El Tártaro
Casa de citas/ 169
Me parecía que, conducido por el tétrico barquero
del que nos hablan los poetas, atravesaba
la melancólica laguna para entrar en la noche eterna
Shakespeare,
en Ricardo III
Hijos del dios Cronos, los también dioses Zeus, Poseidón y Hades desterraron a su padre (nadie puede matar al tiempo) a una lejana isla del Atlántico. Después, dice Robert Graves en Dioses y héroes de la antigua Grecia (Editorial Lumen, 1990: 13), “echaron suertes para repartirse las tres partes del reino de Cronos. A Zeus le tocó el cielo, a Poseidón el mar y a Hades los infiernos”.
Hace tiempo, en una de las charlas que doy, mencioné de pasada a los personajes que bajaron al infierno y pudieron salir de él. No son muchos. Esta es mi lista.
1. Core, Perséfone o Proserpina
Recordaba que Efraín Bartolomé, nuestro gran poeta, cuando yo no suponía que iba a ser el gran amigo mío que es, se había referido a Perséfone en un lejanísimo encuentro de escritores chiapanecos al que acudí como público. Lo consulto con él y me dice que si ese texto se publicó estará en las memorias y sí, lo encuentro en el 1er. Festival de Escritores Chiapanecos (Unach, 1991, Pp. 95-96).
Dice Efraín: “Hades, el que reina en las sombras, se enamora de Core; desea a Core como reina del Tártaro y la rapta”. Deméter, su madre, la busca y “finalmente descubre al Gran Raptor. Reclama por su hija. Y el Gran Raptor se niega a devolverla. Pero la vida vegetal depende de Deméter. Y de la vida vegetal depende toda vida animal y toda vida humana. Deméter, por lo tanto, se rehúsa a ordenar que la Tierra produzca hierba o flor, o espiga, o el más mínimo fruto. Surge el hambre. La muerte”.
Zeus, entonces, ordena a Hades que dejé volver a Core y él se niega de nuevo. Accede al final, pero su ya mujer sólo podrá pasar temporadas fuera del Tártaro y así, “si está con Hades las plantas se marchitan, se secan y se ocultan. Cuando Core aparece la Tierra da sus frutos, germinan las semillas, nacen hierbas y flores donde quiera que pisa. ¿Es claro quién es Core? Core es la primavera”.
2. Orfeo
Hace muchos años actúe y dirigí una obra de teatro, En la antesala de la muerte, de Gabriel Arout (escritor francés, 1909-1982); en ella, mi personaje –un militar alemán a quien, por un experimento nazi, encierran en una misma celda con un judío y con un cuchillo al centro– contaba la vieja historia de Orfeo y Euridice.
Orfeo era tan buen músico que hacía llorar hasta las piedras y volvía mansas a las fieras con su arte. Euridice era su mujer amada. Un día, a ella la muerde una serpiente y muere. Él decide no volver a tocar.
Los dioses, admiradores de su don, saben que la única manera de que él vuelva a deleitarlos con su música es permitirle que baje al Tártaro por su esposa. Hades no está de acuerdo; sin embargo, cede, pero pone una condición: que Orfeo entre, toque y que su mujer, al oír la música, lo siga; él no deberá volver la vista pase lo que pase.
La magia de Orfeo consigue que el temible Cerbero (monstruo con tres cabezas perrunas, que guarda la entrada al infierno) se duerma. Entra la belleza intangible de la música a la caverna infernal y Euridice la oye. Va tras su marido. Un grito hace que Orfeo vuelva el rostro. En ese momento ella se vuelve una estatua de sal y se derrumba ante los ojos del hombre prodigioso.
[En la muy buena cinta El laberinto (Rabbit Hole, 2010, dirigida por John Cameron Mitchell), el personaje que interpreta Nicola Kidman cuenta al adolescente que atropelló a su hijo de cuatro años una simplificación: “Orfeo extrañaba a Euridice y bajó a buscarla al infierno. No tuvo éxito”.] .
3. Hércules o Heracles
Tomo de nuevo el volumen que cité antes del genial Robert Graves para hablar de los diez trabajos impuestos por Euristeo a Hércules o Heracles (p. 90): “El último y peor de los trabajos fue el de capturar el perro Cerbero, y subirlo a rastras del Tártaro”. Con amenazas Hércules logró que Caronte, el barquero de la muerte (se resistía porque Hércules evidentemente estaba vivo), lo pasara de una orilla a la otra de la laguna Estigia, de sus corrientes de pus y sangre.
En el Tártaro, “Perséfone salió corriendo del palacio y cogió las dos manos de Heracles.
“—¿Puedo ayudarte, querido Heracles?
“—Os ruego que me prestéis vuestro perro guardián por unos días, majestad. Regresará corriendo a casa en cuanto se lo haya enseñado a Euristeo.”
Perséfone (Core o Proserpina) y Hades dan su consentimiento y luego de varias peripecias (p. 91), “Euristeo casi murió del susto cuando apareció Heracles, arrastrando tras de sí a Cerbero, atado con una correa.
“Gracias, noble Heracles –le dijo–, ahora ya estás libre de tus trabajos. Pero por favor devuelve enseguida a esa bestia”.
4. Teseo
La historia más conocida de Teseo es cuando, con la ayuda del hilo de Ariadna, entra al laberinto de Dédalus, en Creta, y mata al minotauro. En Edipo en Colono (la segunda del tríptico que componen Edipo rey y Antígona, de Sófocles), Teseo tiende la mano al rey, si bien porque éste le ofrece un trato conveniente.
También baja al Tártaro, sin mucha fortuna; acompaña a Pirítoo, quien no capta la ironía del oráculo que le sugiere baje al infierno para pedir a Hades que le permita ser novio de su esposa Perséfone.
Consulto ahora Los mitos griegos, volumen uno (Alianza Editorial, 1987), del maestro Robert Graves (p. 455): “Hades escuchó con calma su insolente ruego, y fingiendo hospitalidad, les invitó a sentarse”. La silla “se convirtió inmediatamente en parte de ellos mismos, de modo que no podían levantarse sin mutilarse a sí mismos”. Allí, además, sufrían las torturas de serpientes, las Furias y Cerbero.
Cuando baja Heracles libera con su fuerza gigantesca a Teseo, quien deja en la silla, al despegarse, la mitad de las nalgas; yo debo ser su descendiente, porque los que vienen de él “tienen unos traseros tan absurdamente pequeños”.
5. Ulises
¿Por qué has venido, desgraciado,
abandonando la luz de Helios, para ver a los muertos
y este lugar carente de goces?
Tiresias a Ulises
En el Canto X de la Odisea, Ulises pide a Circe (la maga que lo tiene como huésped de su lecho) que le diga cómo volver a Ítaca, a su palacio, su mujer, su familia, y ésta le instruye para que consulte a Tiresias –el adivino ciego, que ha sido hombre y mujer cuando vivía– en el Tártaro.
En el Canto XI baja al infierno el astuto Ulises. Tiresias le informa que luego de sufrir mucho volverá al hogar (le narra incluso alguna de sus futuras catástrofes), y después (Edimat Libros, p. 455) “la dulce muerte, en fin, te llegará del mar y te encontrarás consumiéndote en una placentera vejez, rodeado del pueblo dichoso”.
6. Psique
En El asno de oro, de Apuleyo (escrito y publicado hacia el siglo II después de Cristo; mi ejemplar es de Editorial Gredos, 2001), se cuenta la historia de Psique, la hija menor de dos reyes, cuya hermosura era comparable a la de la diosa Venus. Los templos de Venus empezaron a no recibir visitas, pues la gente prefería ver la belleza perfecta y viva de Psique que el mármol frío de la diosa. Venus enfureció. El oráculo de Delfos ordenó al padre dejar a su hija en un tálamo de muerte, en la cumbre de una alta montaña. Allí la ve Cupido, hijo de Venus, y se enamora de ella; con un viento suave la lleva a su palacio, a escondidas de su madre.
Psique no debe ver a Cupido, no debe saber de su divinidad, aunque sea su marido y la posea en la penumbra. Lo hace, lo ve a instancias de hermanas envidiosas. Cupido desaparece. Para hallarlo, Pisque tiene que pasar las muchas pruebas que Venus le impone; la última es bajar al Tártaro (p. 148): “Coge esta cajita y vete corriendo al infierno, hasta la tenebrosa morada de Orco. Allí entregarás la caja a Proserpina y le dirás: ‘Venus te ruega que le mandes un poquito de tu hermosura, aunque sea la mínima ración de un solo día’ ”.
Psique supone que no podrá lograrlo y sube a una torre para lanzarse y morir. La torre ¡habla! y la aconseja sobre todo lo que tendrá que hacer para bajar al infierno y subir. Sigue con puntualidad los consejos, entra y sale del Tártaro, pero no puede resistir la curiosidad de ver qué puso Proserpina en la cajita. Cae desmayada. Cupido la rescata y logra que Zeus dé a la bella muchacha una copa de ambrosía que la vuelve inmortal (p. 155): “Así, regularizada ya su situación, quedó Psique en poder de Cupido. A su debido tiempo tuvieron una hija, a quien llamamos Voluptuosidad”.
7. Eneas
La Eneida es la reformulación de la Odisea, a manos del gran Virgilio. Este Ulises, fundador de Roma (Rómulo y Remo son sus descendientes), se llama Eneas y lo mismo que su obvio antecesor vuelve de la guerra; nomás que él no busca volver al hogar, sino cumplir su misión fundadora. Varios hechos mal sucedidos entorpecen su camino, pero los supera. Hay un momento en que debe consultar con su padre y por eso debe bajar al infierno; logra cortar una rama del árbol de oro que deberá entregar a Proserpina y que también le sirve para calmar la ira de Caronte y para apaciguar a Cerbero (Edimat, 1999, Libro Quinto); llega hasta al padre en el Libro Sexto, para que éste le cuente los buenos auspicios.
Allí se encuentra, por cierto, con Dido, la reina viuda y mayor que se enamoró perdidamente de él, cuando las olas lo arrojaron a las playas de su reino. “Esto que el mar rechaza, es mío”, dice Rosario Castellanos, quien con base en esta historia de Virgilio escribió el que es sin dudas su mejor poema: “Lamentación de Dido”. Rosario tocó la lira más afinada con este portento.
8. Dante
Lo cuenta con detalles La divina comedia. El espíritu de Virgilio se le aparece a Dante “a la mitad del camino” de su vida y lo acompaña en su recorrido por el infierno, el purgatorio y el paraíso, donde puede hablar finalmente con su amada Beatriz.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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