Vivir en los embotellamientos

Como usted, yo también calculo previamente los pasos que daré en esta ciudad tomada.

Algunas actividades, que eran parte de mi cotidianidad, las he abandonado, por ejemplo, mis idas a Caña Hueca. Tardaba más en el coche que en la pista.

Lo mismo ha hecho mi esposa y mi hijo, que han pedido un momento de respiro en la Escuela Municipal de Atletismo.

Otras actividades tienen que cumplirse porque es una obligación bendita y es ahí en donde empiezan los desbarajustes.

Mi hijo, ya sabe que en estos tiempos de políticos ineptos, hay que salir más temprano para no ser alcanzado por la ola de padres en coches que se apresuran a llegar a tiempo a las escuelas.

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Tempranito es menos estresante. No faltan desde luego claxonazos, mentadas y arrinconamientos de conductores que no quieren perder un milímetro de su avance en la serpiente de automóviles.

A veces, yo tampoco dejo que se cuele algún descomedido que intenta rebasar por la derecha y no respetar la filota que hacemos de forma bastante resignada. En ocasiones me ganan, en otras los bloqueo y avanzo con cara de triunfador, mientras les grito mentalmente: “pa’que aprendás”.

Hay otros de los que no puedo vengarme y tengo que tolerarlos. No he entendido todavía por qué los automovilistas se afanan en avanzar y bloquear la calle cuando saben que no alcanzarán el siga del semáforo. Obstruyen, con esa maniobra, otro carril de manera innecesaria; sobre decir que casi siempre yo he sido la víctima inocente de estas maniobras impunes.

No siempre ando con deseos de venganza automovilística. Soy bastante tolerante, pero en esta ciudad tomada es muy fácil que florezcan los instintos animales y policiales, que casi es lo mismo.

Me resigno, y marcho a paso de tortuga, como todos los que debemos salir a trabajar o a llevar a nuestros hijos a la escuela. Los viajes de esparcimiento casi han desaparecido de mi agenda. Mi amigo Luis Meléndez me confía que sus ventas de carnes asadas han caído más de la mitad, quizá por este deseo de resguardarnos en nuestras casas.

Me preocupa que un día, como en el cuento de Cortázar, quede yo varado en el Libramiento Sur, que ahí me quede a vivir y a hacer nuevas amistades y vecinos. No estamos lejos de que eso pase. En lugar de conocerse en las plazas, en las escuelas o parques, nuestros muchachos lo harán en los embotellamientos. Ahí se enamorarán, y con tanto tiempo de sobra, hasta se casarán. En sus fotografías aparecerán los maestros de obras y las “bellas” jardineras con el símbolo de MV.

¿Se imaginan que sus hijos salgan de sus casas niños, y que por culpa de “las obras de modernización”, regresen adolescentes?

Dicen que poner los dedos en cruz vale para conjurar estas pesadillas del maestro Julio Cortázar. Y creo que yo pondré todos mis dedos porque la fatalidad nos perseguirá hasta la eternidad, con estos políticos de pacotilla, y sus herederos que vienen pisándole sus suelas de D&G.

 

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