El Puma y el Medio Maratón de San Cristóbal
El reloj marca las ocho de la mañana de este domingo 9 de marzo. Estoy detrás de unos mil hombres y mujeres que se proponen correr 10 y 21 kilómetros del llamado Medio Maratón de San Cristóbal.
No he empezado, pero ya he recibido dos codazos y varios pisotones de dos fortachones que calientan corriendo de un lado para otro, atropellando a enclenques como yo.
Menos mal que estoy al final. Ya me imagino los traspiés, rodillazos y manotazos que se han de repartir los que están adelante. Pero han de ser jóvenes y fuertes como esos africanos que hacen temblar el pavimento.
Somos ya legión los corredores en Chiapas, así que pasan tres o cuatro minutos, después del balazo incial, para que yo toque el tapete con mi chip que, transcurridos unos días, semanas y a veces meses, la empresa responsable del registro del tiempo logre subirlos a su página www.cronos360.com.mx
Pero ahí vamos, con un chip y una voluntad que se quebrantará en el kilómetro 19, en medio de un frío inusual de marzo.
Cerca del Puente Blanco alcanzo a El Puma. Y no es difícil distinguirlo, porque la gente corea su “nombre”. Le gritan “Puma” y él, sonriente, responde con el brazo en alto.
Detrás de ese saludo, siempre festivo, tanto de participantes como de espectadores, está la complicidad y los recuerdos, no de una pista de atletismo, sino de una pista de la picardía.
Fredy Valencia, El Puma, es famoso, no solo por ser un gran corredor, sino por ser el más conocido presentador de mujeres y hombres del espectáculo. Su casa ha sido por muchos años el Gitano (¿un bar? ¿un centro nocturno?). Ahí lo vi presentar, con esmoking o con traje y corbata, a bellísimas bailadoras y campeones de aerobics que en sus ratos libres hacían streap tease.
Pero aquí voy, en el kilómetro 5 y ya un africano viene de vuelta, con una zancada enorme, que han de ser cuatro de las mías (así qué chiste ganar este medio maratón si tienen pies de canguro).
Y en el Libamiento vuelvo a acordarme de El Puma y de El Gitano, de ese viejo Gitano que estaba en el Libramiento Sur.
A ese lugar llegaron varios amigos reporteros, trabajadores todos de la televisora local del gobierno de Chiapas. Era 1991 y todavía no existía el Canal 10.
En medio de la pista, El Puma anunciaba a la artista de la noche. Una mujer perfecta y de piel brillosa. Era ya de madrugada; el último número.
Serio, pero sugerente, El Puma invitó a que un caballero pasara al centro mismo de la pista a bailar con la artista del momento. Un reportero, de aquella buena flota de la televisión, se animó a festejar la alegría.
Y en medio de las copas, la música, la belleza y el glamour, el reportero dejó que le quitaran la camisa, primero, pero en pocos segundos volaron por las mesas su pantalón, su trozota azul y hasta sus calcetines morados.
Loco de alegría bailaba en medio de la pista en un claroscuro rojizo y amarillento, hasta que al final de la música la musa desapareció y se prendieron las luces fuertes, claras y directas sobre el cuerpo íngrimo del reportero que tardó en recuperar sus prendas esparcidas por toda la catedral.
Ya di la primera vuelta. Me faltan 11 kilómetros de voluntad.
El Puma completará su carrera en unos minutos más, pero a mí me queda por lo menos una hora más, y ya sé que en el kilómetro 19, cuando vea esa subida enorme de la Iglesia, querré abandonar esta locura, pero continuaré y llegaré a la meta de los 21 kilómetros con un tiempo de una hora 58 minutos.
¡Así será, Puma! ¡Ya verás! Bueno, si es que Cronos360 no pierde nuestros registros.
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