Una lección de Mercedes Osuna y las abejas

La Meche. Foto: Cortesía

La Meche. Foto: Cortesía

Una lección de Mercedes Osuna, y las abejas, en la Escuela de Periodismo Auténtico 2013 (*)

 

  • La seguridad de los periodistas en zonas de conflicto y sus responsabilidades con la seguridad de las comunidades con las que se encuentran

 

Por Darria J. Hudson

Escuela de Periodismo Auténtico, Generación 2013

16 de octubre 2013

La Escuela de Periodismo Auténtico (School of Authentic Journalism o SAJ) comenzó en el 2003 como una creación de Al Giordano, fundador de Narco News. Giordano inició Narco News en el 2000 para reportar sobre la guerra contra las drogas al mundo angloparlante, para conectar a los Estados Unidos y otras partes del mundo con el resto de las Américas, y para exponer el terrible daño provocado por la “guerra contra las drogas” de los EEUU y la creciente globalización. Narco News también destacó la resistencia de los pueblos latinoamericanos a la corrupción y opresión también provocada por la guerra contra las drogas, una resistencia que no era reportada, filmada, y no se conocía excepto por la gente más cercana a la lucha. No tardó mucho para que periodistas de todo el mundo clamaran por más que sólo reportar; querían apoyo y entrenamiento para hacer el trabajo duro del periodismo auténtico: contar las historias que no se cuentan de los movimientos populares por la misma gente.

La primera vez que escuché de la SAJ fue a través del Instituto de Verano Fletcher para el Estudio Avanzado del Conflicto Noviolento en junio del año pasado en Boston. Giordano y uno de los maestros veteranos de la Escuela, Greg, así como otros estudiantes dieron una presentación sobre la necesidad de los movimientos por crear sus propios medios, esencialmente, contar sus propias historias. Estaba intrigada e impresionada, pero no me veía asistiendo. Sí, soy organizadora comunitaria, pero no soy periodista. Aún estoy tratando de saber lo que significa ser ministro religioso. ¿Qué podría ofrecer? ¿Qué podría hacer con lo aprendido?

“Sólo aplica por la solicitud”, Al y Greg me repetían. “Aplica y luego verás.”

Finalmente apliqué para una solicitud y fui aceptada. Con el apoyo de la Escuela de Teología de Vanderbilt (VDS, por sus siglas en inglés) pude asistir. Y finalmente pude saber porqué me querían ahí.

Este año, la Escuela de Periodismo Auténtico se celebró entre el 17 y el 27 de abril en la ciudad de México y sus alrededores. Cada escuela está dividida en 40 “alumnos” y 40 “profesores”. Los alumnos o becarios, son todos jóvenes y talentosos organizadores comunitarios, periodistas, fotógrafos, artistas, escritores y blogueros de todas partes del globo. Nuestros profesores eran o veteranos de movimientos sociales en sus países o ex alumnos que compartían sus experiencias año tras año con las nuevas generaciones.

Dos de esos profesores eran hombres a quienes considero héroes en la organización comunitaria: Oscar Olivera, sindicalista y estratega boliviano en la Guerra del Agua de Cochabamba en el año 2000, y Mkuseli “Khusta” Jack, quien condujo boicots masivos y las protestas en Puerto Elizabeth durante el movimiento contra el apartheid en Sudáfrica en los años ochenta y noventa. Había leído de ambos y de los movimientos que exitosamente condujeron, e incluso yo había escrito trabajos para mis cursos de la carrera sobre Khusta y los estudiantes en las luchas no violentas.

Oscar y Khusta no fueron los únicos héroes con los que me pude codear por dos semanas. Podría (tal vez algún día lo haga) llenar páginas sobre las decenas de otras mentes brillantes y grandes corazones que conocí en la SAJ. Periodistas, artistas, rock stars, blogueros, cantineros y sanadores de España, Serbia, Reino Unido, México, Brasil, Argentina, Egipto, Zimbabwe, Kenya, Sudáfrica, Texas, California, Alabama y Nueva York.

Venimos de todo el mundo con increíbles experiencias y habilidades, con la pasión por cambiar el mundo que nos rodea, y para compartir nuestras experiencias. Cada día intensivo se centraba en las sesiones plenarias matutinas y vespertinas en las que los profesores compartían con nosotros sus logros, cómo lo hicieron, y lo que podríamos tomar para nuestros propios movimientos. Entre las plenarias trabajábamos en equipos para registrar colectivamente algunas de las historias de lucha a nuestro alrededor (los resultados pueden leerse en Narco News).

Tal vez la más memorable de esas conversaciones fue casi al final de nuestro tiempo juntos, cuando Mercedes Osuna tomó el estrado. Mercedes es una organizadora en el estado de Chiapas, donde en 1994 comenzara la rebelión indígena zapatista, y es parte de la sociedad civil organizada en solidaridad con las comunidades en la ciudad cercana en la que vive. Mercedes me intrigó durante nuestro tiempo juntas; ninguna de la dos hablaba el idioma de la otra, pero aún así me recordó mucho a otras grandes y misteriosas mujeres con las que crecí en Georgia, mujeres de la iglesia y parteras, profetas y curanderas. Supe que tenía que encontrar la forma de hablar con ella, sólo escuchar su historia, y tal vez compartir la mía.

La sesión con Mercedes fue sobre la seguridad de los periodistas en zonas de conflicto y las responsabilidades que los periodistas deben tener para la seguridad de las comunidades con las que se encuentran. Sin embargo, fue en la sesión de preguntas y respuestas cuando más me movilicé y llevó a una conversación que nunca podré olvidar.

Una de las preguntas de los becarios reunidos vino de una joven reportera gráfica de los EEUU que le pidió a Mercedes su consejo para las mujeres que trabajan en los campos dominados por los hombres, como el fotoperiodismo. La respuesta de Mercedes fue inesperada, pero decisiva. La cosa más importante, dijo, es no adoptar una mentalidad de víctima; un error que frecuentemente es cometido por las feministas, según Mercedes, de lamentar su circunstancia particular de opresión sin ayudar a cambiarla.

 

“Yo no soy feminista,” nos dijo con su habitual tono franco y sereno

El feminismo, dijo, invariablemente conduce a divisiones entre los ya oprimidos. En este punto, pude ver a un contingente internacional de feministas en el público frunciendo el ceño en desconcierto.

“Lo que debes hacer, jovencita,” dijo Mercedes, “es reunir a las mujeres a tu alrededor, organizarse y demandar que sus necesidades sean cumplidas y que su presencia sea reconocida como esencial para el éxito de la comunidad. Las mujeres siempre han sido las más fuertes en el centro de cualquier movimiento, y tú, con el apoyo de tus hermanas, debes asegurar que eso sea entendido.”

La tensión entre las mujeres era palpable para entonces, y las feministas de cuatro continentes distintos probablemente se retorcían con consternación pero mantenían el silencio por respeto a Mercedes esperando impacientemente a que terminara, pero aguardando dejar escapar lo que una joven del Reino Unido eventualmente hizo: “¡Pero eso es feminismo!”

Y de hecho es. Pero no el feminismo que le habían contado a Mercedes. Después de un extenso intercambio sobre lo que es y no es el feminismo, Mercedes seguía resuelta. El feminismo es división. Los zapatistas, dijo, ya saben que las mujeres son esenciales en el movimiento, y que no hay trabajo que no puedan hacer, y no hay rol que puedan desempeñar.

No hay solidaridad ni fuerza sin ellas, y están incluidas en cada nivel de la toma de decisión. Desde la perspectiva de Mercedes, el feminismo era un conjunto de ideas políticas extranjeras articuladas por y para las elites privilegiadas, algo que podría servir para las universitarias, pero no para los zapatistas. Más de una feminista declarada dejó la conversación exasperada y confundida. Yo no fui la excepción, pero también estaba más determinada que nunca a sentarme con ella, sabía exactamente lo que quería discutir.

La siguiente mañana empezamos el desayuno con cientos de visitas no invitadas que se nos habían unido durante el curso de la escuela; abejas hambrientas sin hogar por los incendios forestales en las montañas cercanas y atraídas por la fruta y miel de nuestro desayuno a la intemperie de todos los días.

Algunos nos habíamos acostumbrado a las abejas, sacándolas del yoghurt y logrando no hacer movimientos repentinos. Pero había literalmente un enjambre de ellas cada mañana durante nuestra última semana juntos, y muchos de los alumnos y profesores buscaban evitarlas lo más posible durante las comidas.

Sin embargo, Mercedes ni se inmutó por ellas, y decenas volaban a nuestro alrededor mientras charlábamos. Johanna nos traducía mientras yo le contaba a Mercedes mi historia sobre el encuentro con el Mujerismo y la teología Mujerista; sobre cómo mis estudios me ayudaron a entender las vidas y las luchas de mi madre, abuelas y bisabuelas y me enseñado a leer sus historias y la propia como textos sagrados, una guía divina en mi desarrollo como agente del cambio social.

Cómo el acordarme de usar el sagrado término de Toni Morrison de la obra “Amada, narrativa de las mujeres y hombres negros de la clase trabajadora del sur de los EEUU” me hay mostrado algo esencial y que nunca fue olvidado: La verdad, la forma real y auténtica hacia la plenitud y la curación, es a través de valorar la propia experiencia y crear experiencias donde la cura y la afirmación puedan florecer.

También le dije porqué el Mujerismo era diferente, aunque muy relacionado al feminismo, y como esencialmente es una palabra y un lenguaje que ya existe: la verdaderas experiencias vividas por las mujeres Negras, como yo.

Mercedes asintió, diciéndome que estaba familiarizada con la lucha de las mujeres negras en el sur de los EEUU, mujeres como Fannie Lou Hamer y Septima Clak. Asintió aún más cuando le dije que la forma en que describió como las comunidades zapatistas se centran alrededor de las mujeres me recordaba a las comunidades que yo conocía y que siempre tenían como sostén a la madre, tía o abuela. Continuaba asintiendo sabiamente.

“Mucha gente usa la analogía de la mano cuando describe una comunidad,” dijo. “Cualquier movimiento real está compuesto por muchas partes. He organizado con intelectuales, campesino, sindicatos, lesbianas, socialistas, estudiantes, ancianos, niños y mujeres. Todas estas identidades y muchas otras son esenciales, aunque distintas, como los dedos de una mano. Y cuando los juntas,” mientras hacia un fuerte y café puño, “pueden dar un gran golpe.”

Yo también asentía; había escuchado esta analogía muchas veces. Pero luego vino la sorpresa.

 

“La mujer es el pulgar”

“Sin el pulgar,” Mercedes dijo, ” no puedes agarrar nada; no puedes trabajar; no puedes crear; no puedes llevar nada. Entiendo lo que estás diciendo,” dijo. “Una comunidad sabe lo valiosas que son las mujeres.”

Sin embargo, la conversación no salió tan suave como el diálogo que recuerdo. Muchas veces traté de intervenir en la traducción de Johanna, notando que con el poco español que conozco, en vez de utilizar Mujerismo o Mujerista como términos distintos, lo estaba traduciendo como “Feminismo afroamericano” o “Feminismo latino.”

“No,” traté de explicar. “¡Los términos son una importante diferencia!”

Realmente quería que Mercedes escuchara la diferencia que estaba haciendo entre el “feminismo” que había rechazado, y la tercer ola de feminismo de color que habían surgido luego del feminismo de la burguesía privilegiada; al que había descrito en la plenaria y en nuestra conversación del desayuno.

Sin embargo, Johanna se impacientaba y distraía cada vez más con las abejas. Entre la traducción para Mercedes y escuchar mis sugerencias para las palabras, movía las manos para espantar a las abejas. Finalmente, decidí reunir valor y sacar mi mejor spanglish para comunicar mi punto a Mercedes yo misma. Después de ver a Johanna luchar contra las abejas, Mercedes se inclinó más a callarnos a las dos.

“No, no, mira, shhh.”

“Silencio,” nos dijo. “Mírenme.”

No hizo ningún sonido, sólo un par de señas con las muñecas. El ya increíble número de abejas revoloteando a su alrededor se incrementó. La nube alrededor de mi y de Johanna disminuyó. Más y más abejas dejaron nuestros platos de fruta hacia ella. Rápidamente, un impresionante número de abejas volaba a su alrededor.

Cubrieron su plato, caminaban por sus manos y caras mientras ella continuaba hablando calladamente y desayunando. Yo miraba mudamente como tomaba el tenedor y esperaba a que las abejas en la fruta se alejaran, luego, junto con las abejas, comió pieza por pieza la fruta bañada en miel y yoghurt.

“¡Has encantado a las abejas!” dije en español.

“No, yo no soy encantadora. Soy la mamá de las abejas,” sonrió y me guiño traviesamente.

Terminamos nuestra charla, y yo estaba maravillada no solo por la misteriosa comunión de Mercedes con las abejas sino con la calma que también me envolvía a mi.

Mercedes me miró, y asintió. Tal vez había más feminismo en ella del que supiera, o escuchara. Si había feministas que entendieran las luchas de las mujeres de color, mujeres en lucha, y mujeres en las comunidades con hombres, niños, ancianos, entonces tal vez podría ser una al final.

Me dijo que trabajara en mi español para que pudiera saber más sobre la “teología mujerista” que había mencionado, y dejamos que las abejas terminaran de comer.

Mientras terminaba su sesión plenaria el día anterior, Mercedes se refirió a nosotros, los becarios de la Escuela de Periodismo Auténtico 2013, como las abejas.

“Estas abejas,” dijo, “han llegado a este lugar de lejos porque fueron desatadas por los incendios, y ahora están hambrientas, y buscan un nuevo hogar. Debemos ser como las abejas,” dijo, “que polinicen alrededor, trayendo el polen necesario para la vida de lugar a lugar mientras buscan un lugar para asentarse.

Hemos venido de todas partes del mundo, para escuchar las historias y lecciones de cada uno y llevárnoslas a nuestra casa con nosotros. De ahí, tenemos la oportunidad de traer algo para ayudar a que nuestros movimientos crezcan y se expandan.”

De Mercedes, a las abejas, y de cada una de las personas que conocí y aprendí en la SAJ tomo esta lección: El periodismo auténtico es un acto de resistencia; contando y haciendo espacio para que el relato de las historias verdaderas de las experiencias de la gente desafíe los intentos de los medios principales por esconder la injusticia. Compartir estas historias también es resistencia, un acto necesario que incite el crecimiento y el florecimiento humano. También contradice el mito de que nuestras luchas están desconectadas. Cuando contamos nuestras historias y cuando escuchamos la de los otros, estamos construyendo comunidad. Nuestra resistencia nunca está sola.

Teológicamente, esto es profundo. La lucha por la justicia crea un campo común, y en este campo debemos resistir responsablemente la mentira con el relato auténtico de nuestras historias. también es nuestro papel crear un espacio común para que las historias se cuenten, no sólo las nuestras. Debemos escuchar activamente por la verdad y estar dispuestos a amplificar las historias que están siendo ahogadas porque amenazan el status quo.

Siempre debemos buscar ser auténtico e intencionales en el lenguaje de nuestro relato, para que nuestras historias revelen los contextos de donde procedemos. Claramente, la historia del feminismo que Mercedes conoció originalmente fue uno no inclusivo en su experiencia, y como resultado no tuvo un efecto liberador en ella.

 

El lenguaje puede oscurecer, pero también puede revelar y liberar

El relato auténtico, como con el periodismo auténtico, incluye intencionalmente y hace espacio para que la historia de la gente llegue a los demás y que tenga repercusión en la verdad y la relevancia. Sin embargo, no podemos “hablar” por nadie.

Ningún becario, ministro religioso, servidor o defensor puede ser “la voz de los sin voz” porque cada historia tiene su propia voz.

Algunas voces y algunas historias pueden ser consideradas muy perturbadoras o muy tristes para los medios masivos. Pero eso no significa que estén silenciadas.

Es nuestra responsabilidad hacernos a un lado para permitir que las historias no contadas den un paso adelante para no cubrir una voz auténtica con la nuestra. Es nuestra responsabilidad encontrar el coraje para contar nuestras propias historias no escuchadas.

Este artículo será mi primera pieza escrita a publicarse, y estuve aterrada en cada línea que escribí. Pero aprendí algo de México, de la Escuela de Periodismo Auténtico, y de Mercedes, y es que como organizadora, como ministro religiosa, estudiante y tal vez como escritora, parte de mi lucha contra la injusticia es el acto simple y poderoso de haber atestiguado auténticamente y en comunidad a una familia global determinada a polinizar el mundo con testimonios de verdad y justicia.

 

(*) Este texto se publicó originalmente en http://www.narconews.com/Issue67/articulo4716.html

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