Tanteado, tanteadito y tanteadón
—Oí, pero no lo vayes a cargar de pimienta ¿Viste?
—No. Le voy a poner un poquito.
—¿En grano?
—No, tía. Molido.
—¡Ah no! Entonces es mucho. Ponéle un poquititío. Lo que agarren tus tres dedos.
Esta y otras conversaciones parecidas son cotidianas en las cocinas de los hogares de Chiapas. Sobre todo en aquellas en donde hay señoras grandes, abuelas, pero también mujeres jóvenes, aprendices, nueras. De esta forma las matronas transmiten sus conocimientos a las más jóvenes, a quienes en verdad desean conocer el arte culinario, y en general a quienes con el tiempo aprenden a expresar las diversas formas lingüísticas que tiene Chiapas, para señalar con relativa exactitud, las porciones, medidas y tamaños de los menjurjes que solo entre cocineras entienden. Entre ellos los ingredientes de nuestros alimentos y bebidas, pero también, en general: sólidos, líquidos, granos, unidades, cantidades, porciones, concentraciones, muchedumbres, etcétera.
Por ello, al menos en la zona central, el área que abarca desde La Concordia y Montecristo de Guerrero, pasando por Jaltenango, Villacorzo, Villaflores, Suchiapa e incluso Jiquipilas y Cintalapa, incluyendo la ribera meridional del Grijalva, Chiapa, Tuxtla, San Fernando, Berriozábal y Coita, usamos las voces poco, poquito, poquitío y poquititío, aunque también los vocablos chiquito, chiquitío, chiquititío e incluso chiquitititío, para designar a los objetos extremadamente pequeños como es el caso de las pulgas, piojos, liendres, ladillas y cucuyuchis, estos últimos, inseparables parásitos, piojos de las gallinas.
“Tantear” llaman las cocineras al acto de definir las cantidades de condimentos, propias de nuestros platillos: sal, azúcar, aceite, vinagre, comino, tomillo, achiote, picante, etcétera. Por ello son usuales las palabras “al tanteo” (al gusto propio), “tanteado” (poco), “tanteadito” (un tanto menos que poco) y “tanteadón” (cantidad intermedia entre tanteado y tanteadito). Aunque en ocasiones la instrucción que se escucha en las cocinas es: “Si, sí, mi niña. Tanteadito pero sin pasarse”.
En algunos lugares —para no errar— se refieren a medida y medidita; a cucharada y cucharadita, a montón y montoncito, y a una pella o una pellita, cuando se trata de medir la cantidad de manteca sólida, mantequilla lavada o mayonesa. Si se hace referencia al tamaño del pollo, gallina, pato o guajolote, se escuchan las expresiones “de perdidas de este tanto”, “de perdidas de este vuelo”, “ahí lo buscás de buen tamaño”, “de medio pelo”, mediano o medianito y entero o enterito, aunque si son muy pequeñas las piezas, como en el caso de cuiches, tortolitas o codornices, a ellas las nombran chirris (pequeñas), chiviriscas (muy pequeñas) e incluso chivirisquitas (aún más pequeñas). No obstante también se escuchan las voces sinónimas misrruña y misrruñita (chica y muy chica).
Son propios de las cocinas chiapanecas los términos trasunotro, trasdeunotro, trasdiunotro, uno por uno y uno tras otro, es decir: “tras de uno, otro”, cuando se desea indicar que las presas o piezas del guiso deben ponerse a cocción, depositando a la olla o al sartén, primero una y luego otra pieza. Y lo mismo ocurre con docena, media docena, docena y media, medio-medio, onde-onde, casi-casi y zarazón, ésta última palabra, indicadora de que el asado o parrillada no debe quedar cruda pero tampoco extremadamente cocida.
Para medir los granos (maíz, frijol, semillas de calabaza, etcétera) y en general áridos, aún se escuchan las dicciones cuartilla, almud, fanega y lona. Arroba y quintal se usan o usaban para medir o despachar cal, sal, salitre y café. Mano y zonte eran los vocablos con que se contaban las mazorcas de maíz, de donde se deriva el verbo “zontear”. Tercio, carga y carretada sirven para medir la cantidad de leños que se compran o venden. Triduos, novenas (novenarios), oncenas y docenas son cantidades para tazar rezos, flores, naranjas y escobas, y las distancias aún hoy tienen sus medidas propias: dos dedos, tres dedos, jeme, cuarta, brazada. De ahí aquella expresión: “Perdonálo, hombre, este animal. ¿Qué no ves que nomás dos dedos de frente tiene?”.
Otros enunciados de cantidad son “otro uno”, “poquito a poco”, carretillada, camionada, chorrero, chorratal, chorrocientos, chorrocientosmil y las dicciones emblemáticas más puras: chingo, madral, madrero, putamadral, chinguero y chingamadral. Razones de abundancia son: muchísimamente, muchisísimamente, tambache, tupido, harto, reteharto, retiharto y “resto” en la expresión “Puta, lo vieras visto. ¡Eran un resto!”, aunque la partícula “rete” se aplica, como intensificador de cantidad o calidad, en otras varias palabras: reteoscuro, retesucio, reteapretado. Cuando nos referimos a la morralla decimos sencillo, vuelto o cambio; a las armas las llamamos por el calibre de sus municiones: “Qué bonita tu veintidós”, “vendéme esa treinta y ocho”, “jojo, cómo retumba esa cuarenta y cinco” y… “¿Todavía lo tenés esa tu treinta-treinta?”.
Dendioy y desdioy —es decir, desde hoy, desde hace rato— decimos para señalar el tiempo transcurrido, lo mismo que “uuures”, para indicar un tiempo mayor. Orita, oritía y oritita son variaciones que utilizamos para indicar que esto o aquello sucederá muy pronto, o “luego”, “lueguito” y “ya mero” para advertir que será tantito después. Ligero y ligerito ordenamos a alguien para que se dé prisa. Ratito y ratitío son pequeñas unidades de tiempo y… cuando nos sentimos solos decimos que estamos solitos, solitíos e íngrimos, aunque cuando andamos acompañados, vamos con la palomilla, la cuadría o en retajila.
“Rabiata” es sinónimo de “marimbita” en el caso de los varios hijos pequeños de una sola madre. Patache, patacho y patachi es el conjunto de acémilas de los antiguos arrieros y, finalmente, dos vocablos indican porciones y precisiones: “medio” (la mitad) en mediodía, medialuna, mediofondo, medio atarantado, medio bolo, medio ciego, medio choco, medio muerto y medio pendejo. Y “mero” (precisamente) en mero vivo, ya merito, mero día, mero enfrente y mero-mero.
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