«Gobierno Exprés»
Hace algunos años, cuando obtuve mi acta de nacimiento a través de un módulo de Gobierno Exprés, quedé sorprendido al ver que con un unos cuantos datos y el pago del trámite, la máquina me haya expedido el documento.
Sentí, entonces, que Chiapas tenía futuro, que el Estado hacía por vez primera lo más elemental: respetar el tiempo de la gente. Imaginé que en el futuro ese sistema, que jubilaba a burócratas amargados, se afinaría más, que la tenencia, el predial y cuanto pago tuviéramos que efectuar lo haríamos desde esas maquinotas o desde una computadora.
Vi, después, que el Gobierno Exprés quedó desvalijado, con solo el cascarón, y los estudiantes, del Tecnológico Regional y de la UNACH, que lo habían hecho posible, fueron despedidos o relegados de sus funciones.
Ayer tuve que ir al Registro Civil para solicitar acta de nacimiento y de matrimonio.
Al entrar a la oficina me alegré, porque vi solo a cuatro personas en la fila de las actas de nacimiento. Calculé: en diez minutos me voy de aquí. Esto sí es eficiencia o suerte, me dije.
Una mujer, con su sabrosa voz de comiteca, me gritó encolerizada, “¡a la cola!”, y 20 voces más se unieron para repetirme esas tres palabras mágicas que hicieron regresarme a la realidad de la burocracia chiapaneca.
Vi entonces, a 26 mujeres y hombres sudorosos, casi desesperados –sentados en unas sillas de plástico que tuvieron su época de esplendor con don Patro, creo yo– que observaban a este intruso que quería agandayarles el lugar.
Una funcionaria, que vigilaba la cola desde su escritorio de la época de Ruiz Ferro, me indicó con el dedo una silla con el respaldo roto.
Ahí empecé a ser méritos para alcanzar mi propósito de obtener acta de nacimiento y de matrimonio actualizados.
Si otro despistado o vivillo se metía a la fila de los cuatro elegidos cercanos a la cajera casi todos iniciábamos la frasecita tan fácilmente aprendida: “¡A la cola, a la cola!”, y con aire compungido o resignado el infractor ocupaba su silla en el suplicio diario del registro civil.
Intenté, en aquella hora, leer la revista de El País Semanal que llevé en previsión del tiempo regalado al gobierno, pero apenas empezaba un párrafo cuando una señora, que flanqueaba mi costado, decía: “¡muévase!”, y entonces había que cambiar de silla, en un deseo por ocupar la última que conectaba directamente a la de los cuatro elegidos.
Por fin, después de limpiar las 26 sillas del registro civil, llegué ante una amable señora y, repito, “amable” porque son difíciles de encontrar, quien me entregó, por 96 pesos mi acta de nacimiento actualizada de errores.
Ahí me enteré que no tengo lugar de nacimiento, que ya no aparece la Finca Nueva Era, de Chiapa de Corzo, en mi acta, y sobre todo, que mi padre me presentó como niño “muerto” al nacer. Es decir, que me la he pasado 48 años burlándome de la vida.
“Si sus datos son incorrectos, me dijo la señorita amable, vaya usted a aquella mesa, ahí se los corregirán”.
Entregué comprobantes: que mi madre me procreó en una Finca de Chiapa de Corzo, y de que sí estoy vivo, al menos eso dice mi IFE.
Después de examinar mis documentos, la señorita, toda amabilidad también, me dijo que regresara en dos días al registro civil. Hoy me dispongo volver. Del acta de matrimonio, lo dejo para otra ocasión, porque obtenerla es como alcanzar una escritura pública de un terreno irregular.
Sin comentarios aún.