Hollywood, México y la fuga de cerebros
Enorme revuelo ha causado en todo el país la noche del domingo cuando cineastas mexicanos triunfaron en el gran espectáculo Hollywoodense de la entrega del Oscar a lo mejor de la industria fílmica americana.
Indiscutiblemente fue un triunfo de Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki, que con ello se convierten en leyendas vivientes del cine mexicano, y de la keniana pero nacida en México Lupita Nyong’o que suma el galardón más famoso del cine mundial a su curiosa biografía.
Los usuarios de las redes sociales comenzaron a adjudicar el premio a nuestro país por el solo hecho de que los ganadores nacieron en México e incluso extendieron el triunfo a la cinematografía nacional.
Otros más mesurados hicieron ver que este es un triunfo personal, pues para realizarse profesionalmente y tener éxito, Cuarón, Lubezki y otros compañeros de profesión, tuvieron que emigrar buscando las oportunidades que la industria de nuestro país no supo ofrecerles.
Lo cierto es que la industria fílmica nacional se encuentra deprimida y en muchos casos el público mexicano enajenado por el cine americano, no consume lo que sus artistas producen y mucho menos amplía su visión hacia la producción cinematográfica de otras latitudes. Un verdadero y lamentable círculo vicioso.
En realidad esta polémica es un reflejo de nuestra realidad como país; primero porque no existen en muchas áreas de las actividades económicas y productivas la oportunidad de que todos los mexicanos participemos y triunfemos en igualdad de condiciones.
En lo económico, el sistema productivo es monopólico, llámese la telefonía, la televisión, la industria cementera, la refresquera.
Y en segundo lugar, el sistema político impide que cualquier hijo de vecino así sea muy popular, consiga una nominación partidista, se presente a elecciones y las gane.
La juniorcracia está presente en la vida política nacional, obstaculizando el ingreso de otro tipo de personas.
También en lo académico y científico prácticamente en muchas instituciones de educación superior del país se enseña ciencia teórica y no aplicada, mucho menos se desarrolla tecnología. Tan solo un ejemplo de la falta de apoyo al talento científico mexicano: Nuestro Nobel de Química, Molina Pasquel y Henríquez, tiene que nacionalizarse estadounidense para acceder a los laboratorios, para acceder a recursos para sus investigaciones y para conseguir trabajo en EU.
En ese aspecto, México está en el séptimo lugar entre los países con mayor fuga de cerebros de acuerdo con el ranking de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). La mayoría de nuestros científicos altamente calificados se encuentran en Estados Unidos y Canadá, para retenerlos se requiere de mayores inversiones en ciencia y tecnología en el país, que actualmente se ubica en el 0.46 % del PIB.
En muchos sentidos a nuestros cineastas como a profesionales de otros ramos no queda otra que migrar, sufrir no solo los estragos culturales de otro tipo de vida, sino también el material o sea la falta de dinero y las carencias materiales que implica el sueño de querer ganarte la vida haciendo lo que realmente te gusta.
Por eso, Cuarón, Lubezki y otros tuvieron que migrar para lograr triunfar en una industria altamente competitiva, pero que históricamente ha contado con recursos humanos nacidos en México de gran calidad.
Como los triunfadores mexicanos de la gala del Oscar más visto de toda la historia, otros compatriotas también han obtenido la codiciada estatuilla bajo las mismas características: migrando y haciendo un esfuerzo constante y personal empezando por el dos veces ganador del Oscar Antony Quinn, seguido por el nativo de Cuernavaca; Morelos, Emile Kuri ganador también dos veces en la categoría dirección de arte.
El veracruzano Gonzalo Gavira gana el Oscar en 1973 por los sonidos incidentales en la legendaria cinta el Exorcista. En el 1996 le toca el turno a Brigitte Broch en dirección de arte, en 2003 Regina Reyes obtuvo el Oscar por «Frida» (Mejor maquillaje), Eugenio Caballero repite la hazaña en dirección del arte en el 2006 y Guillermo Navarro en mejor fotografía en ese mismo año.
En 1972 Manuel Arango consiguió el premio por “Centinelas del Silencio” en la categoría mejor cortometraje documental y esta es la primera vez que una producción hecha completamente en México y por mexicanos gana la codiciada estatuilla.
Prácticamente un gran talento técnico nacido en nuestro país se ha encargado de cuidar los detalles de las películas de Hollywood, abarcando todas las épocas.
Aunque también la pantalla grande se ha llenado del talento actoral de artistas nacidos en este suelo, desde el inicio de la industria americana del cine.
Ramón Novaro, el nativo de Durango que huye con su familia de la revolución mexicana fue el rival artístico más destacado del mítico Rodolfo Valentino. Grande también fue la carrera de Ricardo Montalván, al que nunca le dio la gana nacionalizarse americano, la del juarense Luis Antonio Dámaso de Alonso, mejor conocido como Gilbert Roland; que decir de la trayectoria de la potosina Lupe Vélez y de la duranguense María de los Dolores Asúnsolo López-Negrete, mejor conocida como Dolores del Río.
Particularmente prefiero el apartado del Oscar a la mejor película en lengua no inglesa. Con el premio en el 2009, dio a conocer al mundo el extraordinario trabajo del argentino Juan José Campanella -por cierto también migrante en Estados Unidos- con “El Secreto de sus Ojos” y la historia realizada por el austriaco Michael Haneke con la cruda, pero conmovedora y controversial “Amour” del 2012, por mencionar dos obras de gran belleza.
Pero el logro de los realizadores mexicanos es de ellos y solamente a ellos les pertenece. Como mexicanos debemos sentirnos orgullosos de nuestros realizadores y artistas que históricamente han triunfado en un medio que aunque muy comercial, es también bastante competitivo.
Lo patético es que los medios televisivos quieran colgarse de este triunfo y más patético aún que nuestras autoridades lo hagan.
Lo peor sería que el apoyo a nuestros creadores quedara como siempre en pura promesa y que nuestras autoridades no apoyen al talento nacional y que cada vez que triunfa un esfuerzo personal se quieran también colgar la medalla.
Pero más concretamente, el sistema educativo y cultural debe crear las condiciones para generar y apoyar al talento mexicano y evitar que este se convierta en estadística negativa cuando tiene que migrar por falta de apoyo oficial.
¿Los mexicanos no tenemos derecho a ganarnos la vida haciendo lo que realmente nos gusta?
Una pregunta que si tuvieran ética, rondaría en la mente de nuestros políticos, como el fin último de sus actividades.
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