Definición de excelente
Es la palabra menos tolerante del mundo, la que ha prohijado las más perversas desgracias. ¿Qué padre no quiere que su hijo sea excelente en algo? Mi padre (hombre bendito) jamás me envió al cadalso de la excelencia. Él siempre optó por lo bueno. Un día me dijo: “aunque sea bolero, tienes que ser bueno”. Pero, claro, de lo bueno a lo excelente sólo hay un paso. Un paso que provoca urticaria al corazón.
Dichosos quienes disfrutan un siete u ocho en matemáticas. Pobres los que se frustran cuando sacan un 9.9. La excelencia no admite nunca un escalón inferior. Excelente, por ejemplo, es el actor que obtiene un Óscar. ¿Cuántos actores han obtenido tal presea? Y no está mal que alguien aspire a lo más alto, aunque sepa que no lo alcanzará en esta vida. Romeo dice un lugar común que ejemplifica: “apunto a las nubes para pegarle a la fronda de un árbol”. Este dicho lo dicen los que están seguros de su mediocridad o de su mala puntería; es decir, en lugar de atinarle a una estrella dan en la cabeza de un zanate. ¿De qué les sirve aspirar a la excelencia de la estrella si sólo alcanzan un zanate disecado? Pero, bueno, prefiero a esta clase de gente a la que, con soberbia, indica que su camino sólo está marcado por lo excelente.
El diccionario dice que excelente es: “magnífico, sobresaliente en bondad, calidad o estimación”. Como el lector aprecia, lo excelente ¡no existe! ¿Ha existido algún hombre o mujer sobresaliente en bondad? No. Ningún santo, por más santo, tiene manchas. Los que siempre obtienen dieces en la escuela fallan en algo. Muchos “dieces” luego fracasan en el mundo cotidiano. El padre que exige excelencia en sus hijos les siembra un árbol que da frustraciones, a la larga o a la corta (y no es albur).
Esta vida, la vida común y corriente, no es excelente. Más bien, todo mundo tiene vidas de siete o siete punto cinco que sube a ocho. La mujer más bella del mundo tiene defectos. Conocí a una muchacha bonita que era tan bella como una muñeca. Todos los amigos estaban de acuerdo que ella era perfecta, excelente. Las envidiosas (nunca faltan) juraban que ella se había hecho una cirugía facial. Me hice muy amigo de ella y una tarde, en su casa, después de tomar una cerveza, me confesó que estaba harta de que todo mundo dijera que era perfecta. Se quitó una sandalia y vi que uno de sus dedos estaba como encaramado en otro. Bromeé, le dije que era maravilloso saber que dos de sus dedos hacían el amor día y noche. Ella sonrió. Me pidió que, después de esa tarde, me encargara de divulgar el secreto. Me pidió que cuando alguien dijera que era la muchacha más linda del mundo, yo, en tono confidente, lo llamara por aparte y, en voz baja, le confesara: “no creas, los dedos de sus pies son imperfectos”. Mi amiga es una muchacha humilde. Reconoce que nadie es perfecto en la vida. La excelencia es una utopía y una maldición.
Si mi papá viviera recomendaría: “No corran tras la excelencia, sean buenos en su oficio”.
Por ahora me dedico a preparar material para impartir un taller que se llamará: “La imperfección de los excelentes”. Dedico horas y horas a hurgar entre los libros de los grandes escritores de habla hispanoamericana las manchas que ofenden su pulcra escritura. No hay un solo texto en el mundo que pueda calificarse de excelente. La excelencia no es cualidad humana.
¿Es bueno siempre apuntar al cielo? ¿De veras? ¿No será que puede suceder lo mismo que le ocurre a quien escupe para arriba?
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