Abortos de la epopeya
Casa de citas/164
Figuras de la letra (UNAM, 1990), de Alberto Paredes, son breves ensayos acerca de escritores mexicanos, dispuestos de la A a la Z, como si se tratara de un diccionario. No son reflexiones sobre un texto en particular, sino de la obra completa, hasta ese momento, de la nómina de autores que incluye a los infaltables y a algunos más. En el texto que dedica a Augusto Monterroso dice (p. 116): “La empresa humana existe pero sucede todos los días y en pantuflas”. Y es de Severino Salazar esta cita (p. 163): “Todos tenemos historias diferentes que recordar. Muchas de ellas son heroicas. Pero todos somos como abortos de la epopeya”.
Eso podría decirse fácilmente de Miguel Pruneda, protagonista de una de las novelas de David Toscana.
***
—¿Vais a los cementerios?
—Mucho, mucho
Juan de Dios Peza,
en “Reír llorando”
Antes de Duelo por Miguel Pruneda (Plaza y Janés, 2002), sólo he leído cuatro libros más de David Toscana (Monterrey, 1961): Estación Tula, Historias del Lontananza, Santa María del Circo y El último lector. Me han gustado todos, tiene varios más.
No sé si lo dijo en una presentación en León, Guanajuato (de El ejército iluminado, otra de sus novelas), donde yo estaba entre el público, o si me lo contó directamente la vez que vino a Tuxtla y platicamos. El asunto es que decidió la imagen de la portada de Duelo por Miguel Pruneda (un cerdo, aparentemente muerto, con el cuerpo envuelto en tela blanca o gris –la foto es en blanco y negro–, con una tosca cruz negra sobre la ropa, dentro de un féretro) y tal vez lo chocante de ello, dice, dijo, ha hecho que este sea el menos vendido de sus libros.
En un buen ensayo, “Vida y no: un samurai en Monterrey” (dentro del volumen, que me encantó, Territorios de violencia, reflexiones desde la literatura, Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, 2013), Eduardo Espina llama “obra mayor” (p. 138) a esta novela de Toscana y estoy de acuerdo. La historia trascurre en Monterrey y el protagonista al que alude el título es un hombre que ha trabajado treinta años en una empresa y a quien, sólo por ese hecho, por durar, le harán un homenaje. Desde niño ha tenido pasión por visitar panteones y el punto en que lo hallamos lo hace involucrase en varias vidas muertas, cometer (tal vez) un asesinato y alejarse lo más posible de un comportamiento “normal”. La novela es muy, muy buena.
Chéjov dice que hablar del clima es el principio de principios. Dice Toscana (p. 31): “Miguel había leído en una revista que sin las fórmulas de cortesía, evasivas, palabras de relleno y otros vicios del habla, la vida alcanzaría para hacer el doble de cosas. ¿Cuántas horas de su existencia habría pasado Horacio hablando del clima? Qué calor, qué frío, qué humedad”.
Este es un buen resumen sobre las muertes (p. 117): “En esta ciudad mueren alrededor de ciento cincuenta personas al día: porque se hicieron viejas, porque se distrajeron, porque comieron lo que no debían, porque cambiaron de carril, porque un aire, un virus o una bala, porque la vida no vale nada, porque te vi con otro, porque no usó el puente peatonal, porque el colesterol o la falta de ejercicio o no sé cuántos voltios o nadie le enseñó a nadar, o porque quién le manda, por pendejo”.
Hace tiempo, en una Casa de citas anterior, divagué sobre lo que hacen las funerarias con los cadáveres; aquí hay otra nota de inquietud (p. 194): “En las funerarias te sacan la sangre y un montón de fluidos y otras cosas, afirmó Miguel. La velación y la misa y las oraciones y el entierro se hacen para medio muerto; la otra mitad ya la echaron al caño”.
***
“Todo lo que vive es sagrado”, dice Casy (John Carradine), el expastor, ante la improvisada tumba del abuelo en la película Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940, basada en la novela homónima de John Steinbeck), dirigida por el extraordinario John Houston.
Matan a Casy por encabezar una lucha en contra de la explotación de los hombres y casi de inmediato Tom Joad, el personaje que interpreta Henry Fonda, venga su muerte; las palabras de aquel hombre lo han trasformado y se da cuenta que debe luchar por los otros, los desposeídos; que, como dijo Casy, “los hombres no tienen un alma propia, sino pedazos de un alma grande. Un alma grande y única que nos pertenece a todos”. Por eso, dice a su madre cuando tiene que despedirse de ella, “estaré donde quiera, estaré donde mires”.
La madre (Jane Darwell, quien ganó premio Oscar por esta interpretación) al hablar con su disminuido esposo se refiere a la diferencia entre hombres y mujeres: “Para una mujer, cambiar es más sencillo que para un hombre. El hombre vive como… a las sacudidas. Nace un bebé o muere alguien y es una sacudida para él. Consigue una granja o la pierde y es una sacudida para él. Para la mujer, todo fluye, como el agua de un río. Hay saltos y remolinos pequeños, pero el río sigue su curso”.
***
En nuestra constante exploración de restaurantes, mi mujer y yo llegamos, en San Cristóbal, a uno que se llama Entropía. Nos gustaron la comida, el postre, la atención. También me llamaron la atención varios de sus letreros. En la compu desde donde ponen la música hay una frase simpática: “Lee poesía, por favor”; en una de las paredes, que adornaron con muchos rojos corazones de latón, escribieron: “Del olvido ni me acuerdo”, y en una pared de la entrada-salida dice: “Si no estás feliz en nuestro lugar, te devolvemos tu tristeza”.
***
Me gustaron los diez cuentos que integran Las rosas eran de otro modo (Cal y Arena, 2001), del multifacético (cronista, poeta, crítico, narrador) José Joaquín Blanco. Ironía, telón de fondo histórico, espléndido oído para el lenguaje popular, erudición controlada, personajes atractivos, con aristas y sorpresas. En el que da el título al libro, una vieja periodista nos cuenta los sinsabores de haber sido y ya no ser. Tiene sus ideas (p. 36): “Leer bien significa leer poco y recordar mucho lo leído, y no andar de tragona de libros”.
Tiene problemas con los vecinos del edificio en el que vive. Una vecina le dice que se cambie y ella contesta (p. 37): “¿Y qué tal si me voy a un edificio en Las Lomas, y ahí me encuentro a otra vecina como usted?”, y sigue en el tema (p. 38): “Porque en México no hay problemas concretos, sino un problema general: los mexicanos. Adondequiera que te mudes te encuentras a los mismos vecinos irresponsables, majaderos”.
En “Recuerdo de Veracruz” de nuevo se aborda el asunto de la lectura (p. 61): “En las vacaciones el turista debe leer puros monitos, y tardarse toda una mañana en una sola historieta de superhéroes interplanetarios. Nada de librotes, que no somos gringos”. En esta historia los turistas son tres homosexuales, uno de ellos acaricia la idea de llevarse a un jovencito al DF (p. 69) “para aliviar durante algunos años la tristeza y el ahogo de pasarse la vida más solo que un culo”.
En “La historia clínica de Pepe García” habla de las pasiones típicas de un mexicano (p. 83): “La patria, la mamacita, la virgen de Guadalupe, el puerco con verdolagas”. Cuando buscan al protagonista en un hospital, la enfermera da cátedra sobre extraños nombres masculinos (p. 96): “Tenemos Lupes, Socorros, Cármenes y hasta Inmaculadas Concepciones de María, llamados informalmente Conchos, del sexo masculino. Para no hablar de Cruces, Tránsitos, Rosarios, Providencias, Trinidades, Natividades, Asunciones, Encarnaciones, Milagros, Hipóstasis, Calvarios, Remedios…” Y se sincera: “A veces ni siquiera sabemos cómo escribirlo. Hay tanta gente que bautiza a sus hijos completamente loca o borracha”.
Muere la hermana infartada, porque la atan y la amordazan los asaltantes, y matan al padre Panchito a machetazos en una iglesia de Tulancingo, en el cuento cuyo título es el nombre de un restaurante. Pasa el tiempo, construyen una carretera que pasa por allí (p. 172) “y algún listo, quién sabe cómo, se hizo del terreno y edificó encima un enorme restorán para traileros. Se llama Las Tripas de Don Panchito, para que no se diga que en Tulancingo no hay sentido del humor”.
Y es de “Las tribulaciones de una mexicanista” esta última cita (p. 198): “La Ilíada es una historia de asesinos, una aburridísima nota roja como directorio telefónico de apuñaladores arbitrarios y mañosos”.
***
Basada en el libro infantil homónimo de E. B. White, La telaraña de Charlotte (2006, dirigida por Gary Winick) cuenta la historia de amistad entre un cerdito y la araña del título. Para que Wilbur, el cerdito, pueda ver el invierno y no sea sacrificado, Charlotte teje al principio una frase y luego varias palabras que puedan hacer notar al dueño de la granja que el cerdo merece vivir como cualquier otro ser viviente. La rata, Templeton, al principio sólo por conveniencia trae pedazos de papel con palabras que aunque causan admiración en el poblado no quitan la idea en el dueño de convertir en jamón y tocino al cerdo en cuanto crezca. La palabra que al final salva a Wilbur y le permite incluso ganar una medalla, es una especie de enseñanza para descubrir la grandeza en las cosas que a veces son poco valoradas: “Humilde”. Y creo que la lección es obvia.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
Sin comentarios aún.