Definición de hija
La palabra se ha tergiversado. El mundo la emplea mal. Esta palabra debería ser empleada sin acompañantes. Es una palabra que exige ser como un trono de reina. ¿Cuántas reinas existen en los reinos? ¡Sólo una! Mi tía Eusebia siempre dijo que ella era la catedral y todas las demás (se refería a las queridas de tío Eulogio) eras capillitas. Sí, catedral debería ser la palabra hija, pero (¡ah, mundo cabrón!) todos la emplean con acompañantes: “es hija de don Teofilito”, “es hija del caníbal” (según Rosa Montero); “es una hija de la chingada”. Esta última oración es la que más pervierte la palabra agua limpia que se llama hija.
Es una pena que una palabra tan luz la conviertan en sombra. Toda niña, toda mujer (es irremediable) es hija. Esto es un prodigio de la naturaleza. Lo que es una afrenta es que toda la vida deba llevarse ese título como un estigma. Las hijas nunca deberían decir: “soy hija de fulana de tal”, bastaría con que dijeran (con el tono digno con que siempre se expresan las reinas): “soy hija y fulana de tal es mi madre”. El mundo sería más soberano si la ONU, por ejemplo, emprendiera una campaña para dignificar la palabra hija, una campaña destinada a prohibir que la palabra hija se uniera a otros vocablos. La campaña (por aquello de que los lugares comunes son los más visitados del mundo) tendría como lema: “Hija ¡solo hay una! ¡No la embarres con otras palabras!”.
Tal vez la definición de esta palabra no requiera acudir al diccionario. Es tan sencillo definir la palabra hija. Pero, por si alguien insistiera, podemos abrir el diccionario y hallar que hija es: “persona o animal, respecto de su padre o de su madre”. El lector puede advertir el grillete que la definición contiene: “respecto de”. ¡Qué jodido tener que depender en forma tan abusiva de alguien! Esta definición obliga a la hija (¡bonito asunto!) a vivir por siempre encadenada a su padre y a su madre. Tal vez una definición más justa sería: “dícese hija de una persona ¡que nace!”, casi casi como si dijésemos que comienza a volar.
Por esto, antes, una de las hijas (¿la primogénita?) estaba destinada a cuidar, para siempre, a la madre. La definición de diccionario no elimina el cordón umbilical; al contrario, lo anuda más, lo enreda. ¡Qué idiotez!
La palabra hija debería emplearse sola, como si fuese una palabra sol, como si fuese una palabra mar o aire. Debería dejarse ir, como en vuelo de ave absoluta.
Las muchachas bonitas deberían recuperarle su dignidad, deberían decir: “Soy hija, mi madre es fulana de tal”. A la hora que pronunciaran la palabra hija la pronunciarían como si abrieran sus manos, como si dejaran que el agua fluyera, como si colgaran nubes en todos los cielos.
Es muy jodido ser toda la vida “hija de alguien” y es más jodido si ese alguien ¡es famoso! Pobre la hija de Madona, siempre será como la sombra de una copa transparente. Pobre la hija de la chingada, jamás podrá aspirar a ser cristal de vitral. Sí, más miserable la hija de la chingada que la hija de Madona, porque siempre la chingada es más famosa que esta última. El mundo es así. Madona canta y la chingada no es más que un vaso de peltre lleno de mierda, pero este vaso es más famoso, más mentado, más odre para guardar los pescados putrefactos.
Ser hija es lo más grande del Universo. Sin embargo el mundo ha denigrado el término. Existen muchos hijos de la chingada que insisten en emplear la palabra acompañada con palabras higuera, con palabras cuerda de ahorcado. ¡Qué pena!
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