Acta de matrimonio
Nadie debería ser secretario de Hacienda de Chiapas sin haber realizado, personalmente y sin palancas, trámites de contribuciones al erario para que sienta lo que es perder una jornada entera en la burocracia.
Hace unos días, comenté de mis vueltas con mi acta de nacimiento, la cual me la entregaron sin especificar el lugar de nacimiento y otras bellezas particulares. Regresé dos días después, pensando que me la entregarían ya corregida, pero en lugar de eso me mandaron a reiniciar los trámites de expedición del documento, pagar otra vez los 96 pesos y hacer la tortuosa fila de las 36 sillas desvencijadas del registro civil.
Aparte de que es un error evidente del Gobierno, me dije, que no apareciera la Finca Nueva Era como mi lugar de nacimiento, y que yo figurara como “muerto” al nacer, debo pagar de nueva cuenta y perder mi tiempo. Dejé pendiente el trámite porque no llevaba copia de acta de nacimiento y de credencial de elector que me solicitaban por enésima vez.
Pero volviendo al tema del secretario de Hacienda y las contribuciones, digo que más allá de tener doctorados en cualquier universidad patito y ser oriundo de Chiapas, un requisito que se debería exigir al funcionario que ocupe ese puesto es que haya realizado una filota para pagar sus impuestos, a ver si así se apiada de nuestro via crucis diario.
En el registro civil solicité también una acta de matrimonio, después, claro, de hacer una cola por esas benditas sillas desvencijadas. Yo esperaba que, al igual que con la acta de nacimiento, al llegar con la cajera, pagara los 96 pesos y, gracias al Gobierno Esprés, me entregaran rapidito rapidito mi documento.
Pero no, y aquí es donde empecé a mentoteársela al secretario de Hacienda, y al mismo gobernador, porque la señorita me entregó una ficha que, me dijo, debía pagar en un centro de recaudación.
La primera tarea es buscar uno de estos centros que siempre están hasta la móder.
Y no me equivoqué: así estaba que elegí.
Inicié de nueva cuenta mi sufrida tarea de contribuidor resignado: una fila enorme que daba a un patio soleado y sin clima. Ahí fui avanzando, hasta que me atendió un señor quien examinó mi formato y me pidió que esperara porque su computadora “no estaba en línea”.
“Chin su má”, pensé desde luego en el secretario de Hacienda y de cómo no ha sido capaz de comprar, eso sí con nuestros impuestos, terminales nuevas para estos funcionarios.
Después de un rato, en que golpeó por acá, desconectó cables por allá, pudo extenderme un recibo de pago.
Me sentí feliz, pensando que ya había terminado mi tránsito por las filas, pero no. “Ahora vaya al banco y pague; yo solo le generé el documento”, me dijo amablemente.
Doble “chin su ma” al desconocido secretario de Hacienda.
Y a pagar al banco y a regresar de nueva cuenta al centro de recaudación para que con la ficha “de liquidación” me elaboraran un documento por “la expedición de ‘certificadas’ de actas y/o constancias de inexistencia del estado civil, LED 14 Art. 11 Frac. IV inciso b”.
Me trasladé después al registro civil con mi constancia de pago y la señorita, con amabilidad, me dijo: “regrese usted dentro de una semana por su acta”.
Y entonces agregué en el “chin su ma”, aparte del secretario de Hacienda, al director o directora del Registro Civil, y al gobernador, por supuesto, porque para obtener una acta, que estará seguramente tapizada de errores, debí hacer siete filas en tres instancias diferentes.
¿Qué pasó con los armatostes del Gobierno Exprés, de aquellos que sí funcionaban? ¿Será imposible recuperarlos, señor secretario de Hacienda, señor gobernador?
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