símbolo sexual.
La escritora Isak Dinesen (1885-1962) es su último retrato. Ella dice (p. 161): “Nunca me canso de los libros que me gustan, puedo leerlos veinte veces. Puedo, y lo he hecho. El rey Lear. Siempre juzgo a una persona según su opinión sobre El rey Lear”.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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