Una mirada más allá de los arboles
Te has preguntado alguna vez, ¿porque nos gusta mirar?, bueno no precisamente mirar, observar o ver cualquier cosa, sino algo que nos provoque placer, alguna vez te has visto desnuda o desnudo frente al espejo, conoces tu cuerpo centímetro a centímetro, estoy segura que no, porque tenemos esos tabúes que no nos dejan disfrutar al máximo ni nuestro cuerpo ni nuestra sexualidad.
Pero te pregunto, si tuvieras la oportunidad de observar un cuerpo desnudo o tal vez la posibilidad de ver a una pareja prodigarse amor, ¿cerrarías los ojos o los mantendrías abiertos?, yo contesto por ti, claro que los mantendrías abiertos, por la curiosidad misma de experimentar y saber que nos provoca.
A veces necesitamos despertar esa parte de nosotros que aunque permanece inactiva, solo requiere algo que la detone, y no te culpes si de repente tus ojos desvían la mirada ante un cuerpo hermoso, es el placer de observar y dicen que por ver no se paga, pero como se disfruta.
Cuando se vive una relación de pareja se pierde esa capacidad de observar, de explorar de descubrir el terreno desconocido, de ir más allá, de encontrar el placer en el cuerpo en sus distintas formas y texturas y no necesitas tener un cuerpo perfecto para dar y recibir placer, solo mirar y complacerse.
Una mirada más allá de los arboles
A sus 22 años María vivía plenamente, al menos eso pensaba ella, estaba próxima a casarse, en más de alguna ocasión había sostenido relaciones con su novio y por eso sabía que el sexo podría ser mejor cuando por fin estuvieran juntos.
A ella le gustaba mucho ir por la tardes a recoger almendros cerca de un rancho, una vez a la semana acudía a ese lugar, regularmente los jueves, se tardaba una hora y media o dos horas en ese lugar, su familia ya sabía, por eso nunca le dijeron nada cuando se tardaba un poco más.
Esa semana María había escuchado de pláticas entre sus amigas lo placentero de las relaciones sexuales que sostenían, y cuando a ella le tocaba hablar del tema, solamente se concretaba a decir que era bueno, que se sentía bien, pero las amigas querían más detalles, saber cómo se excitaba, del placer que le proporcionaba su novio hasta finalmente llegar al orgasmo.
La verdad es que no tenía nada que detallar porque si bien es cierto que en alguna ocasión llegó a sentirse excitada aún no había experimentado un orgasmo.
Eso estaba a punto de cambiar, esa tarde se puso unos shorts, una blusa de algodón, se llevó una bolsa para traer las almendras y se fue, mientras iba camino al rancho entre árboles frutales le pareció escuchar un quejido, fue cautelosa, pensó que se trataba de un animal herido, por eso siguió sigilosamente.
Unos 100 metros antes de llegar al lugar donde salían los quejidos, se percató que apoyados en un árbol estaba una pareja casi desnuda, ella se ocultó, pero no dejo de observar, para evitar hacer ruido al pisar las hojas secas, camino de puntitas para poder acercarse y ver lo que pasaba en medio de los árboles.
Ahí, casi conteniendo la respiración, María tuvo la experiencia más erótica que jamás hubiera imaginado, ella observo a esa pareja de desconocidos que se prodigaba caricias que jamás se hubiera imaginado.
El hombre tenía contra el árbol a la mujer, ella se aferraba a su cadera con su piernas, mientras la alzaba en vilo y arremetía contra ella de manera salvaje una y otra vez, ella le pedía que no parara, pero entonces el bajaba la intensidad y posaba sus labios en los pechos de ella.
María vio como la lengua de ese hombre era suave y frenética a la vez y no pudo evitar que sus manos buscaran su entrepierna, estaba húmeda con solo ver lo que estaba pasando en medio del campo.
Entonces el hombre, con un movimiento brusco obligó a la mujer a que le diera placer con su boca, pero no era cualquier placer, pues no solo él lo disfrutaba, ella también lo hacía con cada uno de los movimientos suaves de su lengua sobre la virilidad de quien la hacía estremecer.
María sintió sus pezones duros, y su entrepierna estaba casi mojada, por instinto introdujo sus dedos, mientras sus ojos se mantenían fijos en esa pareja que estaba provocando en ella sensaciones jamás vividas.
De pronto la fricción de sus dedos fue más intensa, casi al mismo momento, el hombre volvía arremeter contra la mujer en el árbol, y no pararon hasta que alcanzaron el éxtasis, pero no fueron los únicos, María se abandonó en medio del campo, extasiada por el orgasmo que alcanzó al tocarse mientras los veía.
Después de recuperar y cuidando de no ser vista se fue a recoger las almendras, esa experiencia que había vivido, la ayudo a entender el sexo de otra manera, ahora sabría que no solo su novio tenía derecho a sentir, que ella también tenía que sentir ese placer del que hablaban sus amigas, el cual había vivido de otra manera distinta a lo que le platicaban.
Esa noche, María llego a su casa con menos almendras de las que acostumbraba llevar, pero llevaba un erotismo que no solo había visto, sino que también tuvo la oportunidad de sentir, por haber mirado más allá de los árboles.
Esto ha sido la columna del amor al erotismo, y espero que puedas estar en contacto conmigo a través del correo electrónico hablemosdesexo2014@hotmail.com y en twitter @hablemosdesex14 para que compartas tus historias.
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